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El verano argentino 'no va a andar'

El verano argentino "no va a andar"

martes 03 de enero de 2012, 16:56h
Disculpen. Soy periodista. Ya es tarde para negarme a serlo. No se puede renunciar a un destino aunque este nos desmerezca y uno tardíamente quisiera ser carpintero o cocinero gourmet. Por eso, me asumo. Y debo ser fiel al relato profesional de época. Empiezo: va a hacer mucho calor este verano; más que en el Sahara un día sin nubes y más que en las cercanías de un horno a leña de la pizzería Güerrin. Y va a haber muchas tormentas y marejadas terribles. Va a haber de todo. Y  no va a haber entrega de aparatos de aire acondicionados hasta junio; y los servicios mecánicos para arreglar los que dan aire caliente, no contestarán el teléfono ni las puteadas. El agua del mar va a estar fría; más fría que la del océano nórdico y que la del deshielo de Alaska.


Los chicos saldrán del mar más chiquitos de tan ateridos y morados; y los adultos, si se atreven a bañarse, saldrán con todo más chiquito. En las sierras va a haber viento caliente y en el aire más polvo de tierra que la que levanta un camión con acoplado de extensión extra large por un  camino de tierra que de casualidad no está sembrado de soja.


En el norte, en el centro o en el sur del país el verano tendrá más mosquitos, jejenes y hormigas coloradas que nunca. Y larvas y qué se yo. O alguna que otra peste para ir seguido al baño o para salir a comprar urgente algún desinfectante de cierta complejidad sanitaria. También habrá cada vez más vuelos suspendidos por las cenizas o por el rescoldo de las cenizas o porque se suspenden. Habrá marea roja y cada molusco será un peligro tóxico; y tanta gente en todas partes que los datos del reciente censo de población nos parecerán falsos aunque sean verdaderos.


Mierda de autos; estarán estacionados hasta al lado de las carpas y en las laderas de los cerros y hasta habrá un radiador o dos mirándonos desde el jardín cuando despertemos a la mañana sin poder ver el paisaje porque los radiadores lo tapan. Ruido de motores habrá siempre; en cualquier soledad y aún en el páramo donde no llega nadie salvo un extraviado del Dakar. Costará conseguir combustible; cada minuto aumentará de precio; no se entiende cómo tantos pueden gastar tanto en llenar los tanques, en pagar garages y peajes y cambios de aceite. Ciertos buenos padres con tal de no hacerle pasar privaciones al auto se las hacen pasar a los hijos que viven con su ex mujer que para eso tiene ya otra pareja. Todavía más costará conseguir -ya no sombrillas en la playa porque estarán todas alquiladas a precio sin control del Indec -si no que será un milagro obtener un espacio para sentar el culo en la arena. Y sobre todo los de toda la familia. Los alquileres tardíos de casas, de cuartuchos o de galpones para solamente poder dormir sobre jergones usados, y de a siete u ocho huéspedes en convivencia promiscua, tendrán el altísimo costo de un hotel con bata de toalla incluida y sauna; pero aún así habrá desborde de inquilinos. Comer en los restaurantes de verano y de vacaciones será más trabajo que aguantarse sin comer por hacer dieta, aunque sea un solo mediodía. Las colas serán interminables, y en la espera de turno entre las mesas el que espera se queda todo pringoso del olor de los cornalitos fritos en sartenes de fritura continua con el mismo aceite de toda la semana. Los informativos, noticieros y diarios cada mañana y cada fracción de hora, sin ninguna necesidad y al pedo enriquecerán su estilo Cappusotto pero sin gracia. Y sin cerciorarse si eso que repiten es aunque sea un poquito verosímil. Escandalizarán con el entusiasmo y la cínica alegría globular y de plaquetas sanguíneas  del Conde Drácula. Las presuntas amenazas del dólar andarán por ahí dando vueltas para que nadie se olvide de esta economía nacional temeraria y vulnerable. Y que en cualquier momento si se cumplen ciertos deseos impotentes, colapsa.


Miles de cronistas de verano nos ofrecerán el relato del verano. Una Odisea o un Disney World reducido por los jíbaros mediáticos y un fabulario de contradicciones flagrantes: entre la algarabía veraneante y las benditas conmociones policíacas. Estas, como negocio informativo, les rinden a ellos mucho más que las informaciones comunes y felices. Cuanto más sol y buen clima haya, más prosperarán las noticias sombrías y los augurios oscuros: porque no hay que dejar que el veraneante se crea que las vacaciones no tienen su precio psíquico. Y caro. Todo será caro en el verano. No se entiende cómo tanta gente se hace la otaria y sale a veranear lo más campante. Es increíble que en la Argentina se ignore con placer la mala onda de tantos relatos. Y que haya millones de desaprensivos que por más que se intente colmarlos de basura visual y auditiva no hacen caso. La basura, o no los toca, o ya están inmunizados. Entonces viajan, compran, se zambullen, acampan, bailan, hacen el amor fiel o adúltero. Y morfan y chupan. Y morfan y chupan. Y...


Se los dice un periodista; como todos, inimputable: este verano argentino "no va a andar".
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