domingo 09 de febrero de 2014, 19:35h
El debate político suele ser proficuo en análisis a medias.
Documentos partidarios o discursos de liderazgos que incluyan sólo una parte de
la verdad -la más conveniente al propósito buscado- se consideran dentro de las
"reglas de juego", suponiendo que el adversario se encargará, si es
hábil, de desnudar lo que falta y marcar la contradicción.
Los ciudadanos saben que así es todo, y por eso -salvo los
fanatizados- reciben las propuestas políticas con la necesaria y saludable
prevención crítica.
La academia es otra cosa. Su pretensión es el saber
objetivo, y aunque éste sea muy difícil de lograr cuando el objeto analizado es
la política, su deber es mantener una mirada abarcadora, lejos de la
deformación partidaria y por supuesto en las antípodas del engaño consciente.
Faltar a esta norma ética fundamental es la principal
debilidad del documento de Carta Abierta leído por Ricardo Forster. Más que sus
arqueológicas categorías de análisis -sólo usadas en el mundo de hoy, y con
vergüenza culposa, en muy poquitos "países-museo"- su falencia más
grave es mentir a conciencia, con la sola justificación de elaborar un relato
adecuado para sostener el discurso político oficial.
Obviamente, ubicado este pronunciamiento en el campo de la
política, no está mal. Deberá ser leído con los filtros alertas de cualquier
inteligencia crítica. No quedaría de él mucho valioso.
Pero...pretender ubicarlo en el campo del debate intelectual
es imposible. No sólo por sus contradicciones intrínsecas, que lo atraviesan
del comienzo al final, sino por transgredir la obligación ética esencial de ese
campo, que es el respeto a la inteligencia. Si no a la propia, al menos a la
ajena.
Ricardo Lafferriere