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Sin rumbo

Sin rumbo

Por Ricardo Lafferriere
martes 06 de marzo de 2012, 15:18h
La decisión de reformar la Carta Orgánica del Banco Central es, sin dudas, la decisión más importante dada a conocer por la presidenta a la Asamblea Legislativa al inaugurar el período de sesiones.
 
Todos los demás temas configuran un relato amplio, confuso, contradictorio y, en última instancia, destinado a la confrontación política de bajo nivel. Los fanáticos le dan el reconocimiento de una histórica pieza retórica y los opositores la descalifican como un simple acumulado de frases hechas, cifras falsas y objetivos quiméricos desmentidos por los ocho años de gobierno que ya no pueden ser cambiados.
 
Pero éste marca el rumbo. Como resabio de la Ley de Convertibilidad, la Carta Orgánica del BCRA dispone que las reservas son la garantía final del circulante. Ello obliga a mantener una prudente equivalencia, distorsionada por la pérdida de calidad de esas reservas, pero que aunque sea operaba como un límite sicológico.
 
La pérdida de calidad de las reservas consiste en la contabilización como tales de recursos ajenos - obligaciones forzosas del propio Estado, depósitos en dólares de particulares en las entidades financieras y préstamos internacionales de otros Bancos Centrales destinados a figurar en los papeles engordando el "activo"-. Contando todas esas falacias, las reservas equivalen a poco más del 80 % de la base monetaria. Si no se las contara y se contabilizaran los recursos líquidos en oro y divisas, en realidad no están actualmente respaldando mucho más del 20 % del circulante.
 
La reforma impulsada por la presidenta Fernández de Kirchner rompe esta última barrera. Ni siquiera será necesario disimular. Al derogarse -como se anuncia- la obligación de mantener un nivel de reservas adecuado a los pesos en circulación, la situación será como era hasta 1990: el Banco Central será el emisor sin freno ni responsabilidad de papel pintado.
 
Desde que nuestro país tiene moneda de circulación oficial, el peso ha perdido trece ceros, y ha cambiado de nombre cinco veces (moneda nacional, peso ley 18188, peso argentino, Austral y peso).
 
En algunos meses -quizás un año, tal vez antes, tal vez después- el peso argentino valdrá la décima parte de lo que valía en el 2001, es decir que equivaldría a lo que en ese tiempo valía una moneda de diez centavos.
 
Los años "K" le habrán agregado otro cero, en la mejor demostración de haber regresado a las andanzas que comenzaron cuando comenzó el estancamiento y la decadencia, por 1930. Ya no serán trece ceros, sino catorce. Algunos precios ya se han multiplicado por diez, entre ellos muchos productos de primera necesidad, alcanzando esa meta adelantándose al dólar.
 
Es posible que en ese momento, volvamos a acordarnos de la inflación como problema, y el gobierno decida "sacarle un cero a la moneda", para tener la sensación de que volvimos a ser un país "fuerte y serio". El peso -o la denominación que lo reemplace- volvería a "valer un dólar". Y recomenzaría la ilusión nacional-populista, sobre los cimientos de barro de la mentira y el latrocinio.
 
En esa dirección apunta la reforma a la Carta Orgánica del Central. El rumbo que se había insinuado hasta hace un par de semanas -darle racionalidad a las tarifas, terminar con el festival de subsidios a empresarios amigos y caprichos populistas, organizar las finanzas públicas para volver a los mercados voluntarios de crédito- se aleja hacia otro totalmente opuesto: prolongar la agonía, ignorando que cuanto más se tarde en reaccionar., más duro será el shock que la realidad impondrá por sí misma.
 
Sin rumbo. Que es mucho peor que un rumbo equivocado.
 
Ricardo Lafferrier
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