Fondos buitres: Una doctrina drago para el siglo XXI
miércoles 02 de julio de 2014, 16:46h
La actual situación judicial de la Argentina frente a los
fondos buitre, plantea la necesidad de repensar una nueva normativa
internacional sobre las deudas soberanas. La Argentina, con su historia secular
de endeudamiento externo ya fue, hace un siglo, vocero de los países sometidos
al chantaje de pagar o perecer. Hoy le toca otra vez jugar un papel protagónico
para crear reglas de convivencia entre países, en medio de la anarquía del
poder financiero.
"No existe un marco jurídico internacional para la
reestructuración de deudas soberanas. Hoy se ha puesto en jaque a la Argentina.
Sin embargo cualquier país que deba enfrentar en el futuro una reestructuración
de su deuda, podrá estar en la misma encrucijada."
Así, con en un párrafo breve y conciso, Julio César Ayala,
representante alterno de la Argentina ante la OEA, sintetizó este lunes lo que
viene argumentando el gobierno nacional en distintos foros internacionales a
partir de los fallos del juez norteamericano Thomas Griesa. Muy probablemente
este razonamiento termine convirtiéndose en una nueva doctrina internacional
sobre las deudas de los Estados, con un alcance todavía imprevisible. Por la
negativa, se pide la construcción de una instancia política, a nivel global,
que termine con el reinado caótico del sistema financiero.
No se trata de un arranque de chauvinismo trasnochado: que
nuestra país esté a la vanguardia de una nueva conceptualización sobre cómo
tratar las deudas contraídas por países, se explica por el dudoso mérito de
arrastrar políticas de endeudamiento soberano desde la misma constitución de la
Argentina como estado independiente, hace casi doscientos años. El historiador
Sergio Wischñevsky lo sintetizó con justeza en una recomendable columna de
opinión en Página/12, al señalar esa recurrencia como una "plaga bíblica" que
mostraba, a su vez, la orientación dependiente nuestras clases dirigentes a lo
largo del tiempo.
Tampoco se trata exactamente de una novedad. Hace poco más
de un siglo, la Argentina, que ya por ese entonces había tenido sus buenos
dolores de cabeza con su deuda pública, construyó una doctrina de alcance
mundial, cuando mediante el ministro de relaciones exteriores de ese entonces,
José María Drago, el gobierno de Julio Argentino Roca se opuso al bloqueo naval
de Inglaterra, Italia y Alemania contra Venezuela, que por ese entonces
acumulaba una gran deuda externa y un nuevo gobierno que no tenía los fondos
para pagar a esos países europeos. Argentina fue el único del continente que se
expidió formalmente contra la agresión a los puertos venezolanos, que
incluyeron ataques de cañones contra ciudades y barcos del país caribeño.
La postura de Drago era que las dificultades para pagar una
deuda soberana no podía acarrear el derecho a la invasión por parte de otro
país. Se apoyaba, paradójicamente, en la Doctrina Monroe, que guardaba ese
poder de intervención en el continente americano para Estados Unidos, alejando
del hemisferio a las potencias europeas. Sin embargo, Estados Unidos no
acompañó la postura de Drago y no protegió a Venezuela del bloqueo,
argumentando que no apoyaría a "ningún
estado contra la represión que pueda acarrearle su inconducta, con tal que esa
represión no asuma la forma de adquisición de territorio".
Sin embargo, el tiempo le dio la razón al canciller
argentino. La doctrina Drago fue incluida en la Conferencia de Paz de la Haya
de 1907, donde la comunidad internacional firmó un convenio sobre la
"limitación del empleo de la fuerza para el cobro de deudas contractuales".
Durante todo el siglo XX vendrían guerras calientes y frías, con sus múltiples
intervenciones militares por parte de países fuertes sobre países débiles. Sin
embargo, también se iría consolidando, a tropezones, instituciones como el Tribunal
de la Haya, la ONU o la OEA, que tomaron nota de la doctrina argentina sobre la
deuda. Las nuevas invasiones tuvieron justificaciones en la "seguridad
nacional" o el "terrorismo internacional", pero no el cobro de una deuda
pública.
Esta vez, la nueva doctrina argentina sobre la deuda no
aparece por solidaridad continental, sino por el instinto más básico de la
supervivencia nacional. A diferencia de los cañones alemanes o franceses de
1902, el avance capitalista inventó un nuevo mecanismo disciplinador, de la
mano de la autonomización del capital financiero, que pretende actuar por
encima de cualquier regla nacional o internacional de negociación. El empuje al
precipicio del default es un cañonazo contra los activos del país en el
exterior (amenazados de posibles embargos) pero también contra el valor de los
activos locales (una caída en desgracia de la economía argentina podría empujar
a una venta o concesión de remate de la nueva joya petrolera de Vaca Muerta,
como se encargó de advertir el presidente uruguayo Pepe Mujica).
En ese sentido, la incipiente doctrina criolla advierte
sobre un punto fundamental: la ausencia de un "marco jurídico internacional
para la reestructuración de deudas soberanas" es el eslabón perdido por el cual
los fondos buitres podrían lograr el delirante resultado de hacer volar por los
aires un canje de deuda aceptado por el 92,4% de los acreedores de distintas
partes del mundo.
El inmenso poder que aún tienen estos actores financieros
es, paradójicamente, de carácter transnacional pero sólo puede existir bajo la
cobertura de sistemas legales locales, como lo demuestra el juicio contra la
Argentina con sede en la plaza financiera de Nueva York. Es una clave sobre el
actual estado de cosas en el mundo globalizado: las instancias políticas y
democráticas de los países centrales atraviesan una debilidad profunda, que
deja a los intereses corporativos un margen enorme para controlar capilarmente
las estructuras económicas, jurídicas, mediáticas, etc. El ciudadano
norteamericano Paul Singer, militante republicano y dueño del fondo de
inversión NML Elliot, tiene hoy más influencia sobre el futuro de la Argentina
que el Presidente Barack Obama. No se trata de una demostración de salud
imperialista, sino de un momento de perplejidad donde el "orden internacional"
aparece desdibujado, sin que aún aparezca un modelo de reemplazo.
Esta coyuntura del mundo ayuda a entender que la solidaridad
con la Argentina no haya explotado de manera general y espontánea urbe et orbi.
Aún en la propia región latinoamericana, los gobiernos se muestran cautelosos y
recién con una diplomacia muy activa por parte de nuestro país, comienzan a
multiplicarse los apoyos de manera más explícita.
Tal vez más preocupante que estos apoyos simbólicos, que de
todas manera fueron apareciendo, es la ausencia de mecanismos e instituciones
regionales que puedan servir de colchón real para países en apuros: el Banco
del Sur sigue siendo sólo una idea, el fondo de inversiones de infraestructura
para el continente, IIRSA, sólo atiende proyectos pequeños, pensados para
países de bajo presupuesto. La etapa de institucionalización de la UNASUR,
después de la marcha a galope que le supo imprimir Néstor Kirchner, sigue sin
realizarse y por ahora se limita a reuniones esporádicas de los Presidentes.
Estas dificultades, que ponen negro sobre blanco los límites
que hasta ahora tuvo el proceso de integración regional, ponen aún más de
relieve la importancia de una nueva doctrina sobre la deuda externa para
América latina y el mundo.
Si en los años 80´ la crisis de deuda mexicana terminó
repercutiendo en casi todos los países y dio lugar a la llamada "década
perdida" para América latina, en los últimos tiempos, el problema de la deuda
se dispersó hacia otras regiones, como el caso de Rusia, o por estos días, la
situación casi terminal de los países del sur de Europa, como Italia, España,
Portugal y Grecia, que deben más que lo que producen en todo un año. La
experiencia argentina (y la posición del gobierno nacional, que busca negociar
sin dejar de mostrar la situación de chantaje al que lo conduce la ausencia de
reglas internacionales) probablemente termine construyendo una nueva doctrina
sobre el tema. Y, con un poco de suerte, el mundo será algo más justo.