Editorial | Miércoles 07 de noviembre de 2012
Pues claro que estamos con nuestros compañeros de 'El País'.
Como lo estuvimos con los de ABC, cuando aquel ERE, y con los de El Mundo,
cuando a ellos les tocó pagar los platos rotos de una crisis que, desde luego,
ellos no han fomentado, aunque quizá sí lo hayan hecho algunos administradores
faraónicos que se pensaron magnates de la empresa cuando no pasaban de ser o
medianos administrativos o, como mucho buenos periodistas.
El sobredimensionamiento de algunas redacciones, los planes
megalómanos, las piruetas contables, se han unido, así, al cambio de los
tiempos, que no siempre se están sabiendo entender, dando lugar a un terremoto
en los medios españoles -y no solamente españoles, claro- de dimensiones
desconocidas. Que 8.000 profesionales hayan perdido sus puestos de trabajo en
los últimos dos años, que una parte de ellos esté ahora subempleada o
trabajando 'bajo cuerda', obliga a preguntarse qué estamos, todos, haciendo
mal.
Una reflexión que abarque desde a las modalidades de
contratación de los 'nuevos' periodistas -los autónomos, ya lo veremos, tendrán
preferencia- hasta el propio carácter del profesional de la información, que
tenderá a ser cada día más multimedia. Las viejas recetas sindicales y de
algunas asociaciones corporativas no van a crear, y bien que lo siento en mis
propias carnes, nuevos puestos de trabajo; yo, al menos, no conozco a ningún
compañero, más allá de los colocados por el nuevo Gobierno, que tampoco tienen
estas características de fijeza envidiable, que haya obtenido un puesto de trabajo estable y 'para siempre',
como antes.
Se va haciendo imprescindible un congreso omnicomprensivo en
el que profesionales de la comunicación de todos los ámbitos elaboren nuevas
pautas de trabajo, contemplando las consecuencias de la revolución tecnológica
que se ha asentado, y también nuevas exigencias a a unos empresarios
acostumbrados a dictar sus órdenes a las adminsitraciones... o a vivir
mansamente de ellas. Las viejas normas de competencia, las rivalidades por una
decena de ejemplares en los quioscos, las trampas de los medidores, ya,
simplemente, no valen. Y muchos de nuestros compañeros en la cuerda floja, o ya
directamente en la cola del paro, han sido víctimas de estas malas prácticas.
La mejor mano tendida que podemos ofrecer a nuestros
compañeros situados en la angustia -cualquiera podemos estarlo en el momento
menos pensado- es esa rebelión mental que significa que hay que ermpezar a
construir las casas de otra manera. Que un edificio modelo, como El País, se
tatambalee, aunque todos apostemos por su solidez futura, exige una reflexión
mucho más a fondo que el lógico insulto a quien, por sus muchos errores, tanta culpa
tiene de lo ocurrido
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