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El nulo 'efecto Sánchez' y el contundente 'efecto Rajoy'

El nulo 'efecto Sánchez' y el contundente 'efecto Rajoy'

Por Fernando Jáuregui
lunes 23 de marzo de 2015, 14:28h
Decir que el 'efecto Pedro Sánchez' ha actuado sobre los buenos resultados de Susana Díaz en las elecciones andaluzas sería como mínimo exagerado; es cierto que a Sánchez, en Almería y en Sevilla, donde intervino en dos mítines protagonizados indiscutiblemente por la 'lideresa', la gente le gritaba "presidente"; pero era el entusiasmo mitinero dedicado a quien viene a apoyar a 'la' candidata, que casi barrió -cierto, perdió doscientos mil votos, pero eso ¿qué es?-en las urnas el domingo. En cambio, sí ha habido, pienso, 'efecto Rajoy'. Un efecto desastroso, que ha de obligar a meditar muy mucho al presidente del Gobierno central.
 
En Andalucía ganó, así pues, y de manera incuestionable, Susana Díaz y ahora, desde la Junta, con las alianzas a las que llegue o desdeñe -no las necesita para gobernar--, y con sus primeros pasos en la lucha efectiva contra la corrupción, que no le ha pasado factura, y por una mayor  igualdad, ha de ayudar a Sánchez. Primero, a ganar las primarias de julio, si es que Sánchez tiene algún contrincante, y luego a ganarle a Rajoy --¿a Rajoy?-en las generales de noviembre o quizá diciembre. Contra lo que dicen los malévolos, a Díaz le conviene que Sánchez llegue a La Moncloa. Ella sabe lo suficiente de política como para entender que eso ha de ser así.
 
En cambio, en Andalucía perdió Mariano Rajoy, no 'Juanma' Moreno Bonilla, un recién aterrizado merced a las maniobras conjuntas, a veces enfrentadas, de Moncloa y la sede del PP en Génova. Rajoy, valientemente, se apuntó a la campaña sensata, sin gritos, de Moreno: intervino en cinco mítines para apoyar al candidato, diciendo más de lo mismo. Excepto en la jornada de reflexión, en la que, desde Valencia, el presidente del Ejecutivo y del PP cambió el ritmo y se lanzó al ataque frontal de Podemos y, de paso, de tertulianos y comentaristas, o esa fue la impresión que nos dejó. Una catástrofe, reflejada en las urnas.
 
Claro que no sería sensato atribuirle todas las culpas exclusivamente a Mariano Rajoy. Pero ha permitido que el partido esté como está, no ha querido cambiar a ministros evidentemente 'quemados', ha insistido siempre en lo bien que vamos en lo económico, sin atisbo alguno de autocrítica, y ha frenado cualquier aspiración reformista en lo político. Hace tiempo que muchos veían, y comentábamos, que el camino estaba errado. Porque, paralelamente al posible 'efecto Sánchez' en lo nacional, que no en lo andaluz, asistíamos al surgimiento de los 'efectos Pablo Iglesias y Albert Rivera', sin que ello quiera decir que uno y otro son equiparables: Ciudadanos muerde en la carne del PP y de la moribunda UPyD de Rosa Díez, de manera casi exclusiva. Y Podemos, en cambio, saca tajada de varias piezas, también del PSOE, pero preferentemente de una Izquierda Unida que aún no ha terminado de desangrarse en sus querellas intestinas, pese al nuevo liderazgo de alguien tan competente como Alberto Garzón.
 
Yo sigo viendo, y lo digo desde hace meses, que el duelo final, allá por diciembre -siguen asegurando que las elecciones podían tener lugar allá por el 20 de ese mes--, será básicamente bipartidista y tendrá lugar entre Sánchez y... ¿Rajoy? Todo indica que el presidente del Gobierno y del PP, el hombre que logró la mayoría absoluta hace tres años y medio, quiere presentarse, y se presentará. A menos, claro, que siga empecinándose en el sendero equivocado, que mantenga su impermeabilidad, su mensaje triunfalista, su mismo talante anti-reformista. Entonces, los sondeos, los omnipotentes sondeos -los últimos en poder de la Junta andaluza, del viernes, cuya publicación estaba absurdamente prohibida, clavaban los resultados del domingo--, seguirán crucificando la popularidad de Rajoy, y su permanencia al frente de las huestes del PP se haría imposible.
 
Claro que este escenario, el de una salida de Rajoy antes de las elecciones generales, es el más improbable. Y quizá el menos deseable, quién sabe. El país está para pocas peripecias en el seno del partido que lo gobierna. Pero ¿para cuándo un reconocimiento de que el hombre más poderoso de España ha entendido el mensaje que le envían las urnas, las encuestas, los comentarios de sus poco queridos tertulianos, comentaristas, las conversaciones de esos ciudadanos en la calle a los que tan poco se escucha desde los centros de poder?
 
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