Panamá es un país hídrico. Las vertientes atlántica y pacífica tienen ríos con caudales y cañadas potencialmente aprovechables para la construcción de hidroeléctricas.
Panamá es un país hídrico. Las vertientes atlántica y pacífica tienen ríos con caudales y cañadas potencialmente aprovechables para la construcción de hidroeléctricas. Se trata de conjugar en el espacio la vida humana, el medioambiente y las grandes represas.
En el pasado reciente las hidroeléctricas, que producen un kilowatt más barato que las plantas térmicas, han estado vendiendo su energía a los distribuidores a precio de hidroeléctrica, pero estos la revenden a precios de energía proveniente del petróleo. Es un hecho denunciado en repetidas ocasiones por la comunidad y los defensores sin voz que eventualmente aparecen tras algún hallazgo sobre el tema.
El caso es que ahora Panamá ha llegado a un tope de consumo eléctrico, empeñada como está en su desarrollo, creando nuevas industrias, con un sector de la construcción marchando a toda máquina y con una renta per capita que permite mayor disfrute del confort que produce el uso de la electricidad.
El Estado tiene los medios para regular el mercado energético –en manos de transnacionales- crear campañas de uso racional de la energía y construir más hidroeléctricas, a fin de independizar al país en el sector energía, necesaria para el desarrollo. Le toca a la sociedad civil accionar nuevamente, a fin de ordenar el sector, que podría convertirse en un freno a las aspiraciones panameñas de vivir en equidad y salir de la pobreza.
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