Enrique Szewach | Lunes 15 de octubre de 2012
Si Chávez hubiera perdido las elecciones, el oficialismo
local diría "no somos Venezuela", mientras que la oposición pondría énfasis en
las semejanzas.
Como sucedió al revés, los opositores se esfuerzan en
resaltar las diferencias con el régimen caribeño, para mostrar que el
oficialismo es "ganable", mientras que el oficialismo se empeña en destacar las
virtudes venezolanas para ratificar que un régimen como el de Chávez o
Cristina, no sólo es imbatible, si no que es lo mejor que nos puede pasar.
Pero en el caso del oficialismo, surge cierta reticencia a
comparar directamente al gobierno venezolano, con el argentino, dado que,
después de todo, la
Presidenta prefiere New York, a Caracas.
Por eso, en lugar de hablar de Venezuela se intenta "mimetizarla"
con la "región".
El chavismo, es, este relato, el modelo que "impera" en
Latinoamérica, como contraste al consenso de Washington, y a las desventuras
que viven hoy la Europa Mediterránea,
o los Estados Unidos.
Sin embargo, esta "regionalización forzada" del chavismo o
del kirchnerismo, no deja de ser un mito propagandístico, más que una realidad.
En la realidad, Latinoamérica es más que Venezuela, Ecuador
o Bolivia y, en algunos temas, es más que sólo Venezuela.
En efecto, tanto Chile, como Uruguay, Brasil, Perú, y
Colombia, presentan regímenes más asimilables a las democracias burguesas
constitucionales, que tanto desprecian los intelectuales K., que a la revolución bolivariana.
Todas muestran un alto grado de independencia judicial,
respeto a las restricciones institucionales, Bancos Centrales con metas de
inflación y límites al financiamiento al gobierno (aquí hay que incluir también
a Bolivia, y en alguna medida al Ecuador dolarizado).
Ninguno practica restricciones al atesoramiento en dólares,
más allá de meras cuestiones de registro o bancarización, y su política fiscal
resulta más o menos ordenada y transparente.
Algunos países, como Chile, Perú, o Colombia, tienen,
además, acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos y otras regiones, y
se respetan, los precios de mercado internacionales en casi todos los bienes y
servicios.
Estos últimos, a su vez, también en casi todos los casos,
son prestados por empresas privadas bajo variantes del sistema de concesiones.
Por supuesto que existen problemas de todo tipo, pero se las
han ingeniado para, pese a enfrentar el mismo "mundo y ser productores de
commodities, como nosotros, para crecer, este año, al menos al doble de la Argentina, con baja
inflación y bajo desempleo, acumulando reservas internacionales y, como se
dijo, sin necesidad de recurrir a prohibiciones al atesoramiento de moneda
extranjera, ni restricciones a la compra de divisas para turismo u otros fines.
Todos, en los últimos años, han estado mejorando los
estándares de educación, salud, etc.
En varios rubros, es cierto,
todavía están por debajo de la Argentina, pero las distancias se están acortando
a gran velocidad y en otros, en especial en educación, estamos siendo
superados, pese a asignar, en términos de PBI, más recursos que los vecinos.
En síntesis, a la "región" le ha ido muy bien, o tan bien
como a nosotros, sin necesidad de controlar a los jueces, abusar del
financiamiento del Banco Central, prohibir la compra venta de dólares para
fines de atesoramiento, u otras restricciones administrativas importantes.
Venezuela, como Argentina, son excepciones a la regla
latinoamericana y eso no nos ha traído ventajas importantes en la calidad de
vida de la población.
Y allí es dónde, a mi modesto juicio, surge el primer
desafío para el amplio arco opositor.
Entender que lo que ven mal del "modelo" kirchnerista no es
una "consecuencia no deseada" de la mala praxis oficialista, si no que es la
otra cara de la misma moneda.
En otras palabras, no hay "kirchnerismo prolijo", como
tampoco había "menemismo prolijo".
Por el contrario, la "desprolijidad" es inherente al "modelo",
no hay "modelo" sin "lo otro", y eso no es corregible.
Existen, por el contrario,
un conjunto de instituciones y políticas, claramente probadas en el
mundo en general y en nuestros vecinos, en particular, que tienen como
resultado, crecimiento y progreso, con costos y problemas, sin duda, pero con
beneficios sustentables para la sociedad.
Y ese es el segundo desafío.
Convencer a la mayoría de los votantes que la región no es
Venezuela, si no todo lo contrario, y que por eso, no les va mal, si no mejor
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