La increíble y triste historia de un perro llamado Excalibur
miércoles 08 de octubre de 2014, 09:12h
Lo surrealista roza lo trágico tantas veces en este país
nuestro, derivando, finalmente, hacia lo ridículo. Que una ciudadanía
angustiada por la posible extensión de una enfermedad terrible, que poco o nada
nos preocupaba mientras fue estrictamente 'africana' y no había desembarcado en
Europa, encuentre tiempo y ganas para manifestarse tratando de evitar que
sacrifiquen a un perro, no me negará usted que resulta pintoresco, para
expresarlo en palabras suaves. Que la protagonista de portadas y noticiarios sea
más Excalibur, la simpática mascota sospechosa de ser transmisora del virus del
ébola, que su propia dueña, afectada por la enfermedad, y que otros posibles
contagiados, es algo que, convendrá usted conmigo, merece figurar en los anales
de la comunicación esotérica.
Me indigna, lo reconozco. No porque no sea amante de los
animales, que lo soy, y mucho. No porque piense que formar parte de un llamado
'partido Animalista' es algo que, según cómo se aplique, bordea lo absurdo, que lo pienso. Me indignan
esas personas llenas de bonhomía y de humanidad que son capaces de llorar
porque hay que sacrificar, en aras de la seguridad y la salud ciudadanas, a un
perro, mientras miran con indiferencia alinearse los cuerpos de unos cuantos
inmigrantes subsaharianos en una playa repleta, al tiempo, de turistas. Queda
todo muy 'british': preocuparse por la salud del zorro más que por la de sus
cazadores. Angustiarse por el sufrimiento del toro de lidia en la plaza más que
por la cogida del diestro.
Por lo demás, y lo digo sin el menor ánimo socarrón, únase
mi lágrima a las de quienes, comenzando por su dueño, el señor Limón -esposo de
la heroica enfermera afectada-- , tantas han vertido por ese perro, de nombre
tan mítico como el de la espada del rey Arturo. Un can que sin duda jamás pensó
que iba a hacerse más famoso que los
misioneros que murieron por ayudar a su prójimo y a los que algunos aquí, en
este país que presume de ser tan humano, tan cristiano, incluso trataron de
regatear el pasaje de vuelta a España, para morir aquí, rodeados de los suyos y
de cuidados paliativos.
Lo siento, ya digo. A veces no puedo reprimir que una oleada
de vergüenza colectiva se me suba al rostro. Ahora, mecachis, ha vuelto a
ocurrirme.