Diez minutos antes, yo estaba despidiéndome de ella.
Después, pocos minutos habían pasado de las cinco de la tarde, Isabel Carrasco,
presidenta de la diputación de León,
estaba muerta como consecuencia de los
disparos efectuados quizá por una mujer que la odiaba, me comentaron leoneses
que decían conocerla mucho. Habíamos almorzado juntos, los dos y el
vicepresidente de la diputación Marcos Martínez, en el mesón del Hotel Conde
Luna, en el centro de la ciudad. Me despidió con dos besos, tras un almuerzo de
mucha risa, algunos cotilleos y bastantes críticas a derecha e izquierda,
porque se marchaba corriendo al mitin de Rajoy en Valladolid. Cómo iba ella a
imaginar que el mitin iba a ser suspendido por su culpa; bueno, no exactamente
por su culpa, sino por su causa. Alguien había tiroteado nada menos que a
Isabel Carrasco, la polémica, eficaz, hiperactiva, imaginativa Presidenta de la
Diputación de León desde 2007.
Habíamos convenido en que ella participaría en algunos actos
de mi programa 'Emprendedores 2020' en tierras de Castilla y León. Nada gustaba
más a esta inspectora de Hacienda, que tantas cosas hizo en su vida, que estos
programas de fomento del emprendimiento, tema en el que creía a fondo. Y de la
'revolución emprendedora' también hablamos ella y yo ante un vicepresidente a
quien casi no le dejábamos meter baza en aquel reservado del mesón.
Su último almuerzo
fueron unas verduras a la plancha y un chuletón compartido con su 'número 2'.
Quiso pedir un Ribera del Duero y yo me escandalicé: "¿Pero no eras tú la
que andabas siempre promoviendo el vino del Bierzo"?
A partir de ahí, claro, ya casi todo fueron bromas, aunque
no nos conocíamos demasiado y habíamos contactado a través de una amiga común.
Simpatizamos de inmediato aunque era patente su carácter fuerte, extremadamente
desinhibido. Cuando pusimos a caldo a unos cuantos, cuando acordamos que ella
estaría en los
actos de 'Emprendedores' que celebrásemos por todo León, cuando
me detalló cómo pensaba preparar los próximos actos de campaña, y de las
próximas campañas electorales hasta 2016, nos despedimos. Estábamos ya casi
solos en el restaurante. Se puso una chaqueta de color rosa increíblemente
chillona que apenas tapaba sus pantalones no menos rabiosamente vistosos y se
colocó unas gafas de sol que eran un espejo multicolor: así se lanzó a la
calle. Era una mujer que amaba lo espectacular, y a nadie dejaba indiferente. A
mí, quizá la última persona que pudo hablar con ella, me caía, ya digo, bien.
Seguro que deja un hueco importante en las vidas de muchos. Y también es seguro
que han terminado sus zozobras a cuenta de algunas querellas derivadas de su a
veces quizá enérgico ejercicio de la política. Ahora, Isabel Carrasco, mujer
irrepetible, vilmente asesinada, descansa en paz.