Las libertades son concretas, existenciales. La libertad es
abstracta, esencial.
Herbert Read
Hay otro mundo, complejo, contradictorio, lo hay. El mundo
está en movimiento, siempre, con sus juegos de fuerza, sus estructuras
viciadas, sus sistemas huecos y guerras económicas, como siempre. Lo sabemos.
Hay otras miradas: estéticas, simbólicas, históricas, ideológicas. Discusiones
profundas y crisis estructural. Miseria,
hambre, injusticia social, egoísmo, realidades de poder y de codicia. Banalidad
y confusión y privilegios. Sin duda. Pero aquí la demencia lo cubre todo.
En verdad ya no sé como llamarlos. Se les puede definir como
sinvergüenzas, desvergonzados,
descarados. Tenemos otros nombres: caraduras, canallas, ruines. Sucede
que también son arribistas, aprovechados, oportunistas. O ladrones,
saqueadores, timadores. Suelen ser populacheros, populistas, demagogos. Y
además tienen versiones. Son indecorosos, cínicos, ubicuos, lábiles. Suelen ser
incondicionales hasta que dejan de serlo. Su buscan, se repelen, se abrazan y
se insultan.
Dicen cháchara, dicen
cipayo, dicen mercado. Se idealizan a sí mismos, discuten la fatalidad, el
psicoanálisis, la lealtad, las escaleras, los palcos y las intendencias. Dicen
coima y bailan el malambo. Dicen pueblo y cantan una cumbia villera. Cuando son
delicados acentúan las consonantes. Se disfrazan de cultos y plagian a Augusto; escriben acta est
fabula. (Del otro lado el vacío, otra
suerte de imbecilidad, otra erosión más del delirio a duo). Según la ocasión son opositores u oficialistas.
Sin leerlo son parte de una obra de Ionesco.
Siempre volubles, siempre enfrentados, siempre en la otra vereda. O en
la misma. Están aquí y están allá. Son fascistas de derecha, a veces. Son
fascistas de izquierda, casi siempre. También son híbridos, provisionales,
tumultuosos, de barrio, triunfadores. Huelen el poder, la comparsa, los bombos.
A veces son light, otras intentan ser elegantes: se mudan de barrio.
Defienden caudillos, lo
programático, los pactos. Luego mienten
y no cumplen con nada. Cantan marchas, levantan banderas, dicen birra, dicen
general, dicen revolución, dicen tercera posición dicen merengue.
Inexorablemente odian a los ingleses. Inexorablemente hablan de patria, de
escudos, de mutaciones. Lumpenes y sin formación.
Resentidos, huecos,
groseros. Tienen un repertorio complejo, con voces aliadas y voces cómplices.
Son belicosos, antiimperialistas, furibundos herederos de la barbarie. Y luego
son todo lo contrario: precisan sobrevivir. Entonces el desguace de los bienes
nacionales. Y otra vez el sistema, los sindicalistas conversos, los empresarios
conversos, la legión de excluidos. Deformados y con caries. Anuncian planes quinquenales, planes por
décadas, proyectos al infinito. Son aliados y enemigos de monólogos, de
fachadas, de consignas. Oscilan entre la perplejidad y el desaliento, entre la
corruptela y la frivolidad generalizada. Entre los negociados y la sonrisa
visceral. Son espasmódicos, obsecuentes, mediocres, triunfalistas. Reniegan
prolijamente de lo ético, de la historia, de la razón. Viven en una
circularidad repetitiva. Abundan en coreografías, en figuras retóricas, en
beneméritos compatriotas. Corroboran pactos zurcidos entre gallos y medianoche,
alzan los hombros y miran de soslayo. Y mezclan todo, absolutamente todo. De
allí el guiso criollo, la caldeirada de la cual hablaba mi madre. Se sostienen
por emblemas y traiciones, por herencias, epitafios, falsificaciones,
monaguillos y miserias. Tienen destrezas circenses, olvidos institucionales,
carcajadas gastronómicas. Se van haciendo cada vez más ricos gracias a los
pobres. Hacen pobres para detentar el poder y hacerse ricos. Mastican entre
codazos cómplices, tienen el guiño del jugador de truco, el lenguaje
profiláctico del parlamento, el fervor del barrabrava. Olímpicos ganan siete a
cero, treinta a cero. A veces son tribales, a veces quieren ser caballeros
normandos.
Ellas son rubias teñidas, coloreadas. Son del conurbano,
miran todo desde un supermercado chino, desde un shopping. Aplauden, siempre
aplauden. Siempre aplaudieron. Y se olvidan. Entonces vuelven a ser obstinados.
Y la gente se olvida, y siga siga siga el baile y dalé que te dalé y dalé que
te dió. Y todo es senil. Y del otro lado
no hay lado. El vacío de lo mitológico, desplazamiento que pierde credibilidad,
folclore autóctono, chovinismo liberal. Son anacrónicos. En todo son anacrónicos.
Variantes de escaramuzas, variantes de montoneras con levitas, variantes de
estatuas y crucifijos. Ya no hay terciopelo y el pavo real se pasea con varas
sin plumas. Y la escena esta cerca de los dioses. Francamente deleznable.
¿Ineludible?
No admito nada por encima de mi
Max Stirner
Carlos Penelas /
Buenos Aires, julio de 2013
www.carlospenelas.com