lunes 26 de noviembre de 2012, 19:16h
Hace unos días organicé con mis
alumnos de periodismo un debate sobre la calidad de nuestra democracia. Son
poco más de un centenar de jóvenes de veintipocos años. No creo que sean
representativos de su generación, más bien presumo, por su formación y su
vocación profesional, que se trata de personas intelectualmente más inquietas y
mejor informadas que la media de las de su edad.
Para preparar el debate les
pedí que elaboraran propuestas que, en su opinión, sirviesen para regenerar
nuestro sistema político. Seguramente la pregunta era de las que los
especialistas en encuestas llaman "sugestivas": si se piden propuestas para
regenerar el sistema se está dando por sentado que el sistema necesita una
regeneración, pero, ¿acaso queda alguien en este país que no piense que es así?
Dejando de lado las respuestas
más excéntricas -tres personas propusieron la supresión total de las
comunidades autónomas y una que se hiciese un examen para otorgar el derecho de
voto, como se hace para obtener el carné de conducir- las propuestas de los
estudiantes fueron muy interesantes y creo que reflejan bastante bien el clima
de opinión que se está imponiendo, sobre todo entre los jóvenes.
Interesantes, pero no por ello
menos preocupantes, pues, entre otras cosas, lo que reflejan es que las ideas
más demagógicas y populistas que se expanden viralmente por las redes sociales
están calando y mucho en la forma de pensar de las personas que están llamadas
a dirigir este país dentro de veinte años.
Está claro que los jóvenes de
hoy en día ya apenas acuden a los medios de comunicación convencionales. Su
fuente de información es Internet, un reino donde nada es lo que parece y donde
los lobos esteparios del ciberfascismo campan libremente disfrazados de
revolucionarios, diseminando la semilla del desprestigio de las instituciones
democráticas.
"Lo llaman democracia y no lo
es", grita el 15-M, y en el magma virtual de Internet el malestar y la desazón
comprensibles ante unos dirigentes políticos que no han sabido o no han querido
imponer la razón política democrática frente a la dictadura de los mercados se
mezcla a partes iguales con la vieja estrategia de socavamiento de la
democracia de aquellos que quieren hacernos retroceder a lo más negro de
nuestra historia.
Es así como "los políticos",
todos en el mismo saco sin hacer ninguna distinción entre ellos, se convierten
en los culpables de todo lo que nos pasa. Casi la cuarta parte de todas las
propuestas de los estudiantes estaban relacionadas con los sueldos y las prebendas
-reales o imaginarias- de la célebre "casta", como si ese fuera el gran
problema de nuestra democracia. Por supuesto que hay abusos que deberían
corregirse. Por supuesto que hay políticos sinvergüenzas, pero el mejor
antídoto contra ellos es simplemente no votarlos. No se puede tener una
democracia sin políticos y no podemos aspirar a que personas competentes y
honradas se dediquen a la política si a los políticos no se les recompensa con
un salario justo y un reconocimiento social adecuado. Me remito, por lo demás,
a lo que ya dejé escrito en este mismo medio en un artículo en el que traté del
sueldo de los parlamentarios.
Junto a los políticos el otro
gran "coco" son los partidos. Bastantes propuestas de las presentadas iban en
el sentido de eliminar las subvenciones públicas a los partidos. Eso sí, nadie
explicaba cómo iba a funcionar una democracia sin partidos o como iba a
garantizarse un cierto equilibrio entre las distintas fuerzas políticas si la única
financiación posible fuera la privada: ¿o es que los bancos o las grandes
empresas financiarían a todas las opciones por igual?
Solo unos pocos estudiantes
pusieron el dedo en la llaga de la democracia interna de los partidos, el
obstáculo que hace que los ciudadanos no seamos realmente iguales a la hora de
poder aspirar a acceder a los cargos y funciones públicas.
Muchas de las propuestas se
centraban en el sistema electoral, pero en este tema se pone en evidencia la
existencia de grandes contradicciones entre los deseos que casi todos compartimos.
Casi todos queremos un sistema más proporcional, casi todos queremos que no haya
sobrerrepresentación o infrarrepresentación de algunos territorios, casi todos
queremos un sistema que favorezca una relación más directa y personal entre los
representantes y los representados... el único problema es que algunos de estos
objetivos son incompatibles entre sí. ¿Cómo se puede combinar una lista abierta
con una circunscripción nacional única o con circunscripciones en las que haya
que elegir 30 o 40 candidatos? Imagínense una papeleta con 400 nombres en la
que haya que marcar, por ejemplo, 150.
Sobre todo, cuando se habla de
reformas electorales, la mayoría olvida que un sistema electoral no solo tiene
que servir para tener un parlamento que refleje fielmente las distintas
opiniones políticas presentes en la sociedad, sino también para que ese
parlamento permita la formación de un gobierno estable. Solo los países que han
conocido las terribles tragedias que se derivan de la inestabilidad
gubernamental provocada por el excesivo fraccionamiento del parlamento, como
Alemania, son conscientes de este problema.
Por supuesto, también salieron
a colación otros temas recurrentes y trascendentales, como la independencia de
la justicia, el reforzamiento de los mecanismos participativos, como el
referéndum y la iniciativa legislativa popular, o la necesidad de una auténtica
ley de transparencia y de acceso a la información pública.
Sin embargo, entre tanta
propuesta dirigida a "otros" -a los políticos, a los partidos- se echaba en
falta una cierta dosis de autocrítica ciudadana. Un país tiene sin duda las
instituciones y los políticos que se merece. ¿Es posible que haya políticos
corruptos en una sociedad no corrupta? Casi ninguna propuesta iba dirigida a
aumentar la cultura democrática o el compromiso cívico de los ciudadanos. Solo
cuatro, de más de cien estudiantes, creyeron necesario decir algo sobre la
importancia que tiene la educación para el buen funcionamiento de la
democracia.
Tratándose de alumnos de
periodismo, me esperaba que los medios de comunicación centrasen también
algunas de las críticas y de las propuestas de los estudiantes. Sin duda su
contribución a la existencia de una opinión pública libre es uno de los pilares
de la democracia. Sin embargo apenas si me encontré alguna referencia al papel de
los medios o de los periodistas. Espero que sea simplemente un lapsus y no un
síntoma de corporativismo precoz.
Óscar Sánchez Muñoz. Profesor de Derecho
Constitucional. Universidad de Valladolid