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El protestódromo

El protestódromo

La Autopista Regional del Centro se ha convertido en un emblemático centro de protestas-reclamos de cuanta calamidad aflige a esta sociedad atribulada, desencantada. Una sociedad estoica que se resiste, indistintamente de su color político y militancia partidista, a contemplar impasible la perpetuación de un régimen militarista, farsante, forajido, corrupto e incompetente, además de fabulador, empeñado en someter al soberano al capricho y designios de quien le prometió reivindicación sin cumplirlo.

La ARC es hoy un templete de descarga emocional donde convergen, todos los días, por distintos motivos, con diferentes intensidades pero por una misma razón, miembros de uno y otro bando, oficialistas y opositores, todos contrariados-defraudados, para expresar coincidentes reproches y patentizar su indignación. También para increpar a quien consideran y responsabilizan (así lo muestran las encuestas) de todas sus angustias y penurias.

Hace rato comenzó el deterioro de la imagen y la pérdida de credibilidad y confianza en quien fuera su esperanza-chequera redentora. Este adalid, envuelto en capa revolucionaria, también resultó con pies de barro y verbo impostor. Aunque Él alega, como excusa, que van nueve años "nada más" (en el poder), el soberano se cansó de esperar promesas que nunca se cumplieron: inclusión, empoderamiento, justicia. Se obstinó de mendigar derechos que siguen pendientes: trabajo, seguridad social y personal, vivienda, educación, salud. Se hartó de asistir a marchas y jubileos a cambio de cuatro puyas, un cambur, una empanada y un guarapo de papelón. Eventualmente la "generosidad" oficialista podía aportar par de cervezas para diluir la fatiga-tedio de regreso al rancho, al desamparo, al infortunio, a la contingencia.

El número y tono de los reclamos populares aumenta y se extiende igual que crece el deterioro de la calidad de vida de todos. Si bien la ARC es gran megáfono de las angustias y exigencias de la gente, y aun cuando el régimen ha tratado por diferentes medios, incluyendo la represión, de acallar los clamores, la insatisfacción hoy retumba en plazas, parques, calles, avenidas y frente a todas las dependencias oficiales repartidas a lo largo y ancho del país, incluyendo Miraflores y la Vicepresidencia de la República.

En el pasado reciente el régimen socarrón ignoró las voces enardecidas del soberano. Y este le pasó factura en diciembre. Le negó el voto. Lo castigó por el desamparo y en rechazo al proyecto hegemónico a perpetuidad.

Hoy, cuando de nuevo requiere del apoyo popular, carece de discurso. Por eso repite la oferta. Ante la pérdida de credibilidad, apela al vínculo afectivo. Pero este tampoco ha funcionado. Por ello agita la más delicada de las emociones humanas: el miedo. Lo infunde. ¿Cómo? Inventando enemigos, invasiones, guerras, magnicidios. ¡Ojo!

Miguel Sanmartín
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