Fernando Jáuregui | Jueves 26 de marzo de 2015
Con desparpajo inigualable, Esperanza Aguirre ha puesto el
dedo en la llaga. Y nunca mejor dicho, porque ha hablado del 'dedazo' que
colocó al candidato andaluz, 'Juanma' Moreno, en el lugar del tiroteo. Como si
su designación como candidata a la alcaldía de Madrid por el PP no se debiese a
un 'dedazo', al mismo dedo que designó a Moreno y a todos los que aspiran a ser
algo en el partido gobernante. El dedo, recubierto para las ocasiones con el
guante de un llamado 'comité electoral', de Mariano Rajoy. Y, pese a sus
contradicciones, tiene razón la señora Aguirre: la función digital se ha
convertido en el símbolo de una forma de gobernar los partidos (y la nación),
unas formas que pienso que están en decadencia.
No atribuyamos, desde luego, solamente a Rajoy el abuso de
los viejos usos. Desde aquel 'el que se mueve no sale en la foto' de Alfonso
Guerra, los partidos españoles, como los sindicatos, como las instituciones,
como los gobiernos de toda índole y todo ámbito, han venido registrando una
alarmante tendencia al personalismo, al ordenancismo, a ese afán regulatorio
que nos llevó a las famosas diecisiete licencias de caza, entre otras muchas
desgracias. El dedo es el símbolo de una manera de hacer que comprende otros
muchos aspectos: el 'ordeno y mando', el no delegar, el rechazar elecciones
primarias, el desbloqueo de las candidaturas y la limitación de mandatos, entre
otras cosas. Y ocurre lo que le está ocurriendo, por ejemplo, a doña Rosa Díez,
entre cuyos muchos méritos se encuentra haber levantado un partido que fue una
esperanza, como UPyD, y entre cuyos deméritos figura no haber escuchado a sus
bases cuando le enviaron un mensaje inequívoco de que había que ir hacia otro
lado.
Cometería un serio error Mariano Rajoy creyendo que el
silencio de los corderos implica paz interna. Una cosa es lo que no se dice en
los comités ejecutivos y otra lo que cualquier periodista escucha en el secreto
de confesión de una caña compartida con un diputado, con un responsable
regional. Me preocupó, la verdad, el desarrollo, hasta donde supe, del
encuentro el lunes de la dirección 'popular' tras lo ocurrido en Andalucía.
Claro que también me preocupó que Pedro Sánchez no se haya apresurado, política
de gestos, a viajar a Sevilla para abrazar a doña Susana Díaz. Viejas políticas
de palo y tentetieso, de falta de autocrítica, de ausencia de realismo. Y eso
que al secretario general del PSOE no puedo atribuirle, porque en su partido sí
hay, con los matices que usted quiera, elecciones primarias, ese ansia digital
que corroe los pasillos opacos del PP. No tanto, al menos.
No sé aún si los recién llegados, que han venido para
quedarse aunque aún quién sabe dónde, enmendarán la plana a sus antecesores y
practicarán una política más abierta. Poco sé al respecto de Ciudadanos -un par
de detalles me han desconcertado, pero el partido mantiene una cierta
virginidad-- y casi nada de ese Podemos que a los periodistas nos mira con al
menos tanta prevención como el plasma de la calle Génova. Falta mucho por
confirmar, más aún por consolidar en el cambiante mapa partidario de España.
Pero sí sé que ha llegado el momento de una reflexión abierta, inteligente,
realista y generosa.
Que no, que las cosas ya no son como eran, que los ciudadanos
cada vez se chupan menos...el dedo.
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