Ricardo Lafferriere | Martes 22 de abril de 2014
Así imaginaba Jacques Attali la etapa del fin del
"Imperio americano", retirado por propia decisión a la defensa de sus
intereses nacionales más directos sin que su papel de "gendarme
global" hubiera sido ocupado por nadie. Lo hacía en su recordada obra
"Une breve histoire de l'avenir", publicada en el 2006, en la que
pronosticaba un escenario plagado de conflictos por las razones más diversas:
límites, energía, agua dulce, ideologías, problemas religiosos, raciales etc.
El sinfín de conflictos larvados y latentes contenidos en la
organización del mundo en Naciones Unidas y acompañada por el disciplinamiento
en dos mega bloques con sus respectivos liderazgos durante gran parte del siglo
XX, fue sucedido por la etapa del mundo unipolar, cuyo dato simbólico más
expresivo es la dimensión del presupuesto armamentista.
El presupuesto de Estados Unidos, incluyendo su asignaciones
para defensa, vigilancia, inteligencia, defensa y seguridad interior y
exterior, supera la suma de todos los demás países del planeta en esas
actividades.
Pero Estados Unidos ha resuelto replegarse, en un
desentendimiento progresivo, de las diferentes áreas del mundo en las que
considera que sus intereses más vitales dejan de ser estratégicos. Está en
condiciones de lograr su autoabastecimiento energético apoyado en el shale-oil
y gas, el potente desarrollo de las energías renovables y el renacimiento
nuclear.
Su opinión pública es cada vez más reticente al compromiso
militar en lejanos países donde mandar a morir ciudadanos por guerras
empresarias no les seduce.
El proceso globalizador induce a todos a mantener un interés
compartido en el comercio y el desarrollo tecnológico, que deja de ser una
preocupación centralmente norteamericana para pasar a serlo también -o en mayor
medida- de China, Japón, Alemania y en menor medida de los demás países
industriales. El "contribuyente norteamericano" no tiene más interés
en sostener un "bien público" global -mantener abiertas las rutas del
comercio y la energía y actuar como policía de barrio de todas las regiones del
mundo- sólo con sus bolsillos, cuando los beneficios alcanzan a muchos más que
pueden pagarlo...
Desde esa perspectiva, alguno podría pensar: ¡al fin! El
mundo no tendrá que depender más de un Bush, un Clinton o un Obama decidiendo
dónde mandarán sus tropas...
Pero... -siempre hay un "pero"- no en todos lados
el rumbo y el ritmo de la reflexión estratégica es idéntica. Los hechos de
Crimea y Ucrania, como hace un par de años en Georgia, expresan una mirada
geopolítica que no por "démodé" deja de hacerse sentir.
Las tradicionales estrategias defensivas rusas, basadas en
la distancia y la profundidad, que le permitieron su triunfo en las dos grandes
invasiones a su territorio, reaccionan con extrema virulencia ante la
imprevista cercanía de posibles adversarios futuros poderosos (léase, la UE y
la propia Alemania) al desaparecer el espacio "tapón" logrado por
Stalin en la 2a postguerra con los países de su periferia sometidos a su
influencia.
Esa tensión, latente desde 1989 pero adormecida por la
relativa debilidad rusa luego de su implosión post-comunista, encuentra ahora
una nueva realidad: la retracción americana, su riqueza en hidrocarburos frente
a una Europa sedienta y "aburguesada" por haber creído en una paz
eterna demasiado pronto y la extrema debilidad de algunos de sus vecinos, ex
integrantes de su espacio imperial, en los que reverdecen nacionalismos
anti-rusos por el temor, justamente, de un regreso a aquellos tiempos de
predominio de razones militares, alianzas ofensivo-defensivas y equilibrios de
poder que llevaron a las dos masacres mundiales del siglo XX.
Es que la política, a pesar de la globalización, sigue
siendo un juego eminentemente local. El éxito de quienes están en ese juego
depende de sus situaciones internas, que difícilmente sigan los razonamientos
estratégicos del nuevo paradigma en formación, el interés del largo plazo de
sus países o los valores superiores de una ética humanística.
Los electorados actúan y reaccionan por estímulos más
primarios y suelen exigir respuestas rápidas a sus necesidades y emociones más
cercanas. Responden a demandas no unívocas sino superpuestas, y en ocasiones
hasta contradictorias, de grupos de ciudadanos que conforman la compleja
realidad de cada país.
Putin vive de la política interna rusa y como cualquier
liderazgo realista, utiliza la fuerza del nacionalismo cuando las situaciones
internas amenazan con irse de las manos. Así construyó su poder Hitler y los
fascismos, así actuó Galtieri y así -en la modestia del subdesarrollo- intenta
actuar la propia CK, al despertar cíclicamente la verborragia antibritánica
cuando la realidad amenaza su "relato".
Putin tiene conocimiento profundo de esa situación. En mi
opinión, sabe que el mundo que viene, en el largo plazo, no será el de las
alianzas militares, que el mejoramiento de la vida de los seres humanos que
vivimos en este planeta pasa por una agenda distinta que extraer u exportar gas
y petróleo, y que la tendencia hacia sociedades cada vez más abiertas es
irreversible.
El riesgo militar que implica la Unión Europea es
inexistente. Pero...actúa en política en un país que ha demorado su reconversión
productiva por la sensación de riqueza que le han dado sus reservas energéticas
y que no ha logrado conformar aún una clase media productiva funcional a una
democracia exitosa. Un país donde las oligarquías que se repartieron los restos
del formidable estado soviético tienen mucho poder económico y forman parte de
su construcción política al igual que los círculos militares que al igual que
la mayoría del pueblo ruso sufren aún -y han sufrido por un cuarto de siglo-
"la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser".
Entonces...el renacimiento de las actitudes imperiales rusas
en una región y un mundo que parecía haber olvidado el peligro militar le
otorgan una herramienta política interna inesperada.
El peligro, sin embargo, es múltiple. No sólo porque es un
camino que conduce "a ninguna parte" al propio pueblo ruso, sino
porque puede despertar ecos similares en otros países desatando una carrera
paranoica de rearme, revive temores atávicos en pueblos cercanos a sus
fronteras y carga de argumentos a los arcaicos razonamientos hegemónicos de
sectores belicistas de Estados Unidos -que también existen, y habían sido
derrotados abrumadoramente en los últimos años- para volver sobre los pasos en
la decisión, informada por el presidente Obama en su último mensaje de estado
de la Unión, de reducir la dimensión de las Fuerzas Armadas de su país al nivel
que tenían antes de la Segunda Guerra Mundial.
Desde nuestros pagos, lo mejor es tomar distancia. Pero no
con la indiferencia de los timoratos, sino con algo similar a la
"neutralidad activa" que alguna vez levantara el presidente Yrigoyen.
La del reclamo por la reconstrucción de espacios plurales y normados para la
convivencia global, donde naciones y personas trabajen en forma cooperativa
para una mejor administración de un planeta convertido en cada vez más pequeño
y aldeano por las comunicaciones, las cadenas productivas globales, los
problemas climáticos, los derechos humanos cada vez más extendidos, y la edificación
progresiva de un piso de dignidad para todos los seres humanos que con el
actual nivel de desarrollo planetario, el mundo ya está en condiciones de
garantizar para todos.
Los "hombres sagrados para los hombres y los pueblos
para los pueblos" diría él. Hoy, podría ser el camino para que la
predicción de Attali de un mundo de "todos contra todos" pueda ser
evitada con la herramienta del diálogo, el derecho y la cooperación para la
mejor preservación de la "casa común".
Ricardo Lafferriere
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