Los cuentos de Borger y otros senderos que se bifurcan

Las discusiones que se dieron en el Senado, previas a la sesión del jueves próximo para tratar el acuerdo con Irán, que permitirá avanzar en la causa por el atentando a la AMIA, dejaron a la vista la imposibilidad de dirigentes opositores de trascender a su rechazo visceral hacia las iniciativas del gobierno nacional.



El atentado contra la AMIA parece ir cobrando la dinámica de algo así como una tragedia a repetición. Al horror del ataque, artero y cobarde, que está en el núcleo del hecho criminal, se le sumaron luego las acciones y omisiones que dejaron un terreno fértil para la más flagrante impunidad. Justamente de allí surge una primera bifurcación en las responsabilidades, línea que conduce al corazón del menemismo y que también espera una acción contundente de justicia.

A esas multiplicaciones recurrentes del dolor, agudizado por cada momento transcurrido en la postergación de la verdad, deben sumársele hechos en modo alguno accesorios. La aparición de una figura como la del Fino Palacios en el staff soñado oportunamente por Mauricio Macri para remozar la seguridad porteña, grafica la gravedad y potenciales riesgos que acechan en la trama de complicidades y encubrimiento surgida desde el delito de origen. Y así como esa abortada candidatura invalida cualquier verosimilitud en la pomposa indignación manifestada recientemente por el Jefe de Gobierno porteño respecto del atentado, los años transcurridos sin avance alguno en el camino de la justicia deberían actuar como barreras de pudor para muchos protagonistas del momento presente de la causa.

Los debates preliminares a la sesión del jueves próximo en el Senado para discutir el acuerdo con Irán han sumado oscuros ornamentos a esta saga siniestra. ¿Cómo leer de otro modo las balbuceantes respuestas de la oposición parlamentaria para intentar sostener su rechazo a la estrategia del Gobierno nacional? En el mismo sentido operan las zigzagueantes declaraciones de Guillermo Borger, actual presidente de la mutual judía, en una sucesión de infortunios verbales entre los que la mención de un tercer atentado y el uso de la expresión punto final no deben tomarse como inocuos furcios discursivos. Del mismo modo, los insultantes epítetos de traidor e irresponsable expresados por Marcos Aguinis sobre el canciller Timerman, suman a su carácter ofensivo la pretensión de acotar el tema en una interna comunitaria cuya perspectiva bien puede asociarse a un ghetto conceptual que contamina además la dimensión y las proyecciones del tema.

Entre estos desvíos de dudosas intenciones cobra una vez más un lugar destacado el rol de Clarín y La Nación en su cotidiana tarea de militante desinformación. Pero conocidos sus intereses -los explícitos y los otros- lo que resulta sorprendente es el aparente acatamiento de muchos representantes y dirigentes partidarios así como las alianzas nacidas al calor de su encono contra el oficialismo. La fidelidad de lector del senador Sanz hacia las mencionadas corporaciones mediáticas no tiene como única consecuencia su eventual cumbre de patetismo parlamentario al susurrar un argumento del nivel de su "no lo leí". Expresa también la triste memoria que despierta la marcha conjunta de radicales y socialistas en la votación del próximo jueves. Hacia finales de la década de 1920, cuando el principal objetivo de la oligarquía vernácula era detener las conquistas a las que pudiera arribar un yirigoyenismo triunfante, la acción de dirigentes socialistas propugnando una alianza con los conservadores dio lugar a una figura conocida históricamente como el "contubernio". El golpe de Uriburu fue la consecuencia ulterior de conspiradores y mezquinos que, como algunos contemporáneos, parecen ignorar la necesidad del respeto a la Razón de Estado. Con ellos marchan también algunos no carentes de buenas intenciones. Suele suceder. Valga para ellos el consejo de Arturo Jauretche cuando aconsejaba no caer en el error de rechazar frontalmente lo bueno en aras de lo mejor. Sobre todo cuando las condiciones pueden propiciar que regrese lo malo.