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Un cierto aroma a fracaso exterior

Un cierto aroma a fracaso exterior

domingo 30 de octubre de 2011, 23:28h
Siempre pensé que el nombramiento de doña Trinidad Jiménez como ministra de Exteriores no había sido acertado. Creo que algo semejante piensa la mayor parte de nuestra diplomacia, desmoralizada, a lo que se ve, hasta grados indecibles.

Lo que ha ocurrido en la descafeinada 'cumbre' iberoamericana de Paraguay, en la que las ausencias han sido tantas como las presencias, con el agravante de que muchos de quienes no concurrieron representaban lo más importante de América Latina, es sintomático: puede que el presidente paraguayo, Fernando Lugo, no hiciese bien los deberes -de hecho, al encuentro de Asunción faltaron sus dos poderosos vecinos, Brasil y Argentina--, pero también es seguro que el Gobierno español no ha puesto de su parte todo lo que hubiera sido necesario para que esta 'cumbre' iberoamericana no tuviese el aroma del fracaso.
 Y, a mi entender y aunque en esta ocasión yo no haya podido estar allí para constatarlo personalmente, la 'cumbre' ha sido un sonoro fracaso; de ella casi nada tangible ha salido, excepto alguna pataleta como la protagonizada por el presidente ecuatoriano, Rafael Correa.

 Estos encuentros iberoamericanos al máximo nivel, que han cumplido ya veintiuna ediciones, son mayoritariamente sufragados y alentados por España, que en tiempos de Felipe González ideó acertadamente estas reuniones como parte de la ofensiva diplomática y económica hacia América Latina.

 Lo cierto es que las naciones americanas han ido perdiendo interés por Europa, en general, y hasta cierto punto por la antaño admirada España, en particular. Y ni la diplomacia española ha sabido contrarrestar la influencia creciente en América de países emergentes, como India o China, ni las propias grandes empresas de nuestro país han seguido manteniendo, en algunos casos, el ritmo inversor y la dinámica de años pasados.

 La crisis también ha pesado en este aspecto, y ahora las inversiones empiezan a llegar desde América, en lugar de ser al revés. Temo que ni en La Moncloa ni en el Ministerio de Exteriores se han percatado del todo de que las cosas ya no son lo que eran y de que es necesario afrontarlas de manera diferente.

Ni siquiera la influencia del Rey, patentemente más cansado que en años anteriores, aunque mantenga su carisma en la mayor parte de los países hermanos, ha servido para iluminar y hacer más concurrido este encuentro de Asunción, en el que la delegación española parecía más preocupada por la grave situación económica interna que por otras cuestiones.

Pero España no puede perder terreno en América Latina de la misma manera que lo ha perdido en Europa. El Gobierno que salga de las elecciones del próximo día 20 tendrá que dedicar mucha atención a la política exterior, una atención que, hasta donde sabemos, no se refleja en los programas electorales, agobiados por la economía.

Como si una diplomacia ágil e imaginativa no tuviese que ver con la economía. Es el caso que en estos días conoceremos en su totalidad esos programas y podremos saber hasta qué punto esa desidia por las cuestiones internacionales se confirma: ni Zapatero, por sus complejos idiomáticos y su falta de experiencia internacional,  ha sido precisamente un líder mundial, ni Rajoy, su casi seguro sucesor, apunta tampoco una gran afición a moverse pisando fuerte por el mundo.

Sin embargo, el caso es que lo ocurrido en los últimos días, en los que España fue vapuleada en Europa y ninguneada en América, no puede volver a ocurrir.

Nuestro país precisa una enorme ofensiva en política exterior, un rearme diplomático: ¿quién será el encargado de propiciarlos?

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