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El aparato

El aparato

Decía hace poco Ignacio Sotelo que la mayor deficiencia de la España democrática es el carácter poco democrático de los partidos políticos, entre otras cosas por las listas cerradas y un sistema electoral que favorece injustamente el bipartidismo y el nacionalismo. Tiene razón. Hay algo más, que es la lejanía de los partidos respecto de los ciudadanos –sólo les preocupan cada cuatro años, cuando hay elecciones- o dicho de otra manera el interés de impedir que organizaciones sociales ocupen parcelas de poder y, por tanto, se puedan arrogar la defensa de los intereses ciudadanos. Las asociaciones vecinales, educativas o culturales, que tanto impacto tuvieron en la transición, han desaparecido, en parte por la apatía de una sociedad que quiere vivir mejor sin responsabilizarse del cambio, y en parte porque los propios partidos y los distintos Gobiernos han ido limitando su desarrollo para que toda la representación social quede en manos de los partidos y, en menor medida, de los sindicatos. También hay un bipartidismo sindical, aunque fuera de UGT y de Comisiones, más que vida hay una supervivencia confortable para algunas organizaciones cuya influencia en la vida pública es descriptible. Lo que se ve de los políticos –de los de los partidos, porque no hay otros, ni tampoco intelectuales con peso, ni tribunas que no sean de tertulianos, en su mayor parte superficiales, con escasa reflexión, con mucho carné, y no siempre conocimiento de lo que se debate- es poco edificante, a pesar de que hay excelentes gestores, aunque no sean mayoría. Lo que se enseña de los políticos habla de corrupción o prevaricación –Madrid, Valencia, Baleares, Asturias, Andalucía, Cataluña, el caso Faisán-  y muy poco de ideas. Se puede sobrevivir sin programa sólo atacando al adversario o sin proponer alternativas, sólo esperando que pase el cadáver del enemigo.   Habría que exigir a los políticos códigos éticos de comportamiento y, seguramente, una mayor formación. De los actuales diputados en el nuevo Parlamento catalán sólo un 28 por ciento ha tenido experiencia profesional fuera de la Administración o en la empresa privada y el 80 por ciento ha ocupado algún cargo público. Lo mismo pasa a nivel nacional. La cantera es el partido, que los coloca en la Administración, para volver al partido si se pierden las elecciones y esperar a ganar para retornar a la Administración. Recientemente se denunciaba que el Gobierno central había recolocado a casi todos los altos cargos destituirlos con la excusa de aligerar la inmensa Administración. Incluso uno de ellos fue cesado de un cargo y nombrado para otro el mismo día. Se prometió suprimir 100 subdirecciones generales y la austeridad se ha quedado en poco más de 30.  Entre el presidente y los ministros, cuentan con 600 asesores. Si usted quiere hacer carrera política no importa ni la formación ni la capacidad. El único camino, el mejor es hacer carrera en “el aparato”. El aparato es el nuevo dios de la política.
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