El pecado de Casero

No soy de los que banalizan el fascismo atribuyéndolo a cualquier prepotencia. Pero... ¡qué parecidos los métodos fascistas con la demonización masiva que está sufriendo Alfredo Casero!
 
Todo el aparato comunicacional del poder, desde "6-7-8" hasta Luis Ventura pasando por el abanico variopinto de la prensa oficialista han concentrado sus ataques en un hombre.
 
¿Qué hizo ese hombre para merecer ese castigo?
 
He reiterado hasta el cansancio, una y otra vez, la grabación de los twits de Casero cuestionando la actitud de un legislador, candidato a diputado nacional -por lo tanto, hombre público, en el campo de la política-.
 
Coincido con algunos de sus conceptos, discrepo con otros, y no entiendo otros. Pero confieso que no hay nada que me parezca que no forme parte de las críticas normales que cualquier persona que aspire a un cargo de ese nivel debe estar dispuesto a aceptar de un ciudadano. Me atrevería a decir que, en bloque, son hasta banales.
 
Ensañarse -como lo hace el apabullante sistema oficialista- con un ciudadano que emite una opinión adversa a un dirigente de tercer nivel del oficialismo no sólo es escasamente democrático: demuestra una pulsión autoritaria desgraciadamente vigente en un lamentable círculo político con poder irrespetuoso de los límites republicanos.
 
Casero es más que cualquier poder. Cualquier ciudadano lo es. Invertir los términos de la ecuación y creer que el sistema tiene más derechos que cualquier ciudadano, es sencillamente despreciable. Tanto como la actitud de la multitud de corifeos a sueldo que -sí...- recurren a métodos fascistas como escrachar masivamente a quien consideran opositor.
 
Tiempos difíciles para el estado de derecho, cuando se inventan justificaciones para privar de la palabra y la opinión a quien piensa diferente. Mucho más difíciles cuando la justicia opta por acomodarse al funcionamiento del sistema en lugar de ejercer su papel de supremo poder defensor de la libertad.
 
Tiempos en los que ejercer la libertad se convierte en pecado. El pecado de Casero.
 
Ricardo Lafferriere