Fernando Franco Jubete | Lunes 08 de abril de 2013
La elección de un Papa, del Soberano
Pontífice de la Iglesia Católica, provoca siempre una revolución mundial
durante unos días, ocupando las cabeceras de todos los medios de comunicación y
los comentarios de la calle. De todas las calles y todas las gentes del mundo
informado, católico o no. Al fin y al cabo, la influencia mundial de mil
doscientos millones de personas, oficialmente católicas, y de la Iglesia
católica como institución, no deja indiferente a nadie. Pero, por primera vez
en la historia de la Iglesia Católica, el Papa elegido no quiere ser Soberano
Pontífice y no quiere que le llamen "santidad". Quiere ser sólo Francisco. Y,
como comenta su hermana Elena Bergoglio,
"gracias a Dios, Francisco sigue siendo Jorge". Es decir que, en sus primeros
pasos como Papa, Francisco está demostrando que va a seguir siendo el mismo
hombre que su hermana ha conocido y vivido desde siempre, que no va a perder su
autenticidad. Que va a seguir siendo un cura de barrio vestido de blanco y con
zapatos negros usados de cordones de andar por la calle y viajar en metro y
autobús.
No
estamos acostumbrados a encontrarnos personas auténticas en el mundo de la
política, ni entre los mandatarios, dirigentes o ejecutivos de cualquier
institución o empresa. No existe un solo político que no anteponga su beneficio
personal, el de su partido, el de sus correligionarios, amigos o/y familiares
al de la sociedad, al del auténtico bien común. Mucho menos en el mundo actual
en el que las comunicaciones y la divulgación inmediatas permiten a la sociedad
descubrir dichos comportamientos corruptos de los políticos y las instituciones
que gestionan.
Basta
recurrir al diccionario para comprobar que las personas auténticas son
honradas, verdaderas, íntegras, fieles a sus orígenes y convicciones, rectos en
sus actuaciones, constantes en sus afectos y en el cumplimiento de sus deberes
y obligaciones respecto al prójimo. Unos valores poco frecuentes que el Papa
Francisco ha revalorizado con su comportamiento, con sus gestos y sus palabras
en los que la misericordia, la proximidad, el respeto e incluso la ternura
hacia la sociedad y prioritariamente hacia las personas más necesitadas y
desasistidas están suponiendo una recuperación del cristianismo más puro en la
cumbre del catolicismo vaticano.
No
es probable que la política vaticana más rancia, con todos los excesos
característicos de la política laica más alejada del servicio social y más
comprometida con el oropel, los majestuosos estrados, los papamóviles cerrados
y blindados que impiden el contacto con la humanidad, las casullas
deslumbrantes de seda bordadas en oro, las mitras suntuarias recamadas en
pedrería, los ritos ampulosos interpretados por decenas de acólitos y adornados
por la polifonía de fondo de la Cappela Sistina y el tufo de los incensarios,
acepte sin rebelarse los gestos y métodos sencillos y humildes y el viento puro
y auténtico del Papa Francisco. Gestos revolucionarios en su nuevo medio
vaticano, que han conseguido irritar a los prelados y feligreses conservadores,
pero que han cautivado a buena parte del mundo. Por ejemplo a un 95% de los
católicos, un 83% de los italianos y un 72% de los españoles.
Al
Papa Francisco, desde muy joven la vida religiosa le puso en cargos de
gobierno. Recién ordenado sacerdote le nombraron maestro de novicios, dos años
después provincial de los jesuitas y su progresión constante, con cargos de
responsabilidad en la iglesia católica argentina hasta obispo y cardenal, no
impidieron que haya sido siempre un hombre auténtico que ha sabido alcanzar la
verdad sobre sí mismo y el arte de reducir lo complejo a sencillo.
Pero
lo político y lo auténtico están tan alejados, son tan opuestos, que nadie
comprende en el mundo que el Papa Francisco, el primer jesuita que dirige la Iglesia
católica, sea capaz de convivir en el Vaticano con la podredumbre y la miseria
moral que ahogan a su Iglesia y que el aparato vaticanista, la política
vaticana, vaya a permitirle reformar hasta la regeneración sus costumbres,
procedimientos y privilegios. Por ello, una gran mayoría de personas piensan
que la vida del Papa Francisco está en peligro, porque están convencidas de que
los políticos del Vaticano, antes de renunciar a su vida holgada de relumbrón
son capaces de llegar a la máxima infamia aunque sean católicos y pertenezcan a
la curia pontificia. Hasta esos extremos llega la incompatibilidad entre lo
político y lo auténtico.
Fernando Franco Jubete. Ingeniero Agrónomo,
profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingenierías Agrarias de Palencia.
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