sábado 24 de mayo de 2014, 14:41h
"Depender del petróleo importado nos obliga a hacer
concesiones a dictaduras sanguinarias y a involucrarnos en guerras lejanas.
Cuanto más crecemos, somos más débiles y más dependientes. Este paradigma no
tiene salida." Éstas eran las conclusiones que Michael Klare exponía, hace
una década, en su libro "Sangre y petróleo: peligros y consecuencias de la
dependencia del crudo", llamado a tener una fuerte repercusión en su país
y en la reflexión política global.
EEUU se venía involucrando en una guerra tras otra, obligado
a defender su "yugular", el petróleo que obtenía del oriente medio.
Sostener las autocracias del golfo, regar el desierto de Kuwait, Irak y
Afganistán con la sangre de sus soldados y tolerar violaciones de derechos
humanos por parte de gobiernos "amigos" no hacía sintonía,
precisamente, con la imagen que los norteamericanos tienen de su país y de su
papel en el mundo.
China no era aún competencia y Rusia se encontraba en el
punto culminante de su implosión, buscando su rumbo. El "peligro"
inminente para EEUU eran, en ese momento, los fundamentalismos islámicos.
La era Bush-Cheney terminó. Diez años después, el escenario no puede ser más distinto.
Rusia ha retrocedido a un estadio cada vez más primarizado.
Apoya su economía en la super explotación y exportación de sus recursos
primarios no renovables, especialmente la explotación de petróleo y gas. Ha
abandonado la carrera tecnológica, su industria es cada vez más rudimentaria y
la consecuencia es su aislamiento creciente acompañado -como es usual en estos
procesos- por el endurecimiento de su política y el primitivo uso de formas
prepotentes, tanto hacia sus ciudadanos como hacia el exterior (algo sabemos de
eso los argentinos).
China, por su parte, ha "avanzado" a la etapa colonialista.
Luego de su ofensiva geopolítica en África y latinoamérica, acaba de ubicar a
la propia Rusia como su proveedora de materias primas. En una curiosa inversión
del escenario de la guerra fría, cuando la superpotencia rusa aparecía como la "hermana
mayor" de una China empobrecida y hambrienta, hoy vemos a China lanzada a
un rápido desarrollo económico desafiando la preeminencia norteamericana y "absorbiendo"
recursos primarios de países empobrecidos, al más puro estilo del colonialismo
del siglo XIX.
EEUU, por último, ha logrado virtualmente su independencia
energética en base a tres pilares: la reactivación de su programa nuclear, su
masiva apuesta por las energías alternativas (especialmente solar y eólica) y
la puesta en valor de sus gigantescas reservas de gas y petróleo no
convencionales (shale-oil y shale-gas). Ha retomado su impulso tecnológico y se
ha instalado como una economía postindustrial, recuperando claramente su
liderazgo en los cuatro sectores "estrella" del nuevo paradigma: nuevos
materiales, nanotecnología, informática-comunicaciones y biotecnología, cuya
imbricación recíproca le permite desarrollar aplicaciones que hace pocos años
hubieran sonado a ciencia ficción.
Son los tres grandes actores del nuevo mundo. Rusia, rumbo
al pasado. China, atravesando rápidamente las etapas de una superpotencia para
instalarse en el presente. Y EEUU, abriendo las puertas del futuro.
Curioso escenario, escasamente relacionado con la guerra
fría y el mundo bipolar de posguerra animado por la lucha entre sistemas
antagónicos. Hoy las tensiones son distintas y se relacionan más bien con el
diseño del sistema global de los años que vienen, los límites en la explotación
del planeta, las formas virtuosas de la imbricación en el nuevo paradigma y el
disciplinamiento de actores globales que con su acción ponen el riesgo todo el
sistema, como el desborde especulativo, el narcotráfico y las redes delictivas,
en muchas ocasiones mimetizados con el poder.
La agenda del nuevo mundo atraviesa todos los viejos
alineamientos, convirtiéndolos en disfuncionales. El diálogo y la reflexión
estratégica madura reemplazan a las polarizaciones y las impostaciones de los
deditos levantados como requisitos ineludibles para acertar en las políticas,
crear las mejores opciones de realización para nuestra gente y dar nuevamente a
la Argentina
un rumbo exitoso en el nuevo mundo cuya nota distintiva es el cambio acelerado.
Ricardo Lafferriere