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De abismos y puentes

De abismos y puentes

Por Ricardo Lafferriere
sábado 19 de mayo de 2012, 19:26h
Cualquier dirigente con alguna experiencia política sabe -y si es oficialista hoy, lo tiene absolutamente en claro- que el único peligro para la continuidad del arco populista en el poder en cualquiera de sus variantes, que oscila en la mitad del electorado argentino, es la confluencia de lo que está enfrente. 
La eventual construcción alternativa requiere dos pilares: una estructura política nacional articuladora de la confluencia democrática inclusiva, y la contención absolutamente mayoritaria de las amplias clases medias argentinas, cuyo agregado electoral decisivo y simbólico está en la Capital Federal, la que no sólo lo es del país sino también de esas clases medias. Éstas, en efecto, cubren toda la Argentina pero se concentran demográfica y electoralmente en la ciudad de Buenos Aires 
Si traducimos esta afirmación a la política concreta, la conclusión es que para el oficialismo es imprescindible cortar de cuajo cualquier acercamiento entre el radicalismo y el PRO, y su obsesión, tanto en el plano discursivo como a través de sus operadores directos e indirectos, apunta mantener y si es posible profundizar esa cuña. Mantener un abismo entre ambas expresiones políticas, le significa dormir tranquilo al menos mientras dure la actual conformación político-cultural de nuestra sociedad. 
La insidiosa prédica populista ha impregnado el campo democrático y republicano, sembrando la intolerancia que en algunos casos es ingenua y en otros no tanto. Las declaraciones de algunos dirigentes radicales y socialistas que en estos días, a la vez que acercan posiciones con el oficialismo marcan diferencias impostadas y pocas veces explicitadas con el PRO, por ejemplo, son claros ejemplos de un camino sin salida. 
El oficialismo sabe que su continuidad no está en peligro si su rival no obtiene al menos el 60 o/o de apoyo en la Capital Federal o carece de una estructura nacional.  Por eso, cuando importantes dirigentes no oficialistas marcan su distancia con ese electorado - que en el presente ciclo político se expresa mayoritariamente por el PRO - están notificando al país que cualquiera sea su contenido discursivo, no aspiran seriamente a gobernar en el corto plazo. 
¿Hay en esto una raíz ideológica? Claramente no, si observamos que el arco oficialista cubre todo el espacio que va desde Hebe de Bonafini a Carlos Menem, de Daniel Scioli hasta Carta Abierta, desde Sabatella hasta Lescano o Caló. Los une la vocación de poder y el modelo populista, que reemplaza la ciudadanía por el clientelismo y el estado de derecho por el desmantelamiento institucional. 
Un proyecto de poder alternativo, democrático-republicano y socialmente inclusivo, requiere una ingeniería política similar, pero justamente en las antípodas. Su objetivo sigue siendo el mismo del frente político y social que impulsó Raúl Alfonsín en 1983 con casi idéntica misión: la reconstrucción democrática. Y como entonces, su, extensión debe ser pluri-ideológica, aunque intransigente en su compromiso con el estado de derecho funcionando libre y plenamente. 
Como entonces, debe abarcar al pensamiento progresista y al moderado, al centro izquierda y al centro derecha, a los intelectuales avanzados y a los partidos provinciales de raíz conservadora, si se quiere a los herederos de Yrigoyen y a los de Alvear, de Pellegrini y Sáenz Peña, a los de Justo y Palacios. 
Ésta afirmación no implica negar las diferencias claras que existen y deben existir entre las fuerzas políticas distintas, que además deben seguir siéndolo. Al contrario, reivindica el valor de los acuerdos para las etapas, que deben expresar las respuestas a la agenda prioritaria de cada situación, sin que implique coincidencias finalistas sino acuerdos para enfrentar en determinados momentos históricos los problemas de cada circunstancia. Eso son las coaliciones, imprescindibles en todas las democracias. 
El ejemplo maduro de la concertación chilena marca, muy cerca de nuestra geografía, una respuesta exitosa. A los socialistas no sólo le dieron un golpe sangriento en 1973 sino que hasta le mataron un presidente, en una asonada que contó con la simpatía- y hasta el apoyo, en algunos casos- de sus rivales políticos. Sin embargo, recuperada la democracia, los antiguos rivales irreconciliables de izquierda y de derecha, socialistas y demócratas cristianos, fueron capaces de poner en marcha una ingeniería política exitosa que gobernó por dos décadas y llevó a Chile al liderazgo que ejerce hoy en la región. Similar estructura tienen las exitosas coaliciones de gobierno en Brasil, que han conducido a ese país a  participar del selecto grupo que define la gobernabilidad global. 
El gran secreto es la discusión franca y transparente entre los socios, la sensibilidad para detectar los temas de agenda para los que la sociedad reclama atención, la elaboración de un programa claro para enfrentarlos, una ingeniería de participación en la gestión de gobierno de acuerdo a la representatividad de cada fuerza según su presencia parlamentaria, y la selección de los candidatos - nacionales y locales - en procesos electorales limpios y sin amañamientos a través de elecciones abiertas que garanticen absoluta transparencia y canalicen la legitimidad ciudadana. 
En síntesis, no profundizar abismos sino tender puentes, que por otra parte son esperados y reclamados por la otra mitad de los argentinos que no comulgan con el camino vigente.
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