miércoles 11 de febrero de 2015, 15:10h
Puede que el estallido del 'affaire Tomás Gómez' signifique
para el PSOE algo más que perder Madrid. Que, obviamente, en Ferraz (para no
hablar de la sede del socialismo madrileño de la Gran Vía) ya lo dan por
perdido. No solo porque Tomás Gómez haya sido obligado a tirar la toalla -que
vamos a ver en qué queda todo eso--, sino porque, apenas veinticuatro horas
antes, el candidato socialista al Ayuntamiento de Madrid, Antonio Carmona,
puso, ante doce cámaras de televisión y trescientas personas, las dos manos en
el fuego por la honorabilidad de Gómez -adhesión que reiteró este miércoles-- .
Ha unido así el muy estimable Carmona su destino a quien ya salía como
perdedor, o sea, el (¿hasta ahora?) secretario general de Madrid y candidato a
la presidencia de la Comunidad, Tomás Gómez.
Lo peor del todo no es la catástrofe total ante una 'batalla
de Madrid' que adquiere cada día perfiles más surrealistas para todos los
partidos. Lo peor son las descalificaciones que, en rueda de prensa, Gómez
acumuló contra el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Quien horas antes
había telefoneado al secretario general del PSM, que se hallaba en situación
casi desesperada, para pedirle que 'diese un paso atrás' y no se presentase
como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid a la vista de las
informaciones que se acumulan contra él como consecuencia de su gestión como
alcalde de Parla. Gómez, ante el silencio parece que aquiescente de Carmona,
colocado a su lado con rostro más que serio y preocupado, acusó a Sánchez de
estar en connivencia con una maniobra 'antidemocrática' 'de la derecha', dijo
que no piensa marcharse y amenazó con ir a los tribunales si Pedro Sánchez no
rectifica. Una rebelión en toda regla por parte de quien ostenta(¿ba?) la
máxima representación del socialismo madrileño.
Maremoto. Y muchos silencios en las primeras horas,
especialmente el de la presidenta andaluza, Susana Díaz, parece que cada día
más alejada del líder al que ella mismo ayudó a ascender, vía votación interna,
al puesto. Muchas voces, soterradamente, se apresuraron a resaltar la voluntad
regeneracionista de un Sánchez que no ha dudado en apartar, costase lo que
costase, a alguien tan cuestionado como Tomás Gómez, que venía desarrollando,
para colmo, una desastrosa política de comunicación.
Y ahora ¿qué? Cuando escribo este comentario de urgencia
solo puede decirse que las espadas están levantadas en una de las más
importantes federaciones socialistas, la siempre inestable madrileña. Y, desde
luego, no son necesarias encuestas para garantizar que este episodio,
largamente barruntado por muchos, es lo que peor le puede venir a un PSOE que
se halla a poco más de un mes de las elecciones andaluzas y a poco más de
noventa días de las municipales y autonómicas, que cada vez se configuran como
más importantes. Nada hay que el electorado castigue con mayor rigor que las
guerras internas de los partidos.
Buena noticia, sin
duda, para el Partido Popular, que aún ni siquiera ha oficializado a sus
candidatos por Madrid: empieza a ser casi irrelevante a quién coloque Rajoy
-perdón, el comité electoral- como aspirante a la Comunidad (quizá un Ignacio
González que no acaba, por muchas razones, de convencer) y a la alcaldía de la
Villa y Corte (acaso, como mal menor, a la imprevisible Esperanza Aguirre).
Mala noticia, en todo caso, para la conciencia ciudadana de
que hay que introducir nuevas formas en la política, se trate del partido de
que se trate. Luego algunos se extrañan de que asciendan en el aprecio
ciudadano formaciones que aún no tienen ni programa ni líderes claros. Ni
muchas cosas claras. Lo único que está claro, a mi entender, es que el
espectáculo que se da en Madrid resulta poco edificante para el resto de
España, incluyendo a esa Cataluña de clase política en parte podrida que va,
ahora, a encontrar nuevas formas de ataque para justificar su alejamiento 'de
la capital centralista', donde (también) huele a podrido.