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La belleza y la vergüenza

La belleza y la vergüenza

En Barcelona, Benedicto XVI, junto a decenas de miles de catalanes, cristianos y no cristianos, de muy diversas ideologías pero unidos por la fe y la trascendencia, ha consagrado a Dios la belleza incomparable de un templo. Un templo es un lugar para la oración, la contemplación y el encuentro. Y este, fue el sueño de Antonio Gaudí, el arquitecto de Dios, y, al igual que el resto de su obra, no es objeto de ningún capricho sino de una reflexión seria, profunda. Cada detalle es bello, tiene un sentido y su obra ha podido ser contemplada por cientos de millones de personas en todo el mundo. Quien en el futuro visite Barcelona tendrá que entrar en la Sagrada Familia y contemplar su belleza, la unión del arte y la cultura con la religión. La obra de Gaudí. Sin toda la cultura y el arte que la Iglesia católica, que la fe católica ha levantado en España a lo largo de siglos sería imposible entender este país. Todas las raíces de España son cristianas. Tratar de acabar con ellas es negar la mejor historia de nuestro pueblo. Las calles de Santiago y de Barcelona han estado llenas de católicos, a los que algunos -no saben hasta qué punto se equivocan- tratan de arrinconar. Ellos sí esperaban al Papa, aunque el presidente estuviera ausente.  

No hay mayor belleza que la vida y Benedicto XVI ha reclamado respeto para la vida humana desde el momento de la concepción y hasta su final y por eso, se ha manifestado contra el aborto y la eutanasia, dos atentados contra la humanidad. Ha defendido, no podía ser de otra manera, el matrimonio entre un hombre y una mujer y ha pedido ayudas reales para que la mujer pueda desarrollar su papel con dignidad en el hogar y en el trabajo, y apoyo económico para que las familias puedan tener hijos. España sigue siendo el país de Europa que menos ayuda presta a las familias. ¿No es éste un derecho social fundamental?

Y frente a la belleza, la vergüenza. Primero en Sitges, muy cerca de la Barcelona que pisaba el Papa, y ahora en San Sebastián, la película “A serbian film” -¿arte, cultura?- ha protagonizado dos festivales. En la Semana de Terror de San Sebastián donde no ha llegado a proyectarse por decisión judicial, ha recibido un premio del público que no la había visto, “como símbolo de la libertad e expresión”. Este film contiene escenas explícitas de sexo y violencia que incluyen incesto, pederastia, violaciones y necrofilia, entre ellas, y disculpen que lo escriba, “la violación de un recién nacido, la fornicación a un pequeño de ocho años por su padre o una mujer torturada y atada que se ve obligada a llevar a cabo una felación”. ¿Libertad de qué? ¿Arte o basura? Deberíamos sentir vergüenza de que, en festivales públicos o subvencionados por los ciudadanos, se exhiban estas atrocidades. A esa pérdida de valores esenciales de referencia es a lo que se refiere incansablemente el Papa Benedicto XVI.


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