Ernesto Sanz | Lunes 26 de enero de 2015
Hace pocas semanas arrancábamos el año con el entusiasmo de
aquel que ve llegar la oportunidad que el tiempo, el momento de la vida, le da
para subirse a un tren mejor, para provocar el cambio biográfico que se
reconoce como crucial. Esta vez era un momento compartido por muchos que
esperamos las elecciones de este año en nuestro país para mejorar la realidad,
para terminar con una gestión presidencial que negó a muchos de sus
compatriotas, y que llevada por la corrupción intrínseca que fue su marca, arruinó
las posibilidades de ser sujetos democráticos y libres. Un gobierno que nos
privó de evolucionar en un salto de calidad que hace años merece la Argentina.
El 2015 era el año del cambio.
No imaginábamos, jamás, esta noticia: la muerte dudosa del
fiscal de la causa Amia, Alberto Nisman, un día antes de refrendar en el
Congreso de la Nación una denuncia a la Presidenta y cercanos al gobierno, por
encubrimiento del atentado .
El 2015 se ha vuelto ahora: el año del miedo.
La muerte del fiscal ensombrece nuestra percepción y
nuestros movimientos. La sociedad tiene pavor porque la sangre de Nisman es una
sangre muy cara. Nos enseña que no hay límites ni respuestas. El mensaje es: no
hay seguridad ni con diez custodios en la puerta. La traición es moneda corriente
y el escarmiento suena como una alarma extendida.
La presión que sintió Nisman, que venimos sintiendo hace
años políticos, empresarios y periodistas opositores ahora sofoca a los
ciudadanos también, que perfectamente la intuían.
Con la muerte de Nisman se corrió un telón raído y sucio
para que aparezca, en lugar de una escena de verdad, otro telón podrido y más
pesado: embajadas paralelas, servicios de inteligencia cobrándoselas entre
ellos, espías que no son espías pero se hacen pasar por espías, tramas
mafiosas, opacidad, parapresupuestos que corren por lo bajo.
La cruzada del gobierno con la justicia dejó un muerto: un
fiscal contrario al gobierno. Ahora el cadáver del fiscal es un botín. Erigirse
como destinatario de esta muerte es el artilugio que elige el gobierno para
ahondar su discurso paranoico. Una canallada. El destinatario de esta muerte es
en primer lugar, el propio Nisman y luego sus hijas, su madre, sus seres
queridos, y enseguida y sobre todo, la libertad de acción de la justicia.
Fátima Florez, la actriz, dijo que no va a imitar más a la
presidenta. La entiendo. La presidenta termina siendo una figura atemorizante.
Como hombre de la justicia y de la política voy a ir en
busca de determinaciones para atravesar esta crisis. Con el poder que me da mi
senaduría y mi partido exijo renuncias, exijo un acuse de recibo institucional
por parte del gobierno, nada de enumeraciones de pistas detectivescas. A nadie
le importa su parecer, señora, doctora presidenta, en una democracia los
mecanismos de justicia alcanzarían para dar la verdad sobre los hechos.
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