Por
Facundo Suárez Lastra
martes 30 de abril de 2013, 23:49h
Soy de los que creen que lo que el kirchnerismo denomina el
modelo existió. Tuvo resultados tan buenos como efímeros. Ahora se agotó y
estamos asistiendo a un final de época que va a ser estudiado más por sus
defectos que por sus virtudes.
El avance sobre la independencia del Poder Judicial es el
último escalón de una avanzada gradual y progresiva que fue pulverizando la República.
La reforma que se pretende en el Consejo de la Magistratura es la
expresión más acabada de la radicalización populista del Gobierno.
En sesenta años de vigencia, es de lo más grave que ha
intentado el peronismo en el gobierno. Lo que denominan la democratización del
único poder al que no había llegado la soberanía del pueblo es una negación
directa del texto y del espíritu republicano de la Constitución Nacional.
Esto, lejos de democratizar la
Justicia, deteriora la democracia.
Modales y modelo se confunden hoy. Mientras las cosas
andaban bien en la economía y en lo social, la oposición se concentraba en los
modales, hoy queda claro que no sólo alcanza con mejorar los modales, hay algo
central en la gestión del modelo económico que lo pone en crisis, y sentencia a
la Argentina
a desaprovechar el mejor momento histórico para la región. No saldremos de esta
situación sólo mejorando los modales; se sale cambiando el modelo.
Terminando el mandato de Néstor Kirchner, el país exhibía
una fuerte y positiva recuperación de la autoridad presidencial, una
revaloración de la política como medio de superación de las peores crisis y la
articulación de los conflictos sociales; una fuerte recuperación económica
basada en el aumento del salario real y el consumo popular y la combinación del
fenomenal salto productivo desarrollado en los últimos veinte años en el sector
agrícola junto con un enorme crecimiento de los precios de nuestros productos
exportables.
Todo esto se tradujo en los denominados superávits gemelos
en lo fiscal y comercial, tipo de cambio alto que contribuía a la
competitividad y caída del desempleo, una mirada atenta sobre la inflación, que
la mantenía en los niveles aceptables que con tanto esfuerzo la Argentina venía
sosteniendo durante más de una década después de haber sido el país del planeta
que más altas tasas de inflación sostuviera por el período más largo de tiempo,
desde fines de la década de los 40 hasta principio de los 90.
A pesar de los excelentes resultados de este período, el
Gobierno percibió que había una demanda importante de mejora en el plano
institucional. La presentación de Cristina Fernández de Kirchner como sucesora
de su marido se explicaba en la idea de revitalizar la importancia de lo
institucional y se invocaba la política de transversalidad, por la que se
sumaba a las filas del proyecto a radicales, socialistas e independientes procurando
superar así lo que los mismos integrantes del modelo denominaban el peronismo
más recalcitrante.
Comenzó allí esta relación entre modales y modelo. El inicio
no fue bueno para los modales, la
Presidenta que venía a mejorarlos debutó con el escándalo de
los 800 mil dólares encontrados en la valija de Antonini Wilson. Se podría
decir que de allí en adelante casi no hubo señal alguna de cuidado y avance en
mejores formas republicanas, sino todo lo contrario: una escalada progresiva
que su gradualismo dificultó que fuera advertida en su real dimensión.
Lo que se denominaba transversalidad entre fuerzas y
espacios políticos distintos no fue tal sino una escandalosa cooptación de
algunos sectores de la oposición.
Gobernadores e intendentes de otros partidos políticos
fueron sumados al proyecto del Gobierno en lo que fue la primera señal, en
general no advertida, de una actitud antidemocrática y antirrepublicana. No se
dialoga con la oposición, se la vacía.
El enfrentamiento con el campo, el sector más dinámico y
productivo de la economía argentina; la
Ley de Medios, que lejos de buscar la pluralidad de voces
anunciada, concentra en empresarios amigos del poder una enorme red de medios
de comunicación a lo largo y a lo ancho del país, y construyó una suerte de
monopolio del relato oficial: cada vez es más difícil encontrar, por ejemplo,
un canal de televisión que no obedezca a la estrategia delineada en la Casa Rosada; la
confiscación de las acciones de YPF, al margen de la decisión que no compartí,
y lo hice público en su momento, significó una señal de que se podía expropiar
y hacerse cargo de una empresa sin la previa indemnización que requiere la Constitución. De
igual manera, el escandaloso caso Ciccone, que dejó manifiesta la forma oscura
con que el Gobierno maneja la cosa pública, arrastrando a todo el Congreso a
ocupar su tiempo en tapar los negociados clandestinos de los amigos del poder;
la agresiva relación con el pueblo y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que
hacen que la vida de 10 millones de personas esté signada por las mezquindades
y estrategias que impone la lógica de ver enemigos en todo aquel que no
obedezca, o por lo menos se quede callado; la forma en que se aprueban leyes
que son vitales para todos los argentinos han sido las señales más notables,
entre otras, de una fuerte degradación institucional, que se está haciendo
notar en la abrupta caída de las inversiones y las reservas que son el medidor
más ajustado de la confianza de los ciudadanos en su propio país.
El cambio de clima de época, el agotamiento de este modo de
hacer política y de conducir la economía, están siendo interpelados por un
clamor que llena las calles y se expande por las redes sociales con la fuerza
de un huracán.
Importantes investigaciones periodísticas están demostrando,
a los ojos de la población, que sigue en la misma cantidad y con la misma
atención que el mejor de los partidos de la Selección de fútbol la
forma en que ilegalmente se han enriquecido los más importantes funcionarios
del modelo y sus empresarios amigos: la nueva oligarquía argentina.
La gente no sale a la calle ni por los dólares ni por la
falta de entendimiento del "modelo". La gente sale a la calle porque siente el
agotamiento de un sistema mentiroso que al final de la fiesta deja nuevamente a
la Argentina
sin reservas, sin obras públicas, sin logros en la educación ni en el sistema
de salud, y mucho menos en el transporte, sin radares que controlen quién entra
y quién sale de nuestro espacio aéreo, sin haber construido fuertes estructuras
sociales con mirada hacia el futuro. La gente sale porque el kirchnerismo
despreció el futuro como meta, y hoy el futuro se le vino encima, en forma de
inundación, de ausencia de inversiones, de una fuerte falta de credibilidad en
el mundo, muy diferente de lo que les pasa a nuestros vecinos en la región.
Este año se cumplen treinta años de democracia. El sistema
está consolidado y no corre peligro a pesar de los arrebatos autoritarios del
Gobierno. Aparecen reservas morales y compromisos ciudadanos que indican que el
cambio es posible y dependerá de la lucidez y energía con que se ofrezcan las
opciones.
Este es el año en que se puede empezar a cambiar los modales
y el modelo.
Por Facundo Suárez Lastra.
Ex intendente de la Ciudad de Buenos Aires por la Unión
Cívica Radical