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El relevo generacional

El relevo generacional

Por Pascual Hernández del Moral

martes 14 de julio de 2015, 21:00h

No estoy muy seguro de que haya dineros para atender mi pensión, si se cumplen las esperanzas de vida que auguran a la gente de mi edad. Somos cada día más los que, cumplidos los sesenta y cinco, aspiramos a cobrar la pensión, que nos hemos ganado. Y no me refiero a tantos empleados de grandes empresas y de bancos, que se jubilaron a los cuarenta y pocos, como los griegos, de acuerdo de los patronos, y desde entonces están gozando de buen momio, habiéndole dado tres palos al agua. Excepto estos “afortunados”, los demás han, hemos, estado atados al “duro yugo” hasta los sesenta y pico.

Y menos mal que a algún gobernante, muy denostado por los opositores, se le ocurrió la luminosa idea de hacer una hucha, y guardar en ella cuatro duros, para cuando hiciera falta completar el costo de las pensiones; el ahorro estaba para eso, para cuando hiciera falta; pero ninguno se creía que hiciera tanta falta, tan pronto. Y como “donde se saca y no se mete el fin se le ve”, en la hucha sólo quedan 42.675 millones, o sea, unos ahorrillos que nos comeremos en tres o cuatro años, si no se pone remedio.

El sistema de pensiones actual es de REPARTO, o sea, que los jubilados cobramos de los que están actualmente cotizando, como en cualquier sistema de fraude piramidal. Y, claro, en cuanto no se meta lo suficiente para atender los compromisos, el sistema se va al garete, como un FORUM FILATÉLICO cualquiera. El sistema, pues, como muchos de ustedes ya saben, NO ES SOSTENIBLE, aunque prefiramos, nosotros y los gobernantes, mirar para otro lado.

Se viene hablando de cambiar el método de REPARTO por otro de CAPITALIZACIÓN, con un periodo MIXTO: la pensión, en este caso, será fruto de la suma de una cantidad mínima por cuenta del sistema, completada con lo que cada uno haya conseguido ahorrar con su propio plan de pensiones; y pasado el tiempo, sería el plan de pensiones de cada uno el que, de una forma definitiva, sustituiría a la Seguridad Social totalmente; de manera que si usted consigue ahorrar a través de un plan de pensiones cobrará, y si no… pues eso. En Birmania, el Estado garantiza a los jubilados una pensión de supervivencia durante los cinco años primeros; después, si el jubilado tiene hijos, que ellos se hagan cargo de él, y si no… pues eso.

Me resisto a creer que en estos lares lleguemos a tales medidas, pero, por si acaso, yo ya me tiento la ropa, y animo a los míos a hacerse un rinconcito, aunque les cueste mucho trabajo, para su día de mañana, porque, previsiblemente, NADIE PAGARÁ SUS PENSIONES. EL PROBLEMA NO ES COYUNTURAL, SINO ESTRUCTURAL.

En diciembre de 2007 el PROYECTO FIPROS publicó una memoria en la que ponía, negro sobre blanco, el cambio demográfico, por lo que no era posible que se mantuviera el sistema redistributivo intergeneracional de las pensiones: la pirámide poblacional se había invertido porque no nacían niños, y los viejos “duraban” demasiado. No había, pues, decía, RELEVO GENERACIONAL, que sólo se mantiene si el número de nacidos de una pareja es de 2,3 niños; aquí estamos en poco más de 1 por pareja. No hay, pues, esperanza de relevo, a pesar de que los nacidos el último mes han supuesto un incremento de la tasa de natalidad del 0,01 %. El crecimiento de la tasa de nacimientos es irrisorio, pero algo es algo.

El clásico decía que “DONDE HAY NIÑOS HAY SIEMPRE UNA EDAD DE ORO”. Poco podemos esperar nosotros de una sociedad (¿decimos mejor “civilización”?) en la que no nacen niños. Seguro que estamos abocados a la desaparición de la especie, y sólo soy realista, no pesimista. Cuando algún hijo de amigo –aún me quedan algunos amigos- me pide consejo sobre su orientación profesional, le sugiero que, de estudiar Medicina, no se le ocurra hacer Pediatría, sino Gerontología: pronto sólo quedaremos vivos los viejos, y de esos, los que tengan la suerte de cobrar una pensión.

Los gobernantes debían atender con diligencia a políticas de estímulo que facilitaran los nacimientos. Los jóvenes en edad fecunda recurren a argumentos como “lo difícil que es compaginar los hijos con el trabajo, lo caro que cuesta un hijo, la dificultad que supone un hijo para la “realización personal”, incluso la libertad que restan”. Hemos adocenado a los jóvenes, y les hemos quitado capacidad de sacrificio. No se trata de volver a “los premios de natalidad” de Franco, sino de cambiar mediante la educación, la mentalidad de los jóvenes, y luchar contra la “filosofía del homosexualismo” que domina esta sociedad, y que se ha infiltrado en sus estructuras mentales, y que completa el hedonismo de las nuevas generaciones.

Siete hijos hemos criado mi esposa y yo, con no poco esfuerzo y muchas renuncias. Por eso sé de qué hablo.

Y cobro la misma pensión que los que no han contribuido con ningún churumbel a la renovación generacional. Y me pregunto: ¿es eso justo?

Pero de eso hablaremos otro día.

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