Días 'podemáticos', perdón, problemáticos
domingo 30 de noviembre de 2014, 10:21h
El jueves 27 de noviembre se celebraba un pleno que pudo ser
importante y no lo fue: la sesión plenaria del Congreso de los Diputados en la
que Rajoy comparecía para explicar sus medidas contra la corrupción. Pudo
haberse dado un acuerdo entre el Partido Popular y los socialistas, con la
anuencia quizá de otros grupos de la Cámara, en torno a un programa
regeneracionista de amplio espectro, tirando por elevación. El día anterior,
había dimitido la ministra de Sanidad, Ana Mato, implicada, que no imputada,
por el juez Ruz como beneficiaria de las ganancias ilícitas del ex marido de la
ministra, Jesús Sepúlveda, en el 'caso Gürtel'. El camino estaba expedito para
el acuerdo, que falló una vez más.
Ese jueves por la noche, en Vitoria, tuve la oportunidad de
preguntar al portavoz parlamentario 'popular', Alfonso Alonso, un hombre sin
duda políticamente válido, que fue un buen alcalde de la capital vasca, por las
'insuficiencias' que, a mi juicio, había tenido un debate celebrado en un
momento muy delicado políticamente: dos días después, Rajoy debía partir a
Barcelona, el corazón de una Cataluña en plena efervescencia secesionista de la
mano de Artur Mas. Resultó que el presidente del Gobierno central ni siquiera
iba a entrevistarse con Mas, por razones que a mí se me antojaron
protocolarias: ¿cómo iba nada menos que el presidente de la nación, se preguntaban
los altisonantes, a acudir a la plaza de Sant Jaume, para, en la Generalitat,
encontrarse con Mas? Así, por estos parámetros, discurre la vida política
española (y, por ende, catalana): cuestiones de protocolo, de orgullo, de 'y tú
más' o de 'y tú, pasa primero por el aro', emponzoñan nuestra convivencia y
hacen peligrar nuestra unidad. Pero, eso sí, Rajoy envió a la secretaria
general de su partido, María Dolores de Cospedal, a allanarle el camino en la
capital catalana. No sé, la verdad, qué pintaba allí la presidenta
castellano-manchega, cargo acumulado a la secretaría general: Cospedal, que
tiene fuste político y gran capacidad, está sometida a importante contestación
interna en el PP, muchos de cuyos dirigentes creen que no se puede acumular la
candidatura a una Comunidad como la castellano-manchega con la conducción del
primer partido político del país, y menos en estos tiempos críticos.
Pero nada de esto le dije a Alonso. Ni de cómo ha
solucionado Cameron su conflicto con Escocia, un ejemplo del que acaso
deberíamos tomar nota por estos pagos. Hablamos del rifirrafe sobre la
corrupción, que es el otro gran foco de angustia de unos españoles siempre
preocupados por temas que se van haciendo eternos, como el paro o las
desigualdades económicas lacerantes que hacen que una formación utópica y nada
asentada en la tierra, como Podemos, sea capaz de presentar a bombo y platillo
-ante casi dos centenares de informadores-un programa económico de imposible
cumplimiento, aquí y ahora, en España. Sin embargo, tampoco le pregunté sobre
esto a Alfonso Alonso.
Le dije que el debate sobre el combate contra la corrupción
de ese jueves había sido un buen primer paso: más transparencia, lucha contra
las donaciones anónimas a los partidos, endurecimiento de los plazos de
prescripción de los delitos, empeoramiento de las condiciones para conseguir un
indulto y un largo etcétera, si se quiere ver larga una lista de cosas en su
mayoría ya enunciadas y nunca llevadas a la práctica. Pero, le dije al
portavoz, quizá se perdió nuevamente la oportunidad de ensayar una estrategia
revolucionaria, de altos vuelos: limitación de mandatos, desbloqueo de
candidaturas electorales, obligatoriedad de las primarias, elección de alcaldes
más votados en segunda vuelta, nuevas formas de elección de miembros del
Consejo del Poder Judicial y del Fiscal General, controles para que los medios
públicos no sean 'asaltados' por el poder político (o económico), Senado más
operativo (y más concurrido, que hay que ver las imágenes de la Cámara Alta medio
vacía)...Nada nuevo, en fin, bajo el sol. Solo que los partidos, cuando hablan
de luchar contra la corrupción, se olvidan de mencionar, y no hablemos ya de
poner en práctica, las medidas básicas de regeneración política.
Alonso contraatacó hablando, en tono jocoso y distendido, de
"un programa jaureguista". Como si todo eso, y mucho más, se me
hubiera ocurrido a mí solo. Sé perfectamente que él, en el fondo, está de
acuerdo en muchos de esos pasos, necesarios para contrarrestar la demagogia de
algunos que ahora surgen colocándonos, a casi todos, en el casillero de la
'casta'. Pero ellos tienen, en el fondo, razón: los que están, estamos, ahí
'desde siempre' no avanzan, no avanzamos, a la velocidad suficiente. Por no
hacer, Rajoy no hace ni una crisis de Gobierno: se la hacen los ministros que
dimiten. Tarde y mal, como Ana Mato, cuya figura ha quedado desangelada,
huérfana de protectores, y conste que de ninguna manera quiero hacer leña del
árbol que nunca debería haber caído, porque nunca debería haberse plantado ahí.
Por eso, esta semana, que debería haber sido ilusionante, me
decepcionó: la regeneración, o se aborda plenamente, con todas sus
consecuencias, o es como la dimisión de Mato: tardía, insuficiente, triste,
algo patética. Como el debate parlamentario que debería haber sido casi un
debate sobre el estado de la nación y se quedó en poco más que una sesión de
control parlamentario al Ejecutivo. El Parlamento no cumple su misión porque el
Ejecutivo tampoco lo hace, ni los restantes partidos políticos, comenzando por
el PSOE -que algo, reconozcámoslo, sí remonta el vuelo--, ni las instituciones,
ni, quizá, nosotros los medios, ni eso que se llama 'sociedad civil' y que
algunos confunden, abusivamente, con una minoría silenciosa y aquiescente. Y
así, ¿cómo vamos a entrar con buen pie en este 2015 tan crucial, tan electoral,
tan podemático, perdón, problemático? (y perdón por el -mal-- juego de
palabras, pero ¿cómo afrontar hoy día una crónica sin mencionar al menos un par
de veces a la bicha?)