Contraoposición

En las democracias bien estructuradas existen gobierno y oposición. Entre nosotros, el gobierno, como institución operativa, está difuminado. Lo que existe es oposición y contraoposición. La contraoposición la dirige el todopoderosos y policial copresidente Alfredo Perez Rubalcaba que ha convertido sus deberes informativos gubernativos en diatribas contra el Partido Popular.

    Es una técnica heredada de los que los viejos comunistas llamaban “agitpro”, es decir, agitación y propaganda, consistente en descalificar como burgués y reaccionario a todo aquello que pueda presentarse como alternativa a la permanencia del partido en el poder, calificándolo de anti social. Intentar destruir la alternativa es más fácil que construir un plan económico capaz de mantener beneficios sociales. Mucho más fácil si se recurre al auxilio de las tendencias centrífugas que se llaman a sí mismas, hiperbólicamente, nacionalistas, más interesadas en el reparto de los despojos del poder central que de la solidez del conjunto del Estado.

Los activistas de la contraoposición son unos ministros más dedicados a mítines y declaraciones que a sus labores ejecutivas, convertidos en portavoces, según los deseos de Rubalcaba y dedicados a explicar mejor lo que al parecer no supieron hacer bien hasta ahora el actual presidente Zapatero y la exonerada exvicepresidenta Primera Fernández de la Vega. Veremos cómo explican mejor los índices de paro, el cierre de empresas, la congelación de pensiones  y la subida de impuestos.  

    Pero, además de estas difíciles explicaciones, hay que preguntarse si es políticamente correcto y éticamente admisible, en normalidad democrática, que el máximo agitador de la contraoposición sea, simultáneamente, el ministro de policía titular de todos los instrumentos coercitivos del Estado.