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Los partidos políticos en América Latina: desprecio y necesidad

Los partidos políticos en América Latina: desprecio y necesidad

Las organizaciones modernas que más destacan en las pugnas por la toma del poder, son los partidos políticos. A lo largo de la historia, estas instituciones han actuado como estructuras cuya capacidad se caracterizaba por la movilización de personas, ideas, dinero e inclusive el incentivo de la violencia. En otras situaciones, la evolución de las sociedades modernas hizo que los partidos se convirtieran en aquellos actores que articulan las demandas sociales, compitiendo por el favor de la ciudadanía en elecciones democráticas, influyendo en la conformación de gobiernos y alimentando también el trabajo de las fuerzas de oposición.

En América Latina, el sistema de partidos políticos tiene una tradición reciente pero rica en contenidos y resultados. A comienzos del siglo XX, la gran mayoría de los sistemas políticos no tenían estructuras partidarias con las cuales puedan identificarse los ciudadanos, pero los partidos empezaron a organizarse con el objetivo de proteger intereses elitistas, localistas y tratar de aportar a lo que en algún momento se denominó la construcción de los “Estados Nacionales”. Esta situación ha marcado el trabajo de los partidos que, muchas veces, todavía tienen problemas para convertirse en referentes con legitimidad nacional porque están tensionados entre la necesidad de ser fuertes en las grandes metrópolis, extenderse hacia las áreas rurales y enfrentarse con la dinámica de caudillismos locales donde se observa que los partidos están supeditados a varias jefaturas personalistas.
Desde el final de los gobiernos militares durante los años ochenta en el siglo XX, toda América Latina empezó a desarrollar las potencialidades de los partidos como el primer paso hacia el largo camino de la consolidación democrática.

Simultáneamente, se manifestaron algunos problemas como el progresivo divorcio entre las élites políticas y las bases sociales, la incapacidad para concertar y, en otros casos, si bien las élites pudieron conformar gobiernos de coalición que viabilizaran la estabilidad política, aparecieron conductas que privilegiaron únicamente la reelección, el reparto de posiciones de poder y los escándalos de corrupción que desprestigiaron la eficacia partidaria ante los ojos de millones de personas.

La desconfianza hacia los partidos, surge junto con el reconocimiento de su existencia como una necesidad para el funcionamiento de la política democrática. ¿Es imposible el desarrollo de la democracia sin la presencia de los partidos políticos como canalizadores de demandas y ambiciones personales? Esta pregunta puede ser respondida desde distintas perspectivas, una de las cuales expresa que los partidos brindan a la democracia una estructura organizativa para evitar que la “sociedad de masas” destruya por completo a las burocracias, los sistema electorales y la gestión pública, orientada a partir de la toma de decisiones vinculada con especialistas y líderes políticos, capaces de moderar las acciones de hecho llevadas a cabo por los movimientos sociales.

Como en otros continentes, los partidos han “aprendido la administración en el juego del poder”, han demostrado aptitudes para adaptarse ante la incertidumbre de perder elecciones y a reconstruir su legitimidad en medio de exigencias más arduas como la denominada “institucionalización de la democracia”. En el terreno de la práctica, los partidos tienen que dominar cualquier posibilidad de negociación con el objetivo de articular diversas situaciones de concertación, en función de ungir gobiernos y alianzas en el poder.

De cualquier manera, sería un error muy grave pensar que puede desarrollarse una teoría única y explicaciones universalistas sobre los partidos, sus estructuras, desempeño y previsión de conductas. El sistema de partidos es un terreno profundamente heterogéneo en toda América Latina y, por lo tanto, es importante atenuar cualquier diferencia apresurada donde, muchas veces, se califica a los partidos en la región como actores poco institucionalizados, poco democráticos o inhábiles para recuperar legitimidad. Los partidos en Europa o Estados Unidos poseen los mismos problemas, inclusive mostrando mucho menos capacidades para fomentar la democratización de los sistemas políticos.

El accionar de los partidos también pasa por la senda de un reencuentro con la sociedad civil. La legitimidad electoral no se expresa solamente en la cantidad de votos que alguien puede lograr, sino en la posibilidad de tener sociedades donde la participación política sea intensa, informada y donde se discutan ideas en torno al futuro de la sociedad, la cultura, la economía, los riesgos a asumir, etc.

En consecuencia, son las sociedades de América Latina quienes deben cambiar para tener un mejor desempeño de los partidos y de las democracias; asimismo, los partidos son instituciones necesarias cuya presencia siempre tendrá mucho que decir en la época democrática, a pesar de ser sumamente difícil superar un problema estructural: los partidos en el mundo entero han sobrevivido gracias a autonomizarse y separarse constantemente de la sociedad civil, tomando decisiones por encima de las masas donde reina una constante apatía, desinterés sobre el futuro de la democracia y donde, finalmente, se entrega enormes dosis de poder a los partidos, al mismo tiempo que éstos parecen existir solamente para la reelección y no para resolver los problemas de ninguna ciudadanía.

Franco Gamboa Rocabado, sociólogo político, miembro de Yale World Fellows Program, [email protected]
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