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Tres etapas de una gran falacia

Tres etapas de una gran falacia

Por Ricardo Lafferriere
viernes 30 de marzo de 2012, 13:10h
Desde el 2003, un "estado cultural" especial pareció haberse adueñado de la mayoría de la población, aunque también del ambiente económico, periodístico, analistas de situación y hasta de los organismos internacionales: la Argentina protagonizaba un crecimiento a "tasas chinas", y se ubicaba entre los primeros países del mundo en sus índices económicos.
 Primera falhacia
  Desde nuestra humilde mirada no especializada, algo no nos cerraba y lo reiteramos hasta el cansancio en nuestras columnas, ya en el 2005: en esas cuentas faltaban factores. El "crecimiento" de la producción y el consumo no era tal, sino que sólo se estaban poniendo en marcha máquinas que se habían detenido por la pesificación asimétrica y la megadevaluación duhaldista. Era tan sólo una reactivación de lo existente, o sea volver a mover lo que habían parado con su irresponsable accionar quienes hicieron lo posible para detonar la crisis. Y esta reactivación estaba apoyada en el fortísimo aporte de las exportaciones primarias.
 Cualquier cuenta que tuviera como inicio comparativo el piso de la crisis  en el 2002 daría un saldo positivo, pero ello nada significaba si no se enmarcaba en cambios estructurales de fondo, que le dieran cimientos sólidos a la nueva marcha. Como dice el sabio verso de Serrat, "bienaventurados los que están en el fondo del pozo, porque a partir de allí sólo cabe ir mejorando". Con Duhalde, con K, o con cualquiera.
 Y si ese ascenso tiene como combustible una sedienta demanda alimentaria mundial, mejor aún. De nuevo: Con Duhalde, con K, o con cualquiera. No en vano el campo fue el único sector que aumentó en términos reales su producción a niveles anteriores a la crisis actuando en estos años como auténtica locomotora de la economía argentina, a pesar del destrato.
 Pero cuando la economía recuperó el nivel previo a su caída, el límite a la primera falacia quedó marcado, y comenzó la segunda.
 Segunda falhacia
El país aparentemente siguió creciendo "a tasas chinas", pero en realidad dejaron de computarse otras variables. Éstas eran las apropiaciones de recursos estratégicos existentes, que se confiscaron para volcarse al consumo. El país pasó a "comerse" sus ahorros previsionales generales, sus reservas en divisas, sus cajas jubilatorias específicas, sus reservas de hidrocarburos, la amortización de la infraestructura pública y cuanta "caja" pudiera ser apropiada para mantener la ilusión. Lo hemos venido diciendo en todos estos años en estas notas, que puede leer quien quiera.
 En la cuenta del "crecimiento" no se descontaba lo que se estaba liquidando, sometido al silencio o el ocultamiento. Lo curioso era la cadena de comentaristas económicos, consultoras y organismos, aún opositores, que seguían insistiendo en el "milagro argentino", a pesar de ser evidente que consistía en mega-transferencias ilegales o cuasi-ilegales destinadas a mantener la ilusión de riqueza, apropiaciones que además, no aparecían en las estadísticas.
 Tercera falhacia
Hasta que estos recursos también se acabaron y llegó la tercera etapa, la del arranque inflacionario. Las defraudaciones dejaron de ser puntuales y se extendieron a toda la sociedad. Ante la insuficiencia de recursos para mantener la ilusión del "relato", el oficialismo decide "fabricarlos". En el 2007 comienza a recurrir abiertamente a la emisión o "impuesto inflacionario", y al encontrar límites que el propio Néstor Kirchner -que era un autócrata, pero no comía vidrio- había puesto a la emisión monetaria para financiar el Estado, decide borrarlos, reformando la Carta Orgánica del BCRA y colocando el país al borde del abismo.
 La presidenta ha decidido apropiarse de los ingresos monetarios de los argentinos, confiscándoles progresivamente el valor de su moneda. Dos Hércules C-130 semanales llegan desde Brasil, cargados de papel "moneda" recién impreso, ante la insuficiencia de la Casa de la Moneda para imprimir tal cantidad de billetes. Y las últimas declaraciones de la presidenta del BCRA nos anotician que hasta estarían por rehabilitar la planta impresora de Ciccone.
 El fin de la sucesión de falacias está cerca. Se acabó la ilusión del rebote, se acabaron las cajas ajenas confiscadas, se acabó el cuento del "reacomodamiento de precios"...y entramos en terreno conocido, desgraciadamente, por muchas generaciones de argentinos.  Una vez más, hay que decidir entre el sentido común de ajustar lo previamente desajustado, o la aventura sin destino de acelerar la defraudación inflacionaria. Y, al parecer, el gobierno k-peronista ya eligió, igual que en 1975.
 La ley de reformas de la Carta Orgánica del BCRA fue aprobada por el voto de la cómoda mayoría de justicialistas y aliados en ambas Cámaras. No debiera olvidarse, porque más temprano que tarde es posible que surjan nuevos Pilatos afirmando que "Cristina no es peronista" y que al desastre lo generó ella. Es bueno recordar los nombres de los funcionarios que impulsaron la ley, de los miembros informantes, de los legisladores que levantaron las manos y a los socios "retroprogresistas" recorriendo canales de TV tratando de vestir con ropaje de izquierda este nuevo saqueo a los bolsillos populares, entre los que lamentablemente aparece hasta algún dirigente bonaerense de paladar negro del propio radicalismo.
 "Era esto, o un ajuste salvaje" confesó suelta de cuerpo la presidenta del Banco Central. No habrá ajuste salvaje. Habrá selva inflacionaria. Que en realidad, es un ajuste salvaje agravado.
 Sería interesante que todos los que durante casi una década hablaron del milagro argentino para alimentar la ilusión y negocios de sus clientes y sus jefes corporativos, expliquen ahora la esencia retrógrada, opaca, visceralmente cleptómana de la gestión kirchnerista.
 Cuando las fuerzas oscuras del populismo del conurbano -no sólo peronistas- decidieron su confluencia táctica con el FMI para voltear al gobierno de la Alianza desatando un baño de sangre y el caos subsiguiente, la Argentina tenía un PBI (300.000 millones de dólares) que era casi la mitad del Brasil. Hoy, el PBI argentino real es de 400.000 millones de USD -con el dólar al valor internacional muy parecido a aquéllos 300.000 de diez años atrás-, mientras Brasil supera los dos billones de dólares, cinco veces la Argentina.
 El ingreso por habitante argentino era el 40 % superior al de Chile. Hoy la relación está invertida. La riqueza "per capita" argentina era el 30 % mayor a la uruguaya. Hoy, luego de "los mejores años de la historia económica nacional" y de la "matriz diversificada con inclusión social" (¿?!), el producto "per capita" uruguayo es el 20 % superior al argentino. Y durante esta década no gobernó nadie más que el peronismo, en su variante kirchnerista, ayudado por la mejor situación internacional de la historia. 
Al cumplirse la década de gobierno peronista, constatamos que el crecimiento ha sido una falacia. Hemos vivido diez años comiéndonos el capital, las reservas, el futuro y la confianza. El milagro argentino ha consistido en "relatar" durante una década sólo los números positivos, ocultando los negativos, como aquel que se cree rico porque obtiene un crédito o vende su casa y sólo computa su momentánea liquidez, sin tener en cuenta lo que debe ni lo que ya no tiene. Y que para no tener que confesarlo, decide dialogar solamente con su propio espejo.
 Otra vez, habrá que empezar de nuevo, desde varios escalones más abajo
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