¡Soy socio del Centro Gallego de Buenos Aires!
martes 20 de enero de 2015, 12:52h
La
creación más grande de nuestros emigrantes en la Argentina es el Centro Gallego
de Buenos Aires. Ninguna otra entidad fundada en el exterior tuvo la
importancia de este hogar porteño que lleva más de un siglo de exitosa
actividad en el mantenimiento del sentimiento de galleguidad en nuestros
descendientes. El pago de una cuota social acercaba un doble bienestar,
cultural y sanitario, a los asociados. Cuando se escuchaba decir, "yo soy socio
del centro Gallego", era la expresión de orgullo de quien empujaba con su
pinocha para que no faltase el fuego en el fogón de la esquina de Belgrano y
Pasco.
Los que
conocimos a los últimos presidentes en los últimos 40 años podemos acreditar
que eran personas de honor y compromiso con las raíces. En mi caso, tuve trato
personal con Pérez, Sánchez, Reboreda, Fierro, Bouzo, Campos, Adrio, Fernández,
Ucha y Vello. Con alguno hablé más que con otro pero en todos encontré el firme
compromiso de administrar y gestionar los asuntos sociales con eficacia y
honradez. Uno de los que conocí puso dinero propio, mucho, para ayudar a salir
de un bache que amenazaba con estropear el futuro de la entidad. Habrá quien
piense que los nuevos dirigentes no sienten los colores y que se mueven por
intereses económicos. A mi no me cierra que sea así ya que abundan los ejemplos
de nietos de la emigración que siguen sementado identidad en los surcos
abiertos por Rosalía y Castelao.
Va para
tres años que el Centro Gallego no navega con la tripulación que eligieron los
socios en las urnas. Ahora ocupa el puente de mando un timonel llamado
Interventor que fue designado por la autoridad judicial competente. Lo que
muchos desconocen es que el interventor no apareció por arte de magia y tampoco
es el culpable del desastre. El último presidente electo, Carlos Alberto Vello
Pombo, intentó salir de la crisis pero no tuvo el apoyo necesario ya que los
representantes de tres de las agrupaciones Pro Centro Gallego huyeron de sus
cargos en la junta de gobierno. Don Carlos considera que sin el apoyo unánime
de sus compañeros no corresponde luchar y se retira con su salud personal muy
menguada. Había hecho gestiones para negociar un aplazamiento de las deudas más
importantes y llegado también a acuerdos con varias Obras Sociales para el
alquiler y la reserva de plazas hospitalarias. El ambiente en el edificio
social fue de constante presión con protestas diarias de los empleados. Los
bombos sindicales llenaron de gran quilombo un lugar en el que el silencio es
la norma cotidiana y el barullo, algo excepcional.
En los
años transcurridos nadie presentó un proyecto o sugestión orientadora para la
viabilidad del Centro Gallego. Las agrupaciones abrieron la boca, solo el
primer año, para criticar al interventor judicial con manifestaciones
desafortunadas que no tenían casi relación con la administración de la entidad
mutualista. Los empleados tampoco ayudaron en la búsqueda de soluciones. En lugar del diálogo, optaron
mayoritariamente por la afiliación a un sindicato agresivo que suele gritar y
destrozar mobiliario en sus protestas. Así fue pasando el tiempo y seguimos
caminando sin saber el destino de nuestros pasos. Los pesos que permiten pagar
los sueldos de cerca de 1400 empleados salen de un programa estatal del INAES
[Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social] ya que poco se recauda
de los convenios con el PAMI [Programa de Atención Médica Integral] y de las
cuotas sociales de menos de 10.000 asociados.
Hay que
ser agradecido con doña Cristina porque sin la ayuda pública el Centro Gallego
estaría cerrado y denunciado por deudas. Su sensibilidad de nieta de la
emigración gallega la llevó a actuar mediante un solución de emergencia. Hay que
subrayar que la operación de salvamento ordenada por la presidenta comienza
unos pocos días después de la visita que le hicieron en la Casa Rosada, un
pequeño grupo de socias que son las que le presentan la petición. Son mujeres
argentinas de sangre gallega que se niegan a aceptar la bajada de la persiana
en un espacio donde siempre alumbró el espíritu solidario de los emigrantes.
Mi
hondo sentimiento de agradecimiento para con los fundadores del Centro Gallego
hace que no baje los brazos. Soy consciente de que el sistema mutualista está
en crisis y que una gran mayoría de socios no son gallegos y no sueño con
volver a tener 90 mil socios. Son de la opinión de que es preciso salvar una
parte de la aleación entre cultura y salud. Hasta ahora formaban un solo
producto con dos componentes bien diferenciados: salud y cultura. Llegó el
momento de dividir según sean las actividades realizadas, la salud en manos
públicas y la cultura en manos privadas.
Los
gallegos y sus descendientes son los propietarios de unas buenas instalaciones
hospitalarias. Son dueños de un hermoso panteón en la Chacarita y también de
una muy valiosa pinacoteca. Creo que aún podemos heredar una gran parte del
sudor de los abuelos. Para eso hay que actuar con sensatez y de acuerdo a los
tiempos que estamos viviendo. Llevo unos días reflexionando alrededor del
importante patrimonio cultural que posee el Centro Gallego. Su valiosa
pinacoteca incluye obras de Maside, Colmeiro, Laxeiro, Díaz Pardo, Seoane e
Castelao. Me estoy refiriendo solamente a las figuras de mayor prestigio dentro
de un total de 138 obras expuestas en diferentes espacios sociales. En la
"Historia del Centro Gallego de Buenos Aires" de la autoría del culto doctor
Padorno Caldeiro [reconocido médico cirujano con raíces en O Corgo y en
Castroverde] tenemos amplia documentación sobre la riqueza artística que
atesora nuestra centenaria institución. Los admiradores de Castelao son
afortunados ya que pueden disfrutar delante de "O cego" [óleo sobre tela] y de
"A familia do cego" [dibujo en lápiz] que se encuentran en el despacho
presidencial del Instituto Argentino de Cultura Gallega.
Recomiendo
una visita al Centro Gallego como la mejor de las medicinas para luchar contra
el desaliento. Aquellas paredes están vivas y comprometidas con el futuro. Si
abrimos el corazón, ciertamente oiremos lo que le está comentando don Isaac a
don Luis:
Le
estuve dando vueltas. Creo que mi propuesta puede ser la tabla que evite el
hundimiento de nuestra cultura dentro del seno cariñoso de nuestro querido
Centro Gallego. El tema de la sanidad es muy complicado. Las sociedades
mutualistas fueron creadas hace más de un siglo y los tiempos cambian.
¡Entonces, hay que buscar soluciones! A mi me parece que no hay razón para que
se pierda todo lo que hicimos en la capital argentina. El problema económico se
centra en la sección de atención médica y hospitalaria.
Mi idea
es que se desdoble en dos entidades independientes. Cada una de ellas con
personería jurídica propia. Por un lado, el Hospital Gallego de Buenos Aires y
por otro, el Instituto Argentino de Cultura Gallega. Puede que yo no sea quien
para aconsejar -si miramos los destrozos de mi herencia-- pero en el salvamento
del Centro Gallego se juega mucho más que una vida, nos estamos jugando la perdurabilidad
del sentimiento patriótico que llenó de pasión a los miles de albañiles que
levantaron un fogón solidario en la porteña esquina de Belgrano y Pasco.
Te
acordarás, apreciado Luis, que en el salón donde se reunían los miembros
directivos del Instituto -ahora en suspenso-- luce mi "Nacimiento". Aquella
sencilla obrita puede sernos de buena ayuda si conseguimos que doña Cristina da
Fonsagrada visite el Centro Gallego. Una visita que puede hacer en cualquiera
momento en su condición de Presidenta Honoraria pero que sería maravilloso
tuviese lugar el venidero 28 de febrero, exactamente 65 años después de que lo
hiciera el presidente Perón.
Pensarás
que estoy divagando pero aún me rige un poco mi viejo cerebro. Tengo la certeza
de que no desaparece el Centro Gallego si la presidenta Fernández se detiene
unos minutos delante de mi cuadro. Doña Cristina va a quedar enganchada en la
fuerza espiritual de una madre gallega que muestra el fruto que cura cualquier
sinsabor de la vida. Luego, en la "Casa Rosada", impartirá la orden pertinente
para la estatización de los servicios médicos en el "Nuevo Hospital" y para la
privatización de los servicios culturales en el "Nuevo Instituto" que también
incluye la propiedad del Panteón de la Chacarita.
Ya
sabes que confío ciegamente en la firmeza de nuestros descendientes porteños.
Por eso, le escribiré a doña Cristina para pedirle que tenga a bien la
prescripción de una transfusión urgente de hermandad en armonía para que
nuestro golpeado Centro Gallego no recoja el velamen ya que aún tenemos muchas
singladuras por delante.
Manuel Suárez Suárez