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Macri y el gobierno nacional

Macri y el gobierno nacional

Por Ricardo Lafferriere
martes 13 de marzo de 2012, 05:20h
La ofensiva del gobierno nacional sobre la administración porteña está derivando hacia un deterioro institucional inédito en los años de la democracia recuperada.

 
No se trata de los argumentos que respaldan una u otra posición, sino del nivel personal de las alusiones a funcionarios políticos, elegidos por voto popular -injustificables aunque se tratara de simples personas que sólo tuvieran en su favor su propia dignidad humana-.

 
Esta columna no caerá en la cómoda actitud de igualar conductas diferentes para dejar la sensación de una falsa ecuanimidad. Porque en efecto, la disposición a escuchar argumentos de uno y otro lado pueda merecer más o menos apoyo de unos u otros, pero no puede negarse que la descalificación personal ha llegado desde uno sólo de esos lados y ha sido exclusivamente desde el gobierno nacional.

 
El anterior Jefe de Gabinete de Ministros -hoy Senador Nacional- degradó su función al dedicar al Jefe de Gobierno porteño reiteradamente calificativos tales como "vago", "incompetente" o "inútil". El actual Ministro de Planificación le endilga "incapacidad de administrar" -como evidente argucia para desviar la atención del choque de trenes con los consiguientes e injustificables muertos y heridos.
 

Pero también la propia señora Presidenta, que reclama para sí el respeto de su investidura, le ha dedicado la burla de considerarlo un personaje de historietas que estuvo de moda hace varias décadas y seguramente no sea identificado por las generaciones argentinas de menos de cincuenta años de edad.

 
¿Es necesario este nivel de agresión, que degrada a quienes lo emiten? ¿Advierten que ese agravio confiesa su debilidad argumental y que esto es atentamente observado por los preocupados ciudadanos de la ciudad autónoma, pero también de todo el país?

 
Nadie podría recordar una actitud así de Alfonsín con Cafiero o cualquier gobernador peronista de entonces, ni del propio Menem con un gobernador radical u opositor. En ningún turno democrático anterior existió como ahora la creencia que la grosería o el comentario guarango en labios un ministro del Estado o del más alto magistrado podía favorecer su mensaje.

 
Hace bien el Jefe de Gobierno en no bajar a ese nivel. Por el bien de la democracia, de la convivencia y de los propios funcionarios de lengua ligera y adjetivos fáciles, sería de desear que los argumentos serios y razonados remplacen las chicanas. Éstas bien pueden poner condimento en algún debate parlamentario de trasnoche, pero empobrecen hasta el límite de lo tolerable el análisis de los problemas públicos ante una población crecientemente nerviosa por el peligroso rumbo sin salida al que se está conduciendo el país.
 

Ricardo Lafferriere
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