Felipe, el ánimo y la realidad
jueves 11 de abril de 2013, 19:04h
El que tuvo, retuvo, dice el refrán. Y bien
cierto es, al menos en el caso de Felipe González, único líder que, de
verdad, ha tenido el socialismo español en los últimos treinta años. El,
como algunos más, para quienes tienen menos de cincuenta años es un
personaje desconocido en toda su dimensión, cuando no un perfecto
desconocido. Sin embargo, sea cual sea su grado de conocimiento,
conserva ese punto de líder que hace que lo que dice sea escuchado con
atención.
No es necesario señalar que para unos es excepcional y para otros
excepcionalmente malo, pero unos y otros deberán convenir que sus
últimas palabras, pronunciadas en un coloquio organizado por la
Asociación para la Defensa de la Transición celebrado el miércoles en
Madrid, fueron un diagnostico certero y acertado de la situación
española. Afirma Felipe González que aunque a él no le gusta el cómo,
tiene la seguridad de que de la crisis económica saldremos, "pero -dijo-
de la crisis política e institucional no estoy tan seguro de
que salgamos. Esa crisis galopa hacia una anarquía disolvente".
Añadió que "si no cuidamos las instituciones podemos entrar en
otro momento oscuro de nuestra historia". Estas reflexiones, y algunas
más, las señaló, después de sentenciar que estaba preocupado, "si, pero
más por el estado de ánimo del país que por la realidad".
La realidad es compleja y difícil pero ¿Cuál es el estado de ánimo?.
No se como lo describiría Felipe González, pero creo que el estado de
ánimo de los españoles se nutre tanto de un cierto sentimiento de
orfandad porque no hay referentes a los que mirar como de una elevada
dosis de una cierta ira, consecuencia, en buena medida, de los efectos
devastadores de la crisis económica.
Este punto de ira se manifiesta de muchas maneras y legitimo es
que la sociedad, que la opinión pública haga saber sus desafectos, sus
decepciones, que reivindique sus derechos, pero la ira lleva, puede
llevar, al desbordamiento de los ánimos. Y me temo que por ahí andamos.
Muy cerca del desbordamiento que se produce cuando a amplios colectivos
políticos y sociales les parece "razonable" que unos cuantos ciudadanos
se atrincheren ante el domicilio de un electo, cuando la justicia solo
es justa cuando su juicio coincide con el nuestro, cuando todo y todos
están sometidos a sospechas y juicios sumarísimos, cuando la Oposición
no es considerada una "institución", cuando a los miembros del Gobierno
se les llama "criminales" y aquí no pasa nada, cuando no cabe el matiz y
todo es brocha gorda, cuando se banaliza -otra cosa es la critica
razonable y necesaria- con la Monarquia, con la unidad de España.
"¿Todo el esfuerzo de la Transición se esta yendo por el desagüe",
se preguntaba Felipe González. Y muchos nos tememos que sí y no solo
porque quienes no la vivieron nos cuentan ahora como debería haberse
hecho ignorando lo que la propia Transición supuso y costó, sino porque
quienes a día de hoy la seguimos poniendo en valor porque la vivimos,
añoramos el poder compartir objetivos y metas. Añoramos ese punto de
responsabilidad que se extendió tanto entre políticos como entre
periodistas para hacer posible lo que parecía imposible, ese punto de
generosidad indispensable para los grandes acuerdos.
Soy consciente y asumo que quizás me deje llevar por la
melancolía. Aquella realidad mucho más incierta que la de hoy, estaba
presidida por un ánimo institucional y colectivo que se ha esfumado como
por arte de magia y que algunos echamos en falta.
Tan urgente como salir de la crisis es un gran acuerdo, al menos,
entre los dos grandes partidos que si bien en las encuestas se están
desplomando, son, a la hora de la verdad, los únicos capaces de manejar
un país como España. Sabemos todos de las profundas discrepancias entre
Rajoy y Rubalcaba pero ambos dos tienen la responsabilidad directa sobre
los dos grandes partidos -no es relevante a estos efectos que uno este
en el Gobierno y otro sea el jefe de la Oposición- y a ellos, antes que a
nadie, les concierne el "ánimo" y reconstruir lo que se ha venido
destrozando. Si Rajoy y Rubalcaba; es decir, PP y PSOE no se deciden de
una vez por todas a hablar de España -por un ratito se puede dejar el
déficit en el cuarto oscuro- pueden tener la seguridad de que vendrán
otros que lo harán por ellos pero, en ningún caso, lo harán como lo
pueden hacer ellos. Creo que lo podrían hacer muy bien. Si quisieran.