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La crisis no es un 'falso positivo'

La crisis no es un "falso positivo"

Por Ricardo Lafferriere
martes 10 de enero de 2012, 16:09h
¿Qué haría un país serio en la situación del nuestro?

La crisis no ha estallado, pero su cercanía genera un nerviosismo que invade los rincones más recónditos de la sociedad. Se anuncia en muchos frentes, todos conflictivos. Varios, originados en el mundo. Otros, en cuestiones climáticas. Pero la mayoría, conseguidos por nosotros solitos, los argentinos. Con pocos, muy pocos, inocentes.

Sin embargo, las acciones de los protagonistas muestran que no asumen la dimensión de los desequilibrios.

El oficialismo parece ilusionado que los síntomas que se anuncian terminarán como los análisis médicos de la presidenta y que en consecuencia se podrá tratar cono medicinas sintomáticas, o rutinarias.

La oposición no atina a elaborar alternativas. Mauricio Macri está focalizado en gestionar el "presente griego" de los subterráneos, tratar de imaginar cuál será el próximo, y cuándo llegará. Binner retomó el juego del gato y el ratón con el radicalismo, y éste está ensimismado en su juego interno, con poca sintonía con el estado de ánimo de los argentinos y los peligros que se acercan.

Los empresarios, sin interlocutores que "lean y escriban" pero que tienen poder, siguen el antiguo consejo de seguirlos para el lado que disparan, mientras pescan toneladas en el río revuelto y resguardan en divisas todo lo que pueden.

Y los gremios, con una experiencia histórica sólo superada por la iglesia, son los únicos en percibir con una intuición más precisa la llegada del fin de la fiesta y el comienzo del tobogán salarial. Como lo hemos sostenido más de una vez en esta columna, las crisis económicas sistémicas son lo más parecido a una catástrofe natural: una vez desatadas, es poco lo que se puede hacer, más que relevar los daños y proteger a los más afectados.

Un país serio bajaría los decibeles, y dialogaría con franqueza y sentido patriótico con su gobierno a la cabeza, para prevenir con madurez lo que se acerca.

Impensable en nuestros lares.

El oficialismo sigue en su campana de cristal, y en todo caso la única preocupación a la vista es tener previsto un responsable para descargarle la culpa de cada problema que se presente. Sus sustentos ideológicos comienzan a fragmentarse, al acercarse el diluvio, previendo la emigración sin culpas si llega el naufragio, y su guardia pretoriana confunde la crisis económica con una batalla "destituyente", errando en consecuencia la definición de aliados y rivales.

El ensimismamiento de todos -o casi todos- inhibe el diálogo, comienzo de cualquier proceso de consenso, concertación y acuerdo.

Demasiado parecido al "sálvese quien pueda".

Lo que nunca haría un país serio.
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