Luppi se luce en España encarnando a un ex general golpista argentino en 'El reportaje'
viernes 20 de febrero de 2015, 01:02h
Obra de Santiago Varela
Por José Miguel Vila-Diariocritico
Domingo, 15 de febrero. Son las 6 en punto de la tarde. Las
luces de la Sala Negra de los Teatros del Canal van apagándose y solo queda
tenuemente iluminado el escenario en donde hay dos sillones enfrentados a los
que apunta una cámara de televisión empotrada
sobre un trípode y algunos cables tirados ordenadamente por el suelo.
Parece un improvisado estudio de televisión, pero, en realidad, es una
dependencia de la cárcel en la que el protagonista de 'El reportaje' cumple condena por su
participación durante la dictadura que asoló Argentina desde 1976. El condenado
es un exgeneral, entre cuyas responsabilidades estaba la censura en el ámbito
cultural y cuyo celo lo llevó a ser
también responsable del incendio del teatro El Picadero de Buenos Aires,
quemado una noche de finales de julio de 1981; la misma noche y al mismo tiempo en que Frank Sinatra desgranaba sus canciones con voz profunda no
muy lejos de allí, en el hotel Sheraton, de
la capital argentina.
Suenan unos pasos decididos de mujer avanzando hasta el
centro del escenario: "Dale un poquito más de luz... ¡bien! (Se mueve)
Aquí también... ¿Esto no es demasiado para este lugar?... Probamos sonido. Sí,
uno dos, uno dos, hola, hola, hola, hola... No suena muy mal, ¿no?... Ya sé que
es una cárcel... No te voy a poner mi mejor cara. Acabo de hacer diez mil
kilómetros para entrevistar a un genocida argentino...". Quien así habla a
través de un pequeño micrófono y minicascos colgados al oído, con el técnico
que se encarga de captar sonido e imagen, es la periodista de un canal de
televisión español, encarnada por Susana Hornos, a punto de entrevistar al
exgeneral, en cuyo uniforme se mete el otro actor de la obra, Federico Luppi.
Ambos protagonizan 'El reportaje', de Santiago Varela, dirigidos por Hugo
Urquijo, un director de larguísima
experiencia en el panorama teatral argentino, en un montaje que se podrá ver en la Sala Negra hasta el 22 de
febrero (http://www.teatroscanal.com/espectaculo/el-reportaje-federico-luppi/).
Cuando la periodista ha terminado ya de preparar el
escenario donde va a producirse la
entrevista, otros pasos lentos, firmes, procedentes del mismo punto de donde
vino antes la mujer, nos desvelan a un hombre enfundado en su uniforme militar,
con sus entorchados de general. Es Federico Luppi, quien se pone en lugar del
golpista encarcelado y lleva el peso de la función de principio a fin.
Evocador, culto, convencido de lo que piensa, sus labios dibujan el desprecio
al enemigo cada vez que lo mienta; hábil para esconder entre eufemismos las mil y una barbaridades que la
dictadura había ido perpetrando, poco a
poco, el general va descubriendo su verdadera cara, la que expresa un
pensamiento esencialmente autoritario que representa no solo aquella época
negra de la Argentina, sino el de todas
las dictaduras de todos los tiempos.
Despreciable
Luppi es un actor estupendo que hace olvidar al espectador
durante toda la función que está representando un personaje, y el público ve
únicamente al despreciable exgeneral y no al actor que está detrás de él: ese militar que se considera a sí
mismo hombre culto, aficionado al teatro (cita, entre sus autores españoles
favoritos, a Mihura, Paso, Jardiel
Poncela, y a la actriz Lola Membrives, al tiempo que se declara admirador de
Alicia Palanca y Luis Conti -ambos desaparecidos en 1976, durante la dictadura
militar-).
Santiago Varela pone en boca del exgeneral perla tras perla
que, como digo, Luppi hace suyas desde el barroco y alto sillón que ocupa
durante toda la entrevista, aunque de vez en cuando se levanta para intentar
dar aún mayor énfasis a lo que dice: "No hay censura sin poder ni poder
sin censura... El actor es despreciable. La ficción le sirve para no ser nunca
nadie... Hacían ficción para descubrir las cagadas de los militares... Teatro
abierto, no, porque supone un peligro... No a la libertad de prensa... La
televisión, más peligrosa que el teatro porque llega a más gente... No a la
igualdad de sexos. Vivo en una cárcel de mierda, con una comida de mierda, en
una democracia de mierda... Soy un despojo".
La periodista hace muy pocas preguntas porque el exgeneral
se va calentando a medida que discurre
la entrevista y todo el tiempo con un testigo mudo y necesario, como -sin duda-
marca el protocolo de la prisión: el vigilante (encarnado por Juanjo Andreu,
quien forma parte, también, del equipo técnico como regidor), que, detrás de
él, asiste silencioso e impertérrito a cuanto sucede en el duelo entrevistadora-entrevistado.
Unos setenta y cinco minutos después de iniciado el duelo, la periodista invita
al general a decir alguna cosa más que haya podido quedársele en el tintero y
el golpista, levantándose y esta vez mirando directamente a cámara, escupe, más
que dice, una frase final: "Los que creen que el trabajo del actor es
profesional, están locos de remate".
Una experiencia inolvidable con un grandísimo actor,
Federico Luppi, que, a punto ya de cumplir los ochenta, acababa de dejar en el
camerino sus propias ideas, muchas veces expresadas públicamente y tan contrarias a las que tiene que emitir
durante más de una hora que dura la función, con la energía, la convicción y el
poder de quien siempre ha sido maestro
de la expresión de la palabra cargada de ideas o de emociones.