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Retirar la baranda del borde del abismo

Retirar la baranda del borde del abismo

Por Ricardo Lafferriere
lunes 26 de marzo de 2012, 19:21h
La inflación está ya rondando el 30 %, y la expectativa encuestada en la opinión pública es del 35 %.

 
Pocos meses atrás sugeríamos nuestra intuición  que el ajuste que anunciaba el oficialismo a comienzos de año en realidad era una demostración de madurez, cuyo objetivo era enfrentar un costo político inexorable -ante el desajuste generado por el populismo irracional de los últimos tres años-, pero que en el fondo apuntaba a poner las cuentas en orden a fin de ingresar en el entramado comercial, tecnológico, productivo y financiero de la economía global, aprovechando la locomotora del mercado mundial.

 
Creíamos ver coherencia en la persistente obsesión presidencial en mejorar las relaciones con los países desarrollados y en especial con el presidente Obama, la valorización de la pertenencia al G-20 y la moderación en gestos internacionales anteriormente infantiles, como el alineamiento acrítico con Chavez y las peleas con Brasil con gestos de matones de barrio.

 
El ahogo energético -que será creciente-, la ausencia de inversión, la inflación en alza sostenida, la obsolescencia insoportable de la infraestructura pública -patentizada en el transporte-, la intolerable ineficacia de la gestión pública en seguridad, salud y previsión social, fueron el resultado de un "modelo" de pies de barro cuyas únicas consecuencias verificables han sido el enriquecimiento de amigos, en una orgía de corrupción de escasos antecedentes en el país, y el deterioro institucional que ha convertido en inexistente el Congreso y reducido a su mínima expresión el papel de la justicia.

 
Ante este desmadre generalizado, la opción de rectificar el rumbo parecía la más inteligente ante la ausencia de compromisos electorales cercanos. Emprolijando los enchastres institucionales y transparentando las cuentas, la situación del país permitiría recurrir a los mercados voluntarios para cubrir el bache hasta retomar una senda de crecimiento sostenido, consistente y apoyado en las propias potencialidades desperdiciadas estos años en el barril sin fondo de los negociados y la ausencia de gestión. Una oposición fragmentada y desorientada le permitiría hasta conseguir respaldo que mostrara al mundo un remedo de unidad.

 
Confesamos nuestra equivocación. Ante la primera adversidad, el rumbo se aclaró diáfano. Seguirá buscando enemigos para culpar de su incapacidad de gobierno. Pocos quedan en el país. Ahora -como lo analiza un prestigioso columnista político- el enemigo será el mundo. Y para luchar contra el mundo, acaba de tomar la más peligrosa de las medidas, desde el 2003 hasta hoy: retirar la baranda del borde del precipicio. No otra cosa es la reforma a la Carta Orgánica del Banco Central que le permite imprimir a discreción papel pintado con el nombre de "moneda".

 
Quien pudiera haber tenido la esperanza de sensatez en la conducción del Banco Central ante este dislate, se encontró con uno mayor: las declaraciones de la presidenta de la Institución, afirmando totalmente suelta de cuerpo que "es totalmente falso decir que la emisión genera inflación", y que "descartamos que financiar el sector público sea inflacionario".

 
Perfecto. Anotemos la fecha, anotemos el nombre de la funcionaria, y volvamos a fotografiar la realidad dentro de seis meses. De nuestra parte, nos animamos a afirmar que el valor de la divisa en los mercados libres se habrá duplicado, que los gremios estarán reclamando un -justo- ajuste semestral en lugar de anual de los salarios, y que el estancamiento económico estará acompañando a una inflación que no veíamos desde 1990, en los tiempos iniciales del anterior gobierno peronista, durante la presidencia del Dr. Carlos Menem.

 
Seguramente, será "culpa del mundo". Jamás de la imprevisión, la incapacidad de gestión o la ignorancia de principios básicos de funcionamiento económico y social de la única persona que gobierna. Curiosamente, el mundo nos está beneficiando con condiciones que no tuvieron ni Alfonsín ni de la Rúa, y que le ha permitido al oficialismo el jubileo irresponsable de más de un lustro.

 
Sólo queda esperar que la convivencia no se desborde a niveles como los que hemos conocido cuando las crisis estallan. Como en 1989, cuando catorce hogueras gigantescas fueron el detonante imprescindible para voltear a Alfonsín, o como en el 2001, cuando la impúdica conspiración del Fondo Monetario Internacional manejado por George W. Bush con oscuras fuerzas populistas del conurbano dieron el empujón final a Fernando de la Rúa desatando la crisis más conmocionante de la historia contemporánea argentina.


Porque hoy la situación es más grave. El poder no resiste la crisis, sino que la impulsa. No intenta evitarla, sino desatarla. No trata de alejarse del abismo, sino que retira la baranda defensiva que está en el borde.

 
Aun así, por el bien del país, es de desear que llegue a la presidenta un intervalo de lucidez, que si se produce, debería contar con el respaldo de todos.

 
Ricardo Lafferriere
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