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Síganme los buenos

Síganme los buenos

Por Nicolás Lantos
sábado 23 de marzo de 2013, 16:27h
La espera por algún movimiento del gobernador de la provincia de Buenos Aires, que modifique de cuajo el escenario político local en un año de elecciones, es casi un lugar común de la política argentina de los últimos años. El rol de Daniel Scioli, por su trayectoria y el distrito que gobierna, es distinto al de oficialistas y opositores.


Durante años (por lo menos desde el 2008 o desde el 2003, depende de quién lleve la cuenta) la derecha argentina se repitió como un mantra un anhelo en forma de pregunta: ¿Cuándo va a romper Scioli? El ex motonauta, subido al peronismo por el estribo menemista en los 90's y proyectado como dirigente a tener en cuenta por obra y gracia de Eduardo Duhalde, dejó de lado, a instancias del hombre de Lomas de Zamora, una promisoria carrera hacia la jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires para ubicarse en la butaca de copiloto en la boleta de Néstor Kirchner cuando todavía nadie la daba como favorita. Un par de guiños a la derecha durante los primeros días en la presidencia del Senado y una violenta respuesta del kirchnerismo bastaron para signar el tono general que tendría la relación durante la siguiente década: desconfianza mutua, mutua necesidad, y la certeza de ambas partes de estar a bordo de dos vehículos que, a velocidad creciente, se aproximan a una colisión casi inevitable.

¿Cuándo va a romper Scioli? se preguntaron durante años columnistas y analistas y operadores y candidatos de la derecha argentina, esperando el regreso del hijo pródigo al hogar que nunca debería haber abandonado (nota para seguidores de Game of Thrones: DOS como una suerte de Theon Greyjoy bonaerense, seguramente menos impulsivo). El anhelo parece válido. Si bien es un dirigente más pragmático que los economistas que consulta, y luego de una década de ejercicio del poder, ha aprendido varias cosas más que muchos de sus aliados wanna-be que se limitan a pensar campañas publicitarias y salir en canales de TV por cable, la ideología (perdón por la palabra) y, más importante, los compromisos del gobernador, lo ubican de forma inequívoca en un lugar político muy distinto al del oficialismo.

En el medio de este intríngulis está la provincia de Buenos Aires: el principal distrito electoral del país sin el cual es impensable una victoria presidencial, para ninguno de los dos espacios que, hoy está claro, pujan por ese premio aún cuando todavía no terminaron de definir los límites que los separan. Ambos se atribuyen la potestad sobre la porción más grande de la torta de votos que, cuando fueron juntos, fue de entre el 32 y casi el 60 por ciento de los sufragios de las provincias, nada despreciable. La Casa Rosada está convencida de contar con el favor de casi todos los intendentes del conurbano, las cooperativas y la militancia, sin contar el arrastre de la Presidenta. En La Plata confían en la popularidad de Scioli y conjuran que en ese escenario unificaría prácticamente todo el voto opositor, que carece de otros candidatos competitivos en el distrito.

(Un datito, para malpensados: ninguno de los dos bandos dejaron filtrar los resultados de las encuestas que encargaron para medir cómo funcionaría una lista del Frente para la Victoria encabezada por Alicia Kirchner, Florencio Randazzo o Sergio Massa yendo en octubre a competir contra una boleta sciolista que lleve como candidatos al mismo gobernador, a su mujer Karina Rabolini o a Sergio Massa.)

¿Cuándo va a romper Scioli? La pregunta crece en intensidad cada vez que se acerca un proceso electoral y vuelve a bajar una vez que la fecha de los comicios pasa y Daniel Osvaldo permanece en el lugar de siempre. Pero cada vuelta suena un poco más fuerte que la anterior. Ahora, sin ir más lejos, parece un murmullo intenso y constante que funciona como música de fondo de todas las jugadas que se dan siempre a medio año de una elección. Ni Mauricio Macri, ni Hermes Binner, ni Elisa Carrió, ni Ricardo Alfonsín están a salvo de los coletazos que tendrá una movida en este sentido, cuyas consecuencias, que dependen en gran parte de cuándo y de qué manera suceda, serán sísmicas en el mapa político argentino.

El gobernador sigue doblándose sin resquebrajarse: esta semana dos de los principales operadores en las sombras decidieron salir del clóset. Nada menos que el mismo Duhalde y el inefable Alberto Fernández blanquearon su relación con La Juan Domingo, nave insignia de esta jugada política. El nombre de esa agrupación remite, de alguna forma, al "peronismo de Perón", esa trampa dialéctica que se ubica adonde convenga hacerlo en cada momento, y que se parece bastante al "kirchnerismo de kirchner" que dicen proponer DOS, Fernández y otros de sus adláteres como el ex candidato a presidente por la UCR, Roberto Lavagna, y el amante de los caballos Julio Bárbaro.

Cristina, en tanto, espera. Curiosa inversión: a aquella a quien se le endilgaba mayor debilidad a medida que se acercase el final de su mandato, da más muestras de paciencia y parece ir perfilándose como la gran electora de cara a 2015. Para eso, claro, deberá pasar con aire el examen de medio término. En su discurso de apertura de sesiones legislativas dio pistas de su estrategia: no habrá negociaciones a la hora de armar las listas, que saldrán, una vez más, desde la Casa Rosada. Scioli va a recibir esa última oferta. Aceptarla significaría seguir apostando a que el kirchnerismo, a falta de un plan C, vaya a buscarlo, algo cada vez más improbable. Romper: ir a internas o jugar por afuera, competirle a CFK la jefatura del movimiento en su propia cancha y con la hinchada en contra.

Ante esta perspectiva, no son pocos los que empiezan a retirar sus apuestas sobre el favorito. El éxito de su lance juega toda su suerte a elegir el momento justo para abandonar definitivamente el barco. No son pocos los legisladores y dirigentes peronistas, de esos que podrían haber quedado en cualquiera de los dos bandos en el reparto de bienes, dependiendo de cómo fuera el divorcio, que empiezan a evaluar que para Scioli ya es demasiado tarde para romper, pero también demasiado tarde para quedarse y ser ungido. Algo de esto notan otros hombres con aspiraciones altas y que solían compartir con Scioli las mismas compañías políticas. Hablamos de otros gobernadores, más jóvenes, que están en pleno proceso de quemar lazos con operadores de la derecha que antes los visitaban seguido y volver al redaño, sumándose a la carrera de la sucesión por adentro. Algo de eso pudo verse el fin de semana pasado en el encuentro que mantuvo Gestar la semana pasada.
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