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El dedo

El dedo

Por Fernando Jáuregui
jueves 26 de marzo de 2015, 10:19h
Con desparpajo inigualable, Esperanza Aguirre ha puesto el dedo en la llaga. Y nunca mejor dicho, porque ha hablado del 'dedazo' que colocó al candidato andaluz, 'Juanma' Moreno, en el lugar del tiroteo. Como si su designación como candidata a la alcaldía de Madrid por el PP no se debiese a un 'dedazo', al mismo dedo que designó a Moreno y a todos los que aspiran a ser algo en el partido gobernante. El dedo, recubierto para las ocasiones con el guante de un llamado 'comité electoral', de Mariano Rajoy. Y, pese a sus contradicciones, tiene razón la señora Aguirre: la función digital se ha convertido en el símbolo de una forma de gobernar los partidos (y la nación), unas formas que pienso que están en decadencia.
 
No atribuyamos, desde luego, solamente a Rajoy el abuso de los viejos usos. Desde aquel 'el que se mueve no sale en la foto' de Alfonso Guerra, los partidos españoles, como los sindicatos, como las instituciones, como los gobiernos de toda índole y todo ámbito, han venido registrando una alarmante tendencia al personalismo, al ordenancismo, a ese afán regulatorio que nos llevó a las famosas diecisiete licencias de caza, entre otras muchas desgracias. El dedo es el símbolo de una manera de hacer que comprende otros muchos aspectos: el 'ordeno y mando', el no delegar, el rechazar elecciones primarias, el desbloqueo de las candidaturas y la limitación de mandatos, entre otras cosas. Y ocurre lo que le está ocurriendo, por ejemplo, a doña Rosa Díez, entre cuyos muchos méritos se encuentra haber levantado un partido que fue una esperanza, como UPyD, y entre cuyos deméritos figura no haber escuchado a sus bases cuando le enviaron un mensaje inequívoco de que había que ir hacia otro lado.
 
Cometería un serio error Mariano Rajoy creyendo que el silencio de los corderos implica paz interna. Una cosa es lo que no se dice en los comités ejecutivos y otra lo que cualquier periodista escucha en el secreto de confesión de una caña compartida con un diputado, con un responsable regional. Me preocupó, la verdad, el desarrollo, hasta donde supe, del encuentro el lunes de la dirección 'popular' tras lo ocurrido en Andalucía. Claro que también me preocupó que Pedro Sánchez no se haya apresurado, política de gestos, a viajar a Sevilla para abrazar a doña Susana Díaz. Viejas políticas de palo y tentetieso, de falta de autocrítica, de ausencia de realismo. Y eso que al secretario general del PSOE no puedo atribuirle, porque en su partido sí hay, con los matices que usted quiera, elecciones primarias, ese ansia digital que corroe los pasillos opacos del PP. No tanto, al menos.
 
No sé aún si los recién llegados, que han venido para quedarse aunque aún quién sabe dónde, enmendarán la plana a sus antecesores y practicarán una política más abierta. Poco sé al respecto de Ciudadanos -un par de detalles me han desconcertado, pero el partido mantiene una cierta virginidad-- y casi nada de ese Podemos que a los periodistas nos mira con al menos tanta prevención como el plasma de la calle Génova. Falta mucho por confirmar, más aún por consolidar en el cambiante mapa partidario de España. Pero sí sé que ha llegado el momento de una reflexión abierta, inteligente, realista y generosa.
 
Que no, que las cosas ya no son como eran, que los ciudadanos cada vez se chupan menos...el dedo.
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