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Hiperrealidad de una naranja podrida

Hiperrealidad de una naranja podrida

 "La necesidad de hablar se vuelve más acuciante cuando uno no tiene nada que decir". Jean Baudrillard pretendía que entendiéramos que la falta de rigor intelectual nos ha llevado a convertir la realidad en una ficción lamentable donde la tele acaba por suplantar a la propia vida o en la que, como en el cuento de Borges, el mapa acaba sustituyendo al territorio.

La simulación de algo que en realidad nunca existió es la base de la hiperrealidad. Jorge Alarte lleva en política desde que era adolescente. Puede que para muchos sea un plus en su currículo, pero no para mí. Un ejemplo: Obama, a quien admiro, tiene 50 años y llegó a la política hace seis, después de haber demostrado como abogado de éxito y como voluntario social durante once años que entendía la vida real en la que triunfó y que, como hombre al que le iba bien, podía dedicar parte de su tiempo libre a ayudar a otros. Obama no es un político de granja, tiene discurso porque tiene una experiencia real sobre la que pivotar su visión de la sociedad.

Reagan fue actor durante muchos años hasta que en el 69, con 51 años, entró en la carrera política. No me gustó nunca Reagan –gran parte de la crisis que hoy padecemos se la debemos a sus Reagonomics-, pero tampoco fue un político de granja: se desenvolvió como actor de reparto durante años.

Punset, por venirnos a casa, trabajó en París, Londres y Nueva York como analista de economía y no entró en política hasta bien cumplidos los 40. Después de la política volvió a la vida civil. Tampoco fue un político de granja y demostró que hay vida antes y después de la política al margen de la poltrona subvencionada.

Alarte no sabe nada de la vida real. Tampoco ha demostrado interés por ella o por la sociedad en los 38 años que tiene: empezó en política con 20 años y nunca ha tenido un sueldo en una empresa privada o un jefe que le apretara las clavijas o un compañer@ de curro que le espoleara a mejorar sus resultados. La vida de Alarte ha sido sobrevivir respirando el ambiente cerrado del partido, sin fajarse en la calle ni notar el aire fresco en la cara. No se le conoce trabajo de voluntario o una lucha antigua a favor de las libertades esenciales que consagra nuestra constitución. De hecho, su actuación en las pasadas primarias le muestra más cerca de sojuzgar esas libertades que de defenderlas, pero no es este el tema de mi columna de hoy.

No ha hecho nada real en la vida real. Solo ha sido político de granja, criado desde polluelo en intrigas de pasillo, aprendiendo a disimular antes que a actuar. Ahora aspira a la presidencia de la Generalitat valenciana. Como no ha vivido una vida real, no tiene discurso real. No es capaz de una crítica gubernativa lógica, profunda y cabal. Lo peor es que teniendo asesores y adláteres, estos tampoco hayan podido articular un discurso pegado a la calle, lo que indica que se trata también de pre envasados en serie.

No hay discurso porque no hay vida sobre la que sustentarlo, solo una palinodia que se repite como un mantra: corrupto, corrupto, corrupto. Es el mapa que sustituye al territorio, es la tele que sustituye a la vida. Es el programa de la Noria donde el mucílago en High Definition parece formar parte de la vida, pero no lo es.

Gürtel, haya lo que haya, es materia de los tribunales de justicia. En el discurso político ha de caber la exigencia a la pulcritud de la mujer del César, pero ha de ser la guinda del pastel, no el pastel per se porque la honestidad es un a priori, no una opción política. Alarte no tiene pastel –discurso propositivo para la sociedad- solo una guinda y pretende guindarnos vendiéndonos la hiperrealidad de su nada con unas naranjas cuya podredumbre ni siquiera es real, solo mal photoshop.

Vuelvo a Baudrillard: "La necesidad de hablar se vuelve más acuciante cuando uno no tiene nada que decir".  Alarte ni siquiera lo entiende. Su vida solo es ficción y aún no lo sabe. Su  despertar del 23 de mayo va a ser muy doloroso.
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