Federico Vázquez | Martes 05 de mayo de 2015
El año próximo habrá elecciones presidenciales en Estados
Unidos. ¿Cómo se presenta la disputa por el poder político después de los ocho
años de gobierno de Obama? El lobby del dinero, la agenda progresista y una
"grieta" inédita en la política exterior marcan el pulso del debate al interior
de la principal potencia mundial.
Es conocido el fetiche norteamericano por sus instituciones
políticas. Basta con ver la pomposidad de Hollywood a la hora de mostrar
incansablemente la bandera de las barras y las estrellas en sus películas o el
absurdo de convertir a los Presidentes en superhéroes todopoderosos, sin que
haya un ápice de cinismo en el retrato.
Esa reverencia casi religiosa a las instituciones políticas
hace que, en general, en Estados Unidos la lucha de intereses aparezca
subterránea, escondida en los grandes consensos del "american way of life".
Sin embargo, el fin de semana pasado, Obama salió del
libreto y dijo algunas crudas verdades sobre el sistema político de su país. El
marco explica que haya sido posible: no fue en un discurso sobre el Estado de
la Unión en el Capitolio sino un stand up protagonizado por el mismo Obama, en
la cena anual para los corresponsales periodísticos que trabajan en la Casa
Blanca. La verdad, dibujada en un paso de comedia, siempre es más digerible.
"Pronto se celebrará la primera contienda presidencial
y, por mi parte, no puedo esperar a ver a quién escogen los hermanos Koch. Es emocionante. Marco Rubio, Rand
Paul, Ted Cruz, Jeb Bush, Scott Walker... ¿Quién conseguirá finalmente
esa rosa roja?", dijo el Presidente en alusión a la media docena de
candidatos republicanos que hoy se disputan el liderazgo opositor.
Pero de todos los nombres, el más importante es el primero:
la familia Koch. Los Koch controlan el segundo conglomerado empresarial del
país, sólo superado por Cargill. Charles y David Koch comparten el sexto lugar
de las personas más ricas del mundo, y el cuarto de Estados Unidos. Desde ya,
son hiper conservadores, bien a la derecha del Tea Party. Hasta ahí todo
"normal".
El dato sorprendente es que los hermanos Koch anunciaron
que, para las elecciones presidenciales de 2016, piensan aportar a la campaña
republicana 889 millones de dólares, a través de una inmensa red de
asociaciones civiles, fundaciones y demás arquitecturas legales por donde
canalizar el dinero hacia la política. El segundo dato sorprendente es que no
se trata de una denuncia sino de un anuncio público que hicieron los propios
hermanos Koch a mediados de enero.
El tercer dato impactante es que la cifra, según los medios
norteamericanos, es igual a lo que piensan gastar, por separado, los propios
partidos Demócrata y Republicano. Es decir, los Koch van a aportar un tercio
del presupuesto de campaña para elegir presidente.
A Obama sólo le queda la mueca graciosa en un show de stand
up: a comienzos de 2014, la Corte Suprema de Estados Unidos levantó cualquier
límite para las donaciones privadas hacia los partidos. En verdad, como los
Koch tienen una red de instituciones por donde entregar el dinero, esa sentencia
no los benefició. Pero sí otra del mismo tribunal de 2010, donde permitió la
misma libertad absoluta de financiar la política para cualquier institución no
partidaria.
Se puede hacer la enésima indignación moral sobre tal estado
de cosas. Dejemos eso para los propio norteamericanos, si quieren.
Lo que parece interesante es ver que estos años de Obama,
que fueron los años de salida de la peor crisis económica que vivió el país
desde la década del 30, fueron también los años de un retorno intenso del debate
político e ideológico. Los hermanos Koch, como fenómeno de alerta sobre el peso
del dinero y el lobby empresario en la política, son parte de una colonización más amplia: las ideas de
extrema derecha del Tea Party, por ejemplo, aparecen representadas en varios
candidatos republicanos, como Ted Cruz o Marco Rubio. Tanto que algunos ven en
la figura de Jeb Bush, hermano de George W, a un "moderado".
Este envión republicano, basado en premisas
ultraconservadoras, creció a partir de noviembre pasado, cuando Obama perdió el
control de las dos cámaras legislativas.
La pregunta es si del otro lado del mostrador, la cuerda
también se tensiona hacia posiciones progresistas.
Algo de eso parece estar ocurriendo, aunque en dosis
programáticas menos consistentes que del lado republicano. Hillary Clinton, que
la semana pasada anunció que se presentará como candidata en las internas
demócratas, anunció que tendrá como temas prioritarios de su agenda la
desigualdad social, el aumento del salario mínimo y el apoyo a la reforma
migratoria que impulsa Obama.
Desde noviembre pasado, con la nueva conformación
legislativa, se volvió imposible para Obama conseguir una ley de reforma
migratoria integral, como había prometido desde su primer mandato y que ya
tenía media sanción. Pero sí firmó una acción ejecutiva que favorecía a casi 5
millones de indocumentados, que los alejaba del terror a la deportación. Sin
embargo, un juez de Texas frenó la normativa, hasta tanto se resuelva si Obama
no se excedió en sus potestades.
Pero la más sorprendente de las "grietas" norteamericanas
asomó por un lugar inesperado: la política exterior. Con pocos registros en la
historia, republicanos y demócratas se mostraron los dientes ante la decisión
de Obama de abrir una vía de diálogo con los viejos cucos de Cuba e Irán.
En el primer caso, la histórica comunidad del exilio de
Miami no tuvo la fuerza de otros tiempos, pero el acercamiento con Irán sí
despertó la cólera republicana, y en parte también de algunos demócratas. Al
punto de prestar el Congreso norteamericano para que el Primer Ministro
Benjamín Netanyahu despotrique contra la política exterior del propio
Presidente norteamericano.
Así las cosas, algunos signos de la política norteamericana
parecen mostrar que, tal vez, la contienda de 2016, por más que mantenga el
aspecto edulcorado del fetiche institucional que siempre la recubre, muestre
como pocas veces el movimiento intenso de intereses y disputas que viven dentro
suyo.
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