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Prisión, amargo hogar

Prisión, amargo hogar

Un mendigo norteamericano entró en un banco, iba sin capucha y sin armas, se dirigió al cajero y le entregó una nota en que se leía: “Esto es un atraco. Sólo le exijo un dólar, y que llame a la Policía para que me detenga”. El pobre hombre estaba enfermo y no podía pagarse la carísima sanidad de Estados Unidos, por lo que la única vía para que le tratasen de su padecimiento renal era solicitándolo desde la cárcel, que los reclusos tienen derechos que no alcanzan a los ciudadanos libres. Esta no es una historia de ficción, sino que ha estado en las crónicas de ayer mismo. Del mismo modo que está la denuncia de la “Asociación Libertad”, según la cual algunos presos españoles, tras cumplir su condena, cometen de nuevo algún delito para regresar a la prisión “donde pueden comer y tener un lugar en el que residir”, según dice el informe…Y un dato alarmante: el año pasado, el 25 por ciento de los detenidos por robo en España eran mayores de 55 años; hace una década, sólo uno de cada veinte españoles detenidos por hurto superaba esa edad, los 55 años. Se trata de un período de la vida en que las posibilidades de encontrar un trabajo para sobrevivir son muy escasas, y en que el ser humano es de una terrible fragilidad ante la marginación, es una persona vulnerable a la pobreza y al desamparo. Cervantes, que conoció en propia carne los presidios y las ergástulas, decía que el bien más preciado que los dioses dieron a los hombres era la libertad. Pero está claro que con la libertad, y sólo con la libertad, ni se come ni se sobrevive. Hay casos, en fin, de personas que, tras haber permanecido entre rejas veinte o treinta años, y habiendo cumplido su condena, salen a la calle y no saben sobrevivir, por lo que algunas procuran regresar al penal en que, con todas las limitaciones y complicaciones que conlleva el encierro, se sienten más seguras, comen todos los días, disponen de servicios sanitarios, pueden leer en la biblioteca, pasear por el patio o asistir a distintos talleres. Tranquilos, amigos, que no estamos haciendo una apología de la derrota ni un elogio de la resignación, pero la realidad es dura y es terca, y malos tiempos éstos en que para acceder a cuidados médicos gratuitos hay que simular un atraco, como ocurrió en Estados Unidos; en el que algunos inmigrantes africanos o iberoamericanos encuentran más comodidades en una prisión que en la dureza de vivir a la intemperie; y en el que hay españoles que, ante los muros de un penal, se ven obligados a exclamar: “¡Hogar, amargo hogar…!”. Luis del Olmo. Periodista.
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