Ricardo Lafferriere | Jueves 29 de diciembre de 2011
En el
oficialismo, chisporroteos en la superficie hay a montones y los seguirá
habiendo. Choques verbales que ocupan la escena, muchos de ellos dentro de los
mismos dirigentes oficialistas, convocan la atención de comentaristas de
coyuntura. Aníbal Fernández y Randazzo contra Sbatella, Schocklender contra
Bonafini, hasta Moyano contra la presidenta.
Sin embargo, nada de eso conmueve a un poder cimentado sobre
la fuerte consistencia simbólica de un claro triunfo electoral. Una sola cosa
lo haría: la existencia de una confluencia opositora sólida, en condiciones de
cuestionar esa mayoría, "nivelar la cancha" y retornar al país a la senda
institucional plena.
Esa construcción requiere muchos aportes, pero tiene dos
componentes político-sociológicos imprescindibles. Necesita una estructura
política nacional, y el respaldo masivo de las amplias clases medias argentina
que si bien están presentes en toda la geografía país, se concentran
demográficamente en el país moderno, y tienen su centro de gravedad
electoralmente más importante en la Capital Federal. Mientras esa confluencia
no se produzca, la persistencia del populismo en el gobierno está asegurada.
Allí, en el país moderno, se produce el 80% de PBI nacional.
Allí está la producción agropecuaria que sostiene todo, los esfuerzos
industriales, las vocaciones emprendedoras, la creatividad en nuevas
tecnologías, los servicios más avanzados, los contactos con el mundo, la
admirable potencialidad creadora en las artes y en las ciencias.
El peronismo no puede ganar una elección general sin obtener
el 50 %, al menos, en el conglomerado clientelar del conurbano. Una
construcción moderna, democrática y republicana no puede ganar si no cuenta con
una estructura nacional y con -al menos- el 60 % de respaldo en la Capital
Federal. Eso el oficialismo lo sabe, y opera en consecuencia. La oposición
también, pero no trabaja para lograrlo.
Por eso, en el fondo, el gobierno está tranquilo. Las
conducciones opositoras están demasiado ocupadas en afinar la punta del lápiz para seguir garabateando ideologías, lo
que asegura la persistencia de su fragmentación. Están obsesionadas en discutir
migajas, lo que les quita el sueño y absorbe su tiempo y su pasión para abordar
la agenda grande del país.
Dos componentes centrales de esta posible confluencia
opositora para restaurar en plenitud la institucionalidad democrática y
republicana de la Argentina son la UCR y el Pro. Son fuerzas con historias
diferentes, con estilos separados por las modas de sus respectivos tiempos
fundacionales, y por rivalidades recientes.
Sin embargo, son a esta altura dos componentes centrales de
una eventual confluencia alternativa, una por su extendida estructura nacional
y la otra por su fuerte representación en la "capital de las clases medias", la
ciudad de Buenos Aires. Ambas representan
un electorado similar en su composición y en sus intereses, que se expresó en
Córdoba y Mendoza, en Neuquén y Santa Fe, en San Salvador de Jujuy y cientos de
ciudades. No pueden ser rivales. Debieran ser socias, conservando su identidad
y respectivas visiones finalistas -porque son diferentes-, pero trabajando en acuerdos para la etapa, como lo
comenzaron a hacer en el parlamento luego del triunfo del 2009. A ellas debiera
sumarse el socialismo, completando la expresión de la Argentina moderna que mira
al futuro.
El oficialismo lo sabe, y con una inteligente acción
sicológica golpetea interesada y
sistemáticamente contra cualquier diálogo entre ambas, directamente o a través
de voceros en el interior del radicalismo. Tiene un terreno fértil en el
extendido ideologismo existente en numerosos -y honestos, aunque ingenuos-
cuadros radicales, fogoneado por el interés -no tan honesto y mucho menos
ingenuo- de cierta nomenklatura que usa el ideologismo para ocultar tras él
residuales e inofensivos espacios de poder, o directamente allanar el camino
hacia el kirchnerismo.
Al "frente populista", el que tolera, aprovecha y construye
poder desde Carlos Menem hasta Hebe Bonafini, desde Carta Abierta hasta los
intendentes del Conurbano, desde Sabatella
hasta Moyano, le preocupa y se "asombra" que los "conservadores" del Pro conversen con los "progresistas" del
radicalismo o del socialismo.
Y dentro del radicalismo, es curioso que esa preocupación
por su pureza que viene de sus viejos rivales populistas termine opacando su
compromiso con la libertad de expresión, con las libertades públicas, con la
inclusión social, con la educación pública, con la seguridad ciudadana, en fin,
con todos los temas de agenda -antigua y nueva- del país real, alejándolo de su
natural electorado potencial.
Sin embargo, se nota en el viejo partido la aparición de
nuevas visiones que darían carnadura y justificación no sólo a la necesidad de
construir una confluencia política que equilibre el poder, sino a abandonar el
camino de su extinción paulatina y recuperar el de su retorno a su histórico
papel en la política argentina, el de representar al amplio colorido
democrático y republicano de la opinión nacional, con todos sus matices,
conteniendo y defendiendo los intereses de sus votantes históricos, las amplias
clases medias argentinas.
No sólo al radicalismo, sino a todo el país y hasta al
propio gobierno, le vendría muy bien que esta reacción hacia la amplitud y la
tolerancia se profundicen y la UCR retome su vocación de poder que le llevó a
ser una piedra angular de la recuperación democrática. Con un poder
equilibrado, las posibilidades del renacimiento argentino crecerán
trascendentalmente.
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