El problema no es salir, sino hacia dónde

                Existen herramientas conocidas y suficientemente probadas para salir del atolladero en que nos ha metido la gestión de Cristina y Moreno. Las ha diseñado  y experimentado empíricamente en forma más que suficiente la ciencia económica.
 
                Sin embargo, no dejan de ser eso: herramientas. La gran mayoría, válidas. Pero es como tener un martillo, una pinza o una tijera. Para usar la herramienta, debe conocerse antes qué quiere hacerse con ellas. Y usarlas bien, para lo que fueron diseñadas.
 
                Sacar un tornillo con una tenaza,  clavar un clavo con la pinza, o apretar una tuerca con el destornillador posiblemente no resultará aunque se trate de una tenaza de acero, una pinza de alta calidad o un destornillador alemán de precisión.
 
                El gran problema del gobierno, y por eso el gran problema argentino, es que no tiene idea qué hacer con las herramientas.
 
                Si su objetivo principal fuera, pongamos por caso, retomar la capacidad de crecimiento, no habría secretos: es necesario recuperar la inversión, para lo cual el método no es sólo económico sino político y pasa por reconstruir la confianza en la seguridad jurídica y el estado de derecho y liberar las iniciativas de emprendedores e inversores.
 
                Si el propósito prioritario fuera detener el proceso inflacionario, tampoco habría secretos. Los aspectos monetarios requieren adecuar la cantidad de dinero circulante a los requerimientos de la economía, los estructurales corrigiendo los cuellos de botella que provocan desequilibrios al limitar la oferta y los sicológicos generando confianza en los actores económicos para preferir reactivar la oferta al atesoramiento, a  la fuga o la esterilización de las reservas de valor.
 
                Llevando el análisis al extremo, si el objetivo fuera desatar un proceso revolucionario, éste con más razón requeriría saber qué hacer. Construir una "sociedad socialista" -a pesar del fracaso que ese camino demostró en las últimas décadas del siglo pasado en los países que lo siguieron-, tampoco oculta muchos secretos: sería necesario un equipo público coherente planificador de grandes inversiones de infraestructura, transformar la legislación  -incluso constitucional- para crear los nuevos actores de acumulación y diseñar un nuevo sistema institucional de decisiones económicas, controles y mecanismos que reemplacen las funciones que en la organización capitalista realiza el mercado.
 
                El gran problema de la Argentina, kirchnerista y de gran parte de la oposición, es que no tiene en claro sus objetivos. Obviamente, la consecuencia es que los ciudadanos toman sus decisiones como si no existieran conducciones, o más bien tratando de imaginar con qué novedad aparecerán cada semana para ponerse a cubierto de sus efectos dañosos, que descuentan que los tendrán como víctimas. Frente a esta conducta ciudadana, afortunadamente vital y profundamente racional, el poder actúa en forma espasmódica.
 
                Aumentar el desequilibrio monetario, reforzar los cuellos de botella, ampliar la desconfianza, cerrar la economía por decisiones voluntaristas, anular las funciones del mercado sin crear instituciones adecuadas de reemplazo, mirar la economía sólo con el ojo de la demanda olvidando la parte más importante del circuito, que es la generación de riqueza, tiene un resultado inexorable: el que vemos. Inflación primero, estancamiento luego y por último implo o explo/sión, o ambas a la vez, según la clase de desequilibrio que se haya generado.
 
                Lo que antecede no es una singular epifanía de quien esto escribe. Lo han repetido y lo vienen repitiendo hasta el cansancio los mejores economistas y politólogos del país. No se diga luego, cuando estemos cayendo al vacío, que nadie advirtió sobre las consecuencias.
 
 
Ricardo Lafferriere