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Por Enrique Szewach
jueves 19 de diciembre de 2013, 14:05h
Cuando era un estudiante de economía (ayer nomás), una buena parte  de los estudiantes universitarios soñaba con un mundo enteramente comunista.
 
Recuerdo que, en las discusiones y debates, (antes que aparecieran los fierros), muchos de los que estudiábamos economía, bromeábamos con la idea de que "Cuando todo el mundo sea socialista, deberíamos dejar al menos un país capitalista...para que fije los precios".
 
Como se sabe, en una economía de mercado, del sistema de precios surgen las mejores señales para la toma de decisiones de inversores, ahorristas, productores, consumidores.
 
 
Obviamente, como el sistema no es perfecto (por un lado, por imperfecciones de mercado, y asimetrías de información y, por el otro, por la imposibilidad, muchas veces, de incorporar a los precios "toda" la información disponible a cada momento), los gobiernos se preocupan por que el sistema funcione lo mejor posible, complementándolo con marcos adecuados de defensa de la competencia y del consumidor. Regulaciones específicas, libertad de comercio, etc. etc.
 
A su vez, la velocidad de los cambios tecnológicos y el surgimiento constante de nuevos productos y servicios y tipos de mercado, o los nuevos desafíos ambientales, tornan más difícil aún, tanto para gobiernos, como para el sector privado, definir el marco adecuado para que se determinen los precios óptimos.
 
Pero lo cierto es que, desde el comienzo de su gestión, el kirchnerismo, como aquélla estudiantina de los setenta, pretendió ignorar el sistema de precios.
 
Los precios, en todo caso, no reflejaban realidades ni preferencias, si no, el abuso monopólico de sectores poderosos. Así, y en lugar de combatir esas supuestas fallas de mercado, eficientemente, y dejar los precios libres, fijó precios artificiales para diversos productos y servicios, independientes del precio internacional, o del que surgiría de un mercado competitivo, o regulado técnicamente.
 
El argumento político más difundido fue el de "defender la mesa de los argentinos". Y los adjetivos centrales, en ese contexto, eran que los precios debían ser "adecuados" y reflejar "rentabilidades razonables".
 
Con ese esquema se obligó a los productores a subsidiar a los consumidores (la particular definición de "mejora en la distribución del ingreso" que tiene el populismo). Y, cuando el esquema se hizo insostenible, comenzaron los subsidios directos con fondos públicos, financiados con impuestos primero, expropiaciones varias después y, finalmente, con reservas del Banco Central y emisión. A más uso de reservas, menos impuesto inflacionario. A menos uso de reservas más impuesto inflacionario.
 
Por supuesto, el resultado no podía ser otro que el que preveíamos, cuando imaginábamos un mundo de precios surgidos de las discusiones del politburó, o de las presiones de los grupos de interés o los amigos del poder.
 
Destruidas las señales de precio o mal sustituidas, se cayó la oferta de muchos productos y servicios y se generó, de la misma manera, un exceso de demanda.
 
Las dos caras del mismo desastre.
 
Lo curioso, sin embargo, es que, para empezar a "solucionar" el problema, el gobierno de los que no creen en el sistema de precios creó una serie de programas "plus", petróleo plus, gas plus, etc., que reconocieron los precios "verdaderos" a la producción incremental. O el fondo del trigo que reconoce, eventualmente, precios sin retenciones.
 
Una cruza rara entre marxismo (con perdón de Karl) y marginalismo capitalista.
 
Entonces, el precio del petróleo, es uno (más bajo), para lo que ya se producía, y otro, más parecido al que surgiría del mercado, para ciertos incrementos de producción. Lo mismo con el gas. O con cierta generación eléctrica. O con algunos productos agrícolas.
 
Es decir, se ha reconocido, en voz baja, y sin confesarlo, que la única forma de recuperar oferta, es reimplantando los precios de mercado.
 
Por supuesto que, como todavía esos precios no se trasladaron plenamente a los consumidores y a toda la producción, sigue habiendo, problemas de oferta, excesos de demanda, racionamiento por cantidad, y lo único que se ha logrado es que suban los subsidios.
 
Es decir, sólo algunos efectos marginales, con más costo fiscal.
 
Pero uno de los precios centrales de la economía, que sigue totalmente controlado y "fuera de mercado", es la tasa de interés.
 
En efecto, en una economía como la Argentina, la tasa de interés debería reflejar, la tasa de devaluación esperada, más la tasa de interés internacional y una prima de riesgo particular.
 
Sin embargo, la alternativa elegida para evitar que la tasa sea la de mercado, ha sido el cepo cambiario (es decir un corralito, sin límite en el retiro de pesos, de cada banco, pero con límite cuasi cero al retiro de pesos del sistema para el atesoramiento de dólares).
 
Por supuesto, si la tasa de interés no refleja la tasa de devaluación esperada, entonces, los exportadores demoran, mientras pueden, la  oferta de dólares, y los importadores tratan de anticipar sus necesidades de divisas.
 
Las empresas y particulares no traen dólares y tratan de endeudarse en pesos. (Igual la cuestión de la pérdida de reservas, está vinculado al déficit fiscal monetizado. Y ese es el tema económico de fondo).
 
En este contexto,  surgió el plan "tasa plus".
 
Para lograr que las cerealeras adelanten dólares al Banco Central, y convenzan a los productores de liquidar la soja remanente, hubo que reconocerles, en una Letra de corto plazo del Banco Central, la tasa de mercado, es decir, la tasa de devaluación esperada, más una prima adicional.
 
Es decir que, así como hay precios diferenciales para el petróleo, el gas, y otros productos. Ahora hay una tasa de interés para los tenedores de pesos y una "tasa plus" (más del doble) para aquéllos que le ofrezcan dólares al Banco Central y se queden con los pesos.
 
Como se ve, y recordando aquello de las brujas. El equipo económico no cree en los precios de mercado, pero que los hay, los hay.
 
 
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