El Rey comienza su 'annus horribilis'
lunes 06 de enero de 2014, 23:26h
Debo confesar que, por un lado, admiré el patente esfuerzo del Rey por
estar presente, con todas las consecuencias, en esta Pascua Militar.
Una presencia que fácilmente podría haberse excusado por hallase aún en
período de convalecencia. Otra cosa es que el Jefe del Estado acaso
debería haberse ausentado, en espera de una plena recuperación,
evitándose una imagen acaso algo heroica, quizá un tanto patética, de
cumplimiento del deber hasta el último extremo de sus fuerzas. Porque
tal fue la impresión que en mí dejó: la de un hombre extenuado, forzado a
permanecer de pie ante un atril desgranando unas palabras que
obviamente no eran las suyas y que respondían a un guión apresurado y
descomprometido: no convenía, sin duda pensó alguien, someter al Monarca
a más esfuerzos de los ya realizados con el espléndido mensaje de la
pasada Nochebuena, realizado, claro, en un ambiente más propicio y mucho
más manejable.
He asistido a muchas celebraciones de la Pascua
Militar -dejé de hacerlo cuando a los periodistas se nos vetó la entrada
en la recepción posterior-y conozco, creo que a fondo, su significado y
hasta su relativa tradición. Jamás ví, aunque fuese por la televisión,
algo tan desangelado, tan tenso, tan preocupante. Tanta angustia en
tantos rostros. Era como el pistoletazo de salida de un año que,
evidentemente, va a ser un Via Crucis para un Rey que merece pasar a la
Historia con mejores galas y más gratos recuerdos. ¿Qué hubiese ocurrido
si este año, ya digo que de convalecencia, hubiese sido el Príncipe
quien hubiese presidido la parada y la Pascua entera, con un mensaje
atribuido a su padre? Nada. Que la normalidad hubiese comenzado a
instaurarse en este anormal panorama que alumbra el políticamente
preocupante año 2014.
Quisiera que quede claro que no pienso que
el Rey esté acabado, aunque sí que debe iniciar pasos para una
progresiva abdicación en el Príncipe, a punto de cumplir cuarenta y seis
años, edad en la que su padre llevaba ya tiempo reinando y había
superado la dura prueba del 23-F. El Rey nos hace falta, mucha, en esta
España que se interroga sobre su presente y, sobre todo, sobre su
futuro, mientras cuestiona muchas cosas del pasado. Una crisis de
identidad que, para gente que, como yo, cree en la Monarquía, necesita a
alguien que, situado por encima de las rencillas partidarias, que ya se
ve que tienen escaso remedio, ponga paz, orden y equilibrio entre las
gentes, los territorios y las coyunturas concretas. Eso mismo es lo que
ha significado, y no sé si aún significa, Don Juan Carlos de Borbón. Un
hombre que, además, podría, desde un plano menos comprometido, insuflar
consejos y experiencia a su sucesor.
No, no me hago ilusiones,
esta es la verdad. Sé de las dificultades, incluso anímicas, incluso
históricas, desde luego de recelos familiares, para que se de uno de los
grandes pasos que este país nuestro, España, necesita.
La
pregunta que alguien como yo, que aprecio sinceramente al Rey, aunque
haya criticado varias cosas de su trayectoria -es mi derecho como
ciudadano, es mi deber como periodista--, se hacía en la mañana de este
lunes festivo, viendo a la gente agolpada a las puertas del Palacio de
Oriente aplaudir a una institución, es si este 'estatu quo' podrá
mantenerse mucho más. Sé que muchos piensan lo contrario; son los mismos
que creen que no hay que abrir el melón de la Constitución, porque
nunca se sabe hasta dónde llegará la cata y prueba. Respetando
profundamente estas opiniones, yo temo que el melón llegue a pudrirse. Y
sé de las garantías que significa la presencia del Príncipe, un
personaje difícilmente atacable desde cualquier ángulo, incluyendo el
del fervor republicano, porque él sabe que no podrá reinar como su
padre, y que tendrá que ganarse el puesto cada día.
Pues eso: tras
el acto voluntarioso, voluntarista, plausible, admirable si usted
quiere, de ayer, ¿qué? No haré más preguntas, Señoría, Señor.