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Un país para todos o para pocos

Un país para todos o para pocos

Por Alberto Dearriba
domingo 17 de febrero de 2013, 17:03h
El jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, avanzó la semana pasada en su estrategia de convertirse en el más cerrado opositor del gobierno nacional, al asegurar sin que se le moviera un pelo, que volvería a privatizar la televisación del fútbol que el kirchnerismo le devolvió como entretenimiento gratuito a los sectores más postergados.

Los críticos del alcalde porteño deberían convenir que el ex empresario es cada vez más coherente en la defensa de intereses de minoritarios, en su cuestionamiento a la política y al Estado, y en su defensa del mercado.

Macri juzgó que el fútbol se organizaba bien sin la intervención de la política y que si fuera presidente de la Nación desmantelaría el programa Fútbol para Todos, que devolvió a los sectores más pobres, la posibilidad de ver los goles de sus equipos en vivo y en directo, sin pagar por ello.

Si bien algunos de sus asesores se mostraron sorprendidos por la afirmación poco política en un año electoral, otros observadores consideraron que en realidad el pelotazo del alcalde está especialmente dirigido a los sectores antipolíticos y antiestatales que ven en esa estrategia oficial la más baja abyección del populismo.

Macri no se privó obviamente de desarrollar el falaz argumento de que los recursos que se gastan en las trasmisiones gratuitas del deporte más popular del mundo podrían ser aplicados a reducir la pobreza y a mejorar la educación.

Con el mismo criterio, sus críticos podrían sostener que los recursos que se invierten en construir una vía rápida para el transporte público sobre el verde de la avenida más emblemática de Buenos Aires y sobre una línea de subterráneo, podrían ser aplicados a mejorar las escuelas y los hospitales porteños.

En realidad, el gobierno nacional no dejó de aplicar políticas inclusivas para reducir la pobreza o para incrementar el nivel de empleo, por el hecho de haber liberado a la pelota de fútbol de un monopolio que obligaba a una suscripción para gozar en vivo y en directo de la pasión de los argentinos.

El prejuicio antipopular suele condenar al fútbol como una actividad plebeya, que no merece ser subsidiada, ya que es impropia de sociedades civilizadas.

Sin embargo, esa visión elitista omite señalar que ese deporte promueve manifestaciones culturales masivas en la mayoría de los países del mundo. Y que todos los excesos que se producen en las canchas de fútbol, aquí o en la civilizada Europa, no corresponden específicamente al deporte, sino a taras sociales que se expresan en los estadios y que deben ser combatidas con más educación.

Pese a provenir de la dirigencia del club más popular de la Argentina, Macri no hace más que alimentar un prejuicio antifutbolero y elitista que combina con la adoración del mercado, propia de la dictadura del 76 y del menemismo en los 90.

Para el alcalde porteño, es malo que la política o el estado se metan con el fútbol, porque defiende las leyes del mercado, con las cuales se desprotege a los más débiles y se favorece el negocio de unos pocos. Tiene una pésima percepción del rol del estado porque sabe que cuando reina el piedra libre, los que ganan son los más poderosos, la gente bien y no los desarrapados.     
  
Durante mucho tiempo, Macri prefirió mostrarse como un conciliador que se oponía a confrontar, porque eso significaba echar leña al supuesto clima de crispación generado por el kirchnerismo.

En lugar de responder a las críticas del gobierno nacional a sus políticas, prefería victimizarse siempre. En vez de aclarar con argumentos convincentes las acusaciones de haber favorecido una red de espionaje, acusó al gobierno nacional de haberle armado una causa.

Y en lugar de asumir en tiempo y forma sus obligaciones con el subterráneo porteño, anduvo dando vueltas hasta que no le quedó más remedio que hacerse cargo. 

Pero desde hace un tiempo, ha decidido agudizar su condición de contratara del kirchenrismo, para lo cual, donde el gobierno pone al estado, él prefiere reivindicar al mercado.

En un reportaje concedido a La Nación el año pasado, Macri desempolvó la teoría del derrame, que constituyó el fundamento del modelo neoliberal de los 90. Se trata del famoso cuento que indica que si se libera a la economía de sus ataduras, se produce un crecimiento que derrama luego prosperidad sobre todos los sectores sociales. En la práctica, el derrame de los 90 llegó solo a los banqueros y a sectores vinculados a intereses externos.

Ese experimento terminó con una cuarta parte de la mano de obra activa desocupada y voló por el aire, junto con el sistema político, en 2001.

Días atrás, Macri sostuvo que para controlar la inflación había que restringir la emisión monetaria y terminar con el "despilfarro".

En términos económicos, se trató de un sincericidio tan claro como el que ahora cometió con la pelota, ya que la restricción monetaria es la base de todos los ajustes que se aplicaron en la Argentina con los resultados conocidos y los que se aplican hoy sobre pueblos condenados a la desocupación creciente, como el español y el griego. Y el "despilfarro" son los planes sociales que el estado sostiene para "los vagos que no quieren trabajar".

Con todo, las definiciones de Macri tienen un costado positivo: sirven para que los electores conozcan claramente las ideas de un hombre que aspira a gobernar la Argentina a partir del 2015. Sus propuestas, constituyen ciertamente la contratara del modelo actual. Como en el fútbol, los argentinos decidirán entre sintonizar un país para todos o para pocos.
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