miércoles 26 de noviembre de 2014, 07:19h
Desde hace muchos años siento el mayor respeto por el
secretario general de UGT, Cándido Méndez. Lo cual no significa que yo no
piense que debería haber anunciado, y consumado, su retirada hace ya algún
tiempo, no demorándola hasta fecha tan tardía como 2016. Como protesta ante lo
que estaba haciendo su organización en Andalucía, por ejemplo; sé que anduvo
tentado de dar un portazo, pero, al final, cedió a las presiones de su entorno
y no lo hizo. O podría haberse marchado cuando el líder ugetista en Madrid fue
sorprendido en el feo asunto de las tarjetas 'negras' de Caja Madrid. Primó en
él esa mezcla de sentido del deber y de pereza ante el cambio que es lo que
muchas veces nos sujeta al sillón.
Le conozco desde hace tantos años como los que lleva en la
secretaría general del sindicato. Todos los días pasaba andando, recorriendo un
largo trayecto hasta la suya, por delante de mi oficina. Creo que los bienes
materiales, todas esas cosas que otros anhelan, casas, coches, viajes de lujo,
restaurantes de muchos tenedores, a él le resbalan. Pero le ha faltado el valor
de la denuncia de muchas cosas. Y lo, que es peor, le ha faltado el coraje del
cambio: los sindicatos españoles no pueden seguir así, anclados en el mundo
laboral del posfranquismo. Hacen falta ideas nuevas, reaccionar positivamente
ante términos como 'emprendimiento' o 'trabajador autónomo', porque ambos están
inscritos en una realidad y porque hay muchos postulados, entre ellos algunos que
también reivindican nuevas formaciones -semana laboral de 35 horas, jubilación
a los sesenta--, que son, sencillamente, imposibles.
Creo que debemos reconocimiento a Cándido Méndez porque
muchas veces ha sabido colocarse en actitudes constructivas y prácticas. Ha
sabido no romper la baraja, evitando el caos, aunque no haya sabido forzar unos
nuevos pactos de La Moncloa, los que sí aceptó al fin su antecesor, Nicolás
Redondo.
Yo creo que el tiempo de Cándido Méndez ha pasado. No porque
ahora cualquiera que haya sobrepasado los cincuenta -ponga usted, si quiere,
los sesenta-está considerado como un trasto viejo e inútil. No; es porque, con
su mentalidad actual, toda la UGT, por citar solamente a este sindicato, corre
el riesgo de convertirse en un trasto viejo e inútil, y no están las cosas como
para que algo tan valioso, tan necesario, como un sindicato se oxide hasta el
punto de resultar inservible. Los tiempos del cambio han llegado al mundo
laboral: puede no ser una crisis, sino una oportunidad.