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¿Puede la democracia actual reformarse a sí misma?

Conforme se va reduciendo el número de personas que acampan en la Puerta del Sol cobra fuerza el interrogante de si la plataforma DRY y el movimiento 15-M van a tener algún impacto en el inmediato futuro de la vida política española. Hay quienes sostienen que tras el golpe de efecto producido en la coyuntura electoral, el 15-M va pasar sin pena ni gloria, como lo demuestra su débil impacto en las elecciones del 22-M. Por el contrario, hay quienes sostienen que, aunque se disuelvan las acampadas, el movimiento ha llegado para quedarse y tendrá, como diría Poulantzas, efectos pertinentes en el sistema político. Ciertamente, entre estos últimos hay quienes tratan de magnificar el efecto electoral del 15-M, considerando que pueden adjudicarles la suma de votos nulos y en blanco, algo que evidentemente es un disparate, pero que se cuela en los medios masivos de comunicación, como hizo Ana Pastor en el informativo Los desayunos de TVE (lástima que una periodista tan audaz tenga conocimientos tan pobres de sociología electoral). Ya he mencionado en estas páginas que no comparto la tesis que asegura que el 15-M no tuvo ningún efecto en los pasados comicios. Creo, más bien, que ha tenido un ligero efecto, aunque perceptible. Por un lado, aumentó en 1.1% la cantidad total de votos nulos y en blanco respecto de las pasadas elecciones (lo que significa en torno a doscientas mil personas) y por el otro, en cuanto al voto emitido y válido, significó un ligero incremento de la polarización electoral: por un lado, aumentando el caudal de los minoritarios (desde IU a Bildu, entre otros) y por el otro, produciendo una ligera galvanización del voto de derechas, que tradicionalmente sucede cuando aparecen expresiones de lo que ésta considera desordenes sociales. En cuanto a si el 15-M tendrá sostenibilidad en el futuro, me inclino a pensar que así será, pero incluso que si esto no sucede, ello no significará otra cosa que la desaparición de un Guadiana que surgirá más adelante. Insisto en que el 15-M tiene antecedentes claros en otros movimientos anteriores, que refieren al Foro Social Mundal, Attac, organizaciones sociales y sindicatos de los denominados “perdedores de la globalización”, etc., que han ido manifestándose hace tiempo y que reflejan el malestar del tipo de mundialización en curso, tanto a nivel económico como político. Por otra parte, la existencia de minorías activas que canalizan ese malestar es algo normal nuestra democracia, ya desde la transición, que no debería sorprendernos en exceso. ¿Ello significa que el 15-M carezca de especificidad e interés? ¿Qué su mensaje no nos diga nada nuevo en absoluto? Coincido con Fernando Jauregui en que pensar así sería un error. La sociedad española debe agradecerle algunas cosas al 15-M que podrían mencionarse puntualmente. En primer lugar, ser canal de expresión de una molestia que se ha ido haciendo más callada que en años anteriores. Una semana antes del 15-M comentaba a unos amigos que sólo hacía tres años, para las elecciones del 2008, me parecía percibir que la molestia se expresaba más abiertamente que ahora. Me pregunto si el 15-M no ha funcionado como válvula de escape que habría evitado un estallido social como los que sucedieron en América Latina en las últimas décadas (en Buenos Aires, Caracas, La Paz, etc.) generalmente más violentos. Porque otra cosa que hay que agradecer es que las manifestaciones y acampadas del 15-M hayan enfatizado su carácter pacífico. Pero quizás uno de los aportes más positivos de DRY se haya hecho en el plano del sistema político. En realidad, el movimiento ha dado cuerpo a una pregunta que se hacen en muchos círculos, sobre si el malestar con la política puede revertirse de alguna forma; algo que, entre otras cosas, refiere al siguiente interrogante central: ¿puede el sistema democrático actual reformarse a sí mismo? Ya sabemos que durante los años noventa hubo mucha gente que dio una respuesta negativa y propuso la famosa idea de la sustitución de la democracia representativa por la democracia participativa. Hoy ya hay poca gente que sostenga esto para países con millones de habitantes. No hay necesidad de reconstruir el debate habido al respecto, para asegurar que la resultante actual se orienta más bien a mejorar la democracia representativa con el aporte de mecanismos participativos, que evitan que la democracia representativa sufra dolorosamente de esclerosis. De alguna forma, la plataforma DRY parece orientarse entre ambas concepciones. Sin embargo, las propuestas que se hacen en el 15-M para reformar el sistema político no son precisamente claras y solventes. Y el problema es que, a este respecto, resulta notable como no ha habido una interlocución fluida entre el 15-M y las fuerzas políticas que actúan en el sistema democrático. Varios representantes de la acampada en Sol afirman que “los políticos no los están escuchando” y puede que tengan razón, pero también es cierto que el discurso de los acampados es apreciablemente cerrado en sí mismo. En suma, es difícil saber cuál de las partes es más autista que la otra. Quizás sería conveniente buscar espacios mediáticos de distinto orden que permitieran esa interlocución. A lo que más que se ha llegado en esa dirección ha sido a chispazos aislados de dialogo con algunos francotiradores. La aparición del divulgador Punset en la acampada de Oviedo es políticamente indescifrable (aunque su adición mediática podría ser la causa). Me resulta de mucho mayor interés la intervención de Manuel Castells en la Plaza de Cataluña, aunque adolezca de ese problema que ya mencioné entre los observadores que peinan canas: que o bien rechazan en redondo el 15-M o bien se muestran rendidos ante su encanto tendencialmente juvenil. Parece que resulta difícil simplemente ejercitar un debate abierto con un interlocutor válido. Sin embargo, Castells realizó una reflexión interesante en términos de comunicación y sistema político, que refiere al interrogante antes mencionado. Comparto una apreciable cantidad de los planteamientos que hiciera frente a los acampados. Pero también creo que comete errores e inexactitudes notables. La más clara es que también da una respuesta negativa generalizada a la pregunta sobre si el actual sistema democrático puede reformarse a sí mismo, colocando la carga de prueba en los sistemas de partidos políticos. En verdad, el análisis empírico muestra dos cosas: la primera, que efectivamente es difícil, la segunda es que no es imposible en absoluto, como demuestran varios casos en diferentes regiones. Quizás el caso alemán, con el fenómeno de los verdes, podría mostrar un cambio de clase política surgido en Europa a partir de un movimiento que decide jugar en el sistema democrático. Pero en América Latina hay una cantidad apreciable de casos donde se han modificado sistemas políticos y sistemas de partidos por diversas vías. Y para que no se piense que estoy hablando de Chavez o Morales, pondré ejemplos muy distintos. La nueva Constitución del 91 en Colombia es un ejemplo de reforma del sistema político a partir del sistema vigente de partidos, de carácter pacífico, que permitió una Corte Constitucional que consiguió mantener a raya al autoritarismo en ese país. Otro caso notable ha sido el de Costa Rica, con un bipartidismo por décadas, roto por completo con la aparición de una nueva fuerza política (el Partido de Acción Ciudadana) que presenta alguna sintonía con el discurso del 15-M. Es decir, la tesis de partida de Castells de que el sistema de partidos impide por completo la reforma de la democracia no se sostiene. Una cosa es afirmar que dificulta y otra, muy diferente, que lo hace completamente imposible. Pero ya se sabe cuál es la inclinación de Castells en el plano político. Cuando lo conocí, en Chile, como profesor de urbanismo, era un prochino consumado. Cuando más adelante, leí su trabajo sobre el mundo de la comunicación, quedé admirado de cómo era posible una reflexión sistémica tan aguda en varios campos, sin dejar de ser un movimientista exprochino. Hoy, afortunadamente, ya toma la democracia representativa como punto de partida (una conquista que nos costó sangre, sudor y lágrimas frente a la dictadura), pero su perspectiva futura sigue siendo un puré de ideas bastante indefinido. Claro, siempre es posible argumentar que hay que estar abierto a los meandros del futuro. Pero un poco menos de ligereza debería hacernos seguir aquel aserto castizo de que hay pruebas que no conviene hacer con el buen champan, sino -si acaso- con vulgar gaseosa. Y por mas esfuerzo que hago por alargar mi vista, no veo otra alternativa a la democracia representativa que la democracia orgánica o la soviética, ambas modalidades de ese sistema que parte de la elección de los comités locales, que eligen a los regionales hasta llegar al cuerpo supremo; es decir, la “democracia” más indirecta imaginable. Insisto, eso no significa que no sea necesario dotar de nervio participativo al sistema motor representativo, pero evitando dar saltos al vacío, que luego cuesten cuotas mayores de más sangre, mas sudor y mas lágrimas. Dejándose llevar por su vena política, Castells dice compartir el conjunto de las propuestas surgidas de los acampados en Sol. Una muestra de su alto sentido de la capacidad de interlocución. ¿De verdad, está de acuerdo con la nacionalización de buena parte de la banca, o de la simple implantación de la democracia participativa? Considero que entre las propuestas surgidas en Sol las hay bastante defendibles, otras no tanto y otras completamente indefendibles. Y en eso es precisamente lo hay que discutir, en vez de darles la razón como si fueran pipiolos. En realidad, el 15-M tiene en su interior dos sensibilidades distintas: a) la que quiere romper por completo con la democracia actual (y luego ya veremos qué pasa), acabadamente antisistema y tendencialemente antidemocrática, y b) la que quiere reformar el sistema democrático, desbrozando su empantanamiento actual, para lograr una participación ciudadana fluida. Todavía no está clara cual será predominante. Por cierto, Castells sugiere cambiar la democracia de los partidos por la democracia de las personas. No está muy claro que significa eso, pero habría que aclarar, como punto de partida, si el derecho de formación de fuerzas políticas sigue siendo o no un derecho humano fundamental. De nuevo, mejorar sustancialmente el sistema de partidos, reformar la ley electoral o permitir opciones electorales no exactamente partidarias es algo que merece la pena estudiar, pero sustituir sin más a los partidos políticos no debería ser parte del menú y eso habría que dejarlo diáfanamente claro desde el inicio. Finalmente, sobre la cuestión clave del derecho de información hay señalamientos del 15-M que hay que considerar, que Castells amplía acertadamente. Sin embargo, la forma en que concluye su intervención ante los acampados en Barcelona muestra de nuevo una cierta simplificación. En síntesis, Castells elogia enfáticamente a las redes sociales como respuesta para superar el miedo y el aislamiento. Ese planteamiento me parece bastante correcto. Pero convendría analizar con algo más de cuidado las luces y sombras de las redes sociales. No hay que confundir la efectividad de dichas redes virtuales para superar el aislamiento y propiciar la acción colectiva, con su capacidad de contribuir a la deliberación. El debate en Estados Unidos sobre los efectos que tienen estas redes sobre nuestras mentes (que describe Nicholas Carr en su libro “Superficiales”) nos muestra que esas vías de comunicación suponen un océano de información de un centímetro de profundidad. En realidad, esas redes son muy útiles para la consigna y la logística de movilización, pero mucho menos para la interlocución reflexiva. Simplemente, hay que saber para qué son útiles, sin necesidad de ensalzarlas. Por eso estoy convencido de que hay que buscar además espacios presenciales y virtuales que faciliten la interlocución con el 15-M y, en general, la deliberación sobre las dudas que han puesto sobre la mesa acerca de si es posible que la democracia actual pueda reformarse a sí misma. Podrían concertarse ámbitos en medios de comunicación (como Diario Crítico) o en espacios estables de algunos movimientos sociales veteranos, el movimiento por la paz, o el ecologista, etc., o bien espacios académicos y culturales que propiciaran el debate abierto sobre estas cuestiones fundamentales de la reforma política entre gente del 15-M y otros medios políticos y culturales. Todo ello sin olvidar que esta democracia imperfecta que hoy tenemos no la conseguimos hace tanto, cuando superamos un régimen autoritario de cuarenta años. - Lea también: Blair, sobre la acampada en Sol: "No puedes dejar que te gobiernen"
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