Ricardo Alfonsín | Sábado 10 de noviembre de 2012
El
denominador común de la multitud de ciudadanos que se reunieron en las calles
de todo el país, a mi juicio, radica en el clamor por el pleno funcionamiento
de la República y sus instituciones. Todos los reclamos están vinculados a esta
falta de sustancia republicana en una democracia que pretende ser reducida sólo
al hecho de votar y donde se debilitaron todas las instancias de participación
y control, además de la independencia de los poderes. Y tampoco podemos
desconocer el fastidio por la actitud de un gobierno que vive retando y
descalificando a los que reclaman o exponen disidencias, aunque sean parciales.
Dadas
las características del oficialismo, y luego de escuchar ala Presidente este
mediodía, no soy muy optimista en que el gobierno haga la lectura adecuada de
la manifestación y, al menos, cambie en lo que tiene que ver con el respecto a
las instituciones, ala República y sus valores esenciales. Para hacer esto no
se necesitan inversiones, ni crecimiento económico, ni altos precios de los
commodities; alcanza con la convicción republicana.
Ojalá
el Gobierno se disponga, además, a producir los cambios necesarios para detener
la inflación, alentar la inversión y el empleo y mejorar la seguridad y la
educación.
Sinceramente,
creo que -ante el evidente rechazo a la rereelección, que además se ha
expresado en el Congreso Nacional- lo único que el gobierno va a cambiar es su
opinión sobre Daniel Scioli, a quién seguramente van a promocionar como un
estadista y un progresista, en la necesidad de un candidato para el 2015,
aunque sea una salida electoral que contradiga el relato de "izquierda"
oficial.
Por
nuestra parte, entendemos que en las movilizaciones hay un mensaje hacia la
oposición: nuestro compromiso es trabajar para construir una alternativa política
democrática y republicana capaz de reemplazar al gobierno con un sentido de
superación, no para volver a los 90 ni para repetir los errores del presente
sino para construirla Argentina moderna y solidaria que nos merecemos, y que
sea capaz de superar la lógica del todo o nada, que fractura a los pueblos y
termina, aunque en el discurso se diga lo contrario, debilitando la capacidad
de decisión nacional.
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